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El abrazo del alma


Fecha: 25 de Junio de 1978 (Final del Campeonato Mundial)
Lugar: Buenos Aires (Argentina)
Fotógrafo: Ricardo Alfieri (Argentina)

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¡¡Qué arenga J.R.!!

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El recordado Juan Carlos Lorenzo fue una fuente inagotable de anécdotas graciosas y también dramáticas, siempre evocadas por ex jugadores que estuvieron bajo su tutela, en charlas en donde hoy, hasta lo dramático o doloroso, se recuerda con una sonrisa.
Carlos “La Pantera” Rodríguez, arquero de Boca en tiempos en que el inefable 'Toto' Lorenzo brillaba conduciendo a Boca, relató un suceso que le hizo perder la titularidad, de lo cual se enteró, ¡en plena cancha!...
“Una vez fue Boca a jugar a Salta por el Nacional de 1977 -comentaba 'La Pantera' Rodríguez (foto)- contra Central Norte. Atajaba yo y empezamos a ganar 2 a 0. Cuando terminó el primer tiempo, el árbitro Ducatelli le dijo al Toto que me advirtiera que tuviera cuidado de no hacer tiempo, porque me iba a cobrar un tiro libre en contra. 'Quédese tranquilo, Juan Carlos’, lo tranquilicé al técnico cuando el equipo volvía a la cancha. Pero faltando cinco minutos para el final, me demoré un poquito, Ducatelli cobró falta y de tiro libre nos hicieron un gol. El juego se detuvo y empecé a charlar con Zanabria. cuando de repente, y sin darme cuenta, Lorenzo entró a la cancha como enloquecido. Me encaró y con su vocecita aflautada me gritó: ¡Se lo dije, Pantera, se lo dije! ¿Vio lo que hizo? ¡Perdió el puesto, Pantera, perdió el puesto!
Al final ganamos 2 a 1, pero jugué los últimos minutos muy nervioso. Ah, y perdí el puesto nomás...”.

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Hay dos equipos que hacen la diferencia: Estudiantes y Vélez. Si Estudiantes lo agarra ahora a este Racing le hace seis o siete goles porque cada vez que te pisa el área, sacás del medio.

(AMÉRICO GALLEGO, DT de Independiente, "atendiendo" a sus vecinos de Avellaneda luego de la clara victoria del 'rojo' ante Racing el domingo pasado)

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Soy el único pelotudo que trabaja gratis, así que nadie puede decirme nada acerca de mi responsabilidad.

(JUAN ROMÁN RIQUELME, jugador de Boca Juniors, analizando, el pasado viernes 25/9 en el programa "Vamos con Niembro” por Radio Del Plata, este presente del club de la Ribera. Recordar que Riquelme selló su regreso a Boca, tras su paso por Villarreal, con la condición de que el último año de contrato lo jugaría gratis)

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Bolivianos en la Argentina


La influencia del fútbol argentino sobre el boliviano es y ha sido muy importante desde tiempos incluso anteriores al profesionalismo (1930 en la Argentina, 1950 en Bolivia).

El futbol boliviano ha contado con miles de futbolistas argentinos entre sus clubes, incluso muchos de ellos nacionalizándose jugaron para la selección boliviana.

En comparación, la cantidad de jugadores bolivianos que han jugado en la Primera División de Argentina, es exigua. Lo que sigue, pretende ser un Dossier de todos ellos, especialmente los casos en que jugadores de The Strongest emigraron hacia el Río de la Plata.

El primer jugador boliviano en jugar en la Primera División de Argentina fue "atigrado", se trata del arquero Vicente Arraya, apodado "La Flecha Andina", lo hizo en 1944 para Atlanta. Pese a que no tuvo una labor destacada, fue el precursor. En esa temporada jugó solo un partido, el 12 de Noviembre de 1944 frente a Racing Club en cancha de Chacarita Jrs., recibiendo 2 goles en contra. En 1945, por lesión del arquero titular Carletti, Arraya atajó en 7 partidos y recibió 15 goles.

Víctor Agustín Ugarte, fue el segundo jugador boliviano que llegó a la Argentina, firmó para San Lorenzo de Almagro en 1958, allí jugó solo 3 partidos (las 3 primeras fechas), marcó su único gol en su debut, el 23 de Marzo, ante Gimnasia y Esgrima La Plata, cuando ambos equipos empataron 3-3 en el viejo Gasómetro.

Wilfredo Camacho, Ramiro Blacutt y el defensor De Lorenzo, fueron en 1962 a Ferro Carril Oeste, con suerte disímil. Willy jugó 22 partidos, Blacutt 12, y De Lorenzo 1; Camacho y Blacutt convirtieron 1 gol, ambos en el mismo partido del 5 de Agosto ante Chacarita, dándole la victoria por 2-1. Pero no fue un buen año: Ferro descendió a segunda división.

Carlos Aragonés jugó en Juventud Antoniana de Salta, cuando aún era muy joven y ni había debutado en el fútbol boliviano. Jugó el Nacional de 1975, aunque no contamos con los registros existen las referencias de que fue goleador y retornó a Bolivia para jugar en Bolívar en 1976.

Erwin "Chichí" Romero, uno de los mejores jugadores bolivianos de la historia, llegó a Quilmes en 1980, jugó 24 partidos y convirtió 2 goles, uno de ellos a Gatti, arquero de Boca, en partido que empataron 2 a 2.
Miguel Aguilar, fue el cuarto boliviano en Ferro Carril Oeste, jugó 15 partidos y convirtió un gol.

Milton Melgar, sin duda ha sido el jugador boliviano de mejor campaña en la Argentina. Llegó proveniente de Blooming a Boca Jrs. en la temporada 1985-86, y estuvo hasta 1987-88, en Boca jugó 92 partidos y convirtió 3 goles y ganó la Liguilla Pre-Libertadores de 1986; se constituyó en uno de los jugadores más importantes para el Boca de Menotti que peleó el título 86-87. En 1988-89 es transferido a River Plate, donde Menotti precisamente era DT, en River no tuvo la misma regularidad, jugó 23 partidos y no convirtió goles.

Ramiro “Chocolatín” Castillo es el de más extensa trayectoria en clubes argentinos; fue contratado por Instituto de Córdoba en 1987-88, llegaba precedido de una fulgurante campaña: campeón con The Strongest en 1986 y seleccionado boliviano en el preolímpico '87 y Copa América del mismo año; en Instituto jugó 27 partidos y convirtió un gol. Fue transferido a Argentinos Juniors, allí atravesó su mejor etapa y en dos temporadas (88-89, 89-90) jugó 69 partidos y metió 8 goles. Su campaña lo llevó a River en 1991-92, donde no le fue tan bien, 10 partidos y un gol.

Posteriormente, luego de un breve retorno a The Strongest a finales de 1991, jugó en Rosario Central en 1992, 16 partidos, 0 goles. Su último equipo fue Platense en 1993-94, donde jugó 23 partidos sumando un gol. Los números finales de Ramiro en Castillo en la Argentina fueron: 145 partidos, 11 goles.

Después de la exitosa campaña de la selección boliviana de 1993-94, varios jugadores bolivianos (de la selección, casi todos) fueron contratados por clubes de Argentina.

Julio Baldivieso jugó para un mediocre Newell's Old Boys la temporada 95-96, donde rindió en un nivel más que aceptable (25 PJ, 5 Goles), teniendo en cuenta que el club se encontraba en crisis institucional, luego de la controvertida incorporación de Maradona en 1994.

Luis Héctor Cristaldo pasó de Bolívar al hoy desaparecido, Mandiyú de Corrientes, donde estuvo corto tiempo, ya que el equipo correntino descendió inevitablemente de categoría. Cristaldo jugó 12 partidos y no convirtió goles, además fue dirigido por el debutante entrenador, Diego Maradona, y tuvo como compañero, entre otros, al "vasco" Goycochea.

Gustavo Quinteros, argentino nacionalizado boliviano, regresó a su país natal al ser transferido de The Strongest a San Lorenzo en 1995, coincidiendo con una gran campaña del San Lorenzo del "Bambino" Veira, Campeón del torneo Clausura '95, siendo Quinteros suplente en la mayoría de los partidos. Durante 1997-98, jugó en Argentinos Juniors, donde terminó su carrera futbolística. Su campaña, entre San Lorenzo y Argentinos Juniors, fue: 56 PJ, 2 Goles.

Oscar Carmelo Sánchez, fue transferido por The Strongest a Gimnasia y Esgrima de Jujuy en 1996, donde jugó hasta el torneo Clausura '98. Durante el tiempo en que estuvo en el equipo jujeño, realizó una gran campaña que le valió su incorporación a Independiente, dirigido por César Luis Menotti, en la segunda mitad de 1998. En el "rojo" también se destacó y fue titular indiscutido, y aún figura, hasta que a finales de 1999, al no estar en los planes del D.T. Enzo Trossero, regresó a The Strongest. El "cabezón" totalizó 62 PJ, y 13 goles.

Milton Coimbra, jugador que aparecía de la mano de Dussan Draskovic de titular en la selección boliviana '96, fue transferido de Oriente Petrolero a Lanús, donde jugó entre 1996-97. No satisfizo las expectativas que el club tenía de él, cumpliendo una mediocre campaña. PJ 14, 0 Goles.

Iván Castillo, jugó en Gimnasia y Esgrima de Jujuy entre 1997-99; ante el éxito de Sánchez y también su buen rendimiento en la selección Iván estuvo de lateral-volante izquierdo cumpliendo de manera regular. Pj 35, sin goles.

Marco Antonio Sandy, llegó también a Jujuy (1998-2000) luego de una desafortunada incursión en el Valladolid de España, la intención era cubrir el vacío dejado por la partida de Sánchez a Independiente. Cumplió, aunque no consiguió equiparar lo hecho por el "cabezón" Sánchez. PJ. 46, 4 Goles.

Diego Bengolea, siguiendo la seguidilla de incorporaciones de bolivianos a Jujuy, pasó a Gimnasia en 1998, donde jugó alternativamente hasta 1999; debido a la intermitencia de sus presencias no pudo consolidarse y se marchó sin dejar huella.

Recién en 2004 un jugador boliviano fue nuevamente contratado por un club argentino, se trató de Ronald Raldes, quién pasó de Oriente Petrolero a Rosario Central. Raldes, durante el tiempo que estuvo en Rosario (2004-08), tuvo grandes actuaciones, especialmente en sus primeros torneos convirtiéndose en líder e indispensable para la defensa "canalla" (se especuló sobre su posible paso a River), pero debido a la crisis económica del club, en parte, y también a una caída en su rendimiento, dejó el club en 2008. En total jugó 136 partidos, convirtiendo 3 goles.

Por el éxito de Raldes, otros dos jugadores bolivianos llegaron a Rosario Central: Ronald Arana, cuya estadía en Central fue efímera y prácticamente nominal y José Alfredo Castillo quien en 2006 jugó 3 partidos, sin anotar ningún gol.

Joaquín Botero, precedido de un más que aceptable rendimiento en Pumas de México, llegó para jugar en San Lorenzo en 2006. Fue un fiasco, ya que no rindió en absoluto y se marchó dejando en las estadísticas, 2 PJ y 0 Goles.

(tomado de la página boliviana “La cañada del tigre”, perteneciente a la hinchada de The Strongest)

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Entre sus grandes logros deportivos, Boca Juniors tiene una curiosidad: una vuelta olímpica en Miami, estado de La Florida, Estados Unidos.
Fue precisamente el 17 de Marzo de 1990, en el Orange Bowl de Miami, cuando el xeneize, como ganador de la Supercopa de ese año, enfrentó a Atlético Nacional de Medellín, campeón de la Copa Libertadores para dirimir el ganador de la Recopa Sudamericana 1989.
Arbitró el brasileño José Wright y Boca ganó por 1 a 0 con gol del hoy comentarista deportivo Diego Latorre a los 36 minutos del primer tiempo.
Los equipos formaron de la siguiente manera:
Boca Juniors: Navarro Montoya; Stafuza, Simón, Marchesini y Cuciuffo; Giunta, Marangoni, Ponce y Latorre; Graciani (Soñora) e Itabel (Barberón).
DT: Carlos Aimar
Atlético Nacional de Medellín: Higuita; Herrera, Perea, Cassiani y C. Gómez; Álvarez, Pérez (Asprilla), García y Arango, Fajardo y Arboleda (Galeano).
DT: Hernán Darío Gómez
Fue un partido en el que en las tribunas del Orange Bowl estuvieron colmadas de hinchas argentinos residentes en Miami, y muchos otros que viajaron especialmente para hacer compras y, de paso, ver fútbol.

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Cuando le dije que era futbolista contestó: "¿Pero de qué trabajas?"

(CHRISTIAN KAREMBEU, ex futbolista francés, cuando conoció a su esposa, la modelo eslovena Adriana Sklenarikova considerada la mujer con las piernas más largas del mundo)

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El fútbol me parece la degradación de la condición humana. Quien lee prensa deportiva se hace cómplice de esa degradación.

(FERNANDO SÁNCHEZ DRAGÓ, escritor español)

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El Nepo (Elma Murrugarra - Perú)


Nepo dice que cuando sea grande quiere ser futbolista. Su abuela dice que para jugadores basta con su abuelo. Pero ella también dice que sus padres lo tienen que bautizar, que no sabe qué esperan, que por eso le está sacando canas verdes. Que ha salido a su mamá seguro porque su hijo es un santo.

Nepo tiene tres años y unos ojazos color chocolate. También tiene asma. Y le gusta tomar raspadillas. Odia que le corten el pelo y sus rulos le caen por la cara, que casi siempre esta sucia por sus mocos y por el fútbol. A Nepo le encanta que su mamá, cuando está en casa, le lea cuentos, y quiere que sean todos los cuentos de su biblioteca, para que así se quede con él todo el día, todos los días.

En las mañanas, su papá sólo alcanza a darle un beso que medio lo despierta antes de irse a trabajar. Entonces Nepo espera a que su otra abuela lo recoja para llevarlo a jugar fútbol y luego a tomar raspadillas. Él no quiere ser médico como su papá. Detesta los hospitales, porque hace una semana se llevaron ahí a su mamá y no regresa. Por eso él quiere ser futbolista.

A su mamá le gusta el fútbol. Nepo es feliz viendo a su mamá tan contenta cuando gana su equipo. Él es de la “yu” y su papá le ha comprado la camiseta de Solano. Nepo quiere hacer goles, quiere ser amigo de Reynoso, porque su mamá es hincha de Reynoso y también de Solano y también de Galván. Porque Galván es valiente dice ella. Y por eso él no se deja cortar el pelo.

Nepo espera todas estas tardes, sentadito en la primera grada de la escalera de su casa, comiendo mandarinas, soñando que quizá mañana, Reynoso lo va a ver jugando fútbol y entonces va a jugar por la “yu” y ya va a ser grande y va a sacar a su mamá del hospital y se van a ir a comer raspadillas. Porque segurito que su mamá no quiere seguir en el hospital.

Piensa que su mamá debe de estar triste porque estos días hace más frío y ella cuando está en casa, siempre le está limpiando la nariz, desenredándole el cabello con cuidado, arropándolo demasiado y cortándole las uñitas que suele tener negras. Y ahora ella no está.

Su papá le dice que su mamá está en el cielo, no sabe explicarle cómo. Le susurra que su mamá lo quiere mucho, llora y lo abraza fuerte y casi no lo deja respirar. Nepo no llora. Él sigue creyendo, que si él le cuenta a su mamá que conoce a Reynoso y que va jugar por la “yu”… ella va a regresar. De eso está seguro.

(Mi total agradecimiento a Elma por su gentileza de cederme este cuento para compartirlo con todos ustedes)

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Fue tanta la expectativa que produjo la final de la Copa de Campeones de Europa de 1996, que la emisora religiosa Radio Vaticano decidió transmitir, por primera vez en su historia, ese cotejo que protagonizaron la Juventus, de Turín, y el Ajax de Ámsterdam, Holanda.
Radio Vaticano, dirigida por la orden de los jesuítas, sólo irradiaba informaciones y comentarios acerca de las actividades del Papa y de la Santa Sede a diferentes partes del mundo y en diversos idiomas.
Claro que para esa final, disputada el 22 de Mayo de 1996, Radio Vaticano designó a dos enviados especiales quienes, en cuidadoso léxico y sin demasiado gritos, dieron a los feligreses de la religión católica, el desarrollo del cotejo y los goles del triunfo del conjunto italiano, en definición por penales.
Además, se transmitió el partido con el máximo de objetividad y sin demostrar demasiada alegría por el éxito del conjunto turinés. Fue una emisión sin avisos comerciales y, para los entendidos, de una calidad radial fuera de lo común.

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Soy como el 90% de los futbolistas. Cuando conocemos a una mujer pienso: ‘¿Me querrá por quien soy o por mi dinero?

(SOL CAMPBELL, internacional inglés, actual central del Notts County de la cuarta división inglesa)

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Esta tarde trataron tan mal a la pelota que a la noche va a tener que dormir vendada.

(HÉCTOR “Bambino” VEIRA, ex jugador y entrenador argentino, y su conclusión al cabo de un partido aburrido)

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Para Valdano (Jonathan Soriano - España)


La pelota sólo ama a quien la cuida;
Salve al santo Zidane dios del gabacho
y a la extrema unción del catenaccio
del gran Diego y la gracia sin medida.

Para el genio que salva toda herida
de los once centrales del empacho
se va abriendo la cancha hacia lo ancho
y da pases al pie sin ver la vida.

Y en el juego, que no se hunde en el fango
va el rimar de unas botas con la gloria,
¡viva el fútbol a ritmo de un buen tango!

Han citado a un pibe con la Historia
es Jorgito, que va filosofando,
sobre goles, esférico y victoria.

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Zidane


España saldrá del verano en dirección al otoño sin otros asuntos de interés clamoroso que el caso Gescartera y el caso Zidane. Claro, que siempre hay que contar con ETA como materia prima de nuestros desastres y de nuestros toques de silencio, pero de vez en cuando conviene vivir intensamente obsesiones rigurosamente civiles. Salga como salga esa maravilla preconciliar de Gescartera, habría que pensar en una distinción, peyorativa se entiende, pero especial para genios como el señor Camacho.

Algo así como 'El hurón de oro' o 'El caganer de platino', diseñados por Chillida y Mariscal, respectivamente, reclamos éticos para todos los españoles, que verían así representado a qué puede conducir el mal, consecuencia de una mezcla de listeza de toco mocho y de canon secreto de los poderes fácticos más antiguos y determinantes: la Iglesia y los cuerpos militares.

Así como el caso Gescartera tendrá su territorio clarificador en las Cortes españolas, Zidane va a vivir un vía crucis constante, campo de fútbol a campo de fútbol, pendiente sobre el bereber la duda de si vale lo que juega o no juega lo que vale. Cada vez que se enfrente el Madrid contra quien sea, la valoración de Zidane será un valor añadido y a la vez determinante, algo así como la antigua prueba de los nueves o la televisiva prueba del algodón.

Y Zidane no tiene otra alternativa que cerrar las bocas y frustrar las expectativas perversas con su juego, antes de caer en la dramática comprobación objetivable de que le está quitando el sitio a Helguera. Nunca otro jugador fue tan vigilado por la oftalmología paisana como este hombre, que, sobre todo, juega bien en la selección francesa y pasó por Italia como Goethe, de vacaciones, pero sin escribir nada, creo, perteneciente al género de esa literatura de viajes que modifica los paisajes.

Si no triunfa, al presidente del Madrid sólo le queda la salida de fichar a Bush como media punta, pero si triunfa, la gloria espera al equipo dirigente, que, con un solo fichaje, se hará de oro y dejará tan extasiados a los peatones de la historia que desde la caverna contemplamos las piernas de los jugadores más caros de este mundo como si fueran las nuestras.

(artículo del escritor Manuel Vázquez Montalbán, publicado en el diario "El País" de Madrid, 27 de Agosto de 2001)

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El fútbol argentino tiene un solo drama. Y es el fútbol argentino.

(ERNESTO CHERQUIS BIALO, periodista deportivo argentino y vocero oficial de la A.F.A.)

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El mejor partido de mi vida lo jugué contra Italia en el Mundial de 1974, lástima que nos tuvimos que volver rápido. Es que la mayoría de los muchachos fueron a hacerse los lindos...

(RENÉ HOUSEMAN, ex jugador argentino, participó en los Mundiales de 1974 y 1978)

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Medio a cero (Juan María Iroulart - Argentina)


El "Toro" Freidíaz, mamita como le pegaba de fuerte a la pelota, era el 8 de Huracán Ciclista Club, en la Liga de Adolfo González Chaves, pese a su corta edad ya era conocido por su destreza y todos recordaban aquel partido en reserva contra Cascallares, cuando sacó el bombazo que fue el causante de los gravísimos disturbios, acontecimiento que luego se lo conoció como "La tarde del medio", porque el arco era de palos cuadrados, como en todos lados, y el formidable remate del Toro dio en uno de los filos del palo pero como venía con semejante violencia la pelota se partió por la mitad y cayó una mitad afuera y la otro adentro del arco, el referí no sabía que cobrar hasta que se le acercó el Gringo Maglione (capitán de Huracán Ciclista) y le alcanzó a susurrar al oído: “si no cobrás gol, te fajo...”

Inmediatamente el hombre de negro marcó el centro del campo, desencadenando una batahola descomunal; al tiempo la Liga dio su dictamen sobre el resultado siendo este de ½ a 0 a favor de Huracán Ciclista.

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River Plate fue el primer equipo argentino que jugó en Inglaterra: El 2 de Febrero de 1952 le ganó 4-3 al Manchester City con 2 goles de Ángel Labruna, uno Walter Gómez y otro de Santiago Vernazza (foto).
“Guito” Vernazza (26/09/1928) caminaba desde su trabajo en el centro hasta su casa en la calle Ruiz Huidobro sólo para fortalecer las piernas. Después de esa etapa, de su recordado gol a Huracán y de los chistes de Labruna algunos lo llamaban con el sutil mote de “comefierro”.
Debutó en la primera de Platense a los 19 años (1947): “Mi campaña tuvo un comienzo insólito. Yo jugaba en la quinta división de Platense y un domingo me hicieron debutar en tercera. Al jueves siguiente me pusieron en reserva y al otro partido en primera, contra River, de puntero izquierdo. La delantera formó con Belén, el uruguayo Vázquez, Gallina, Francini y yo”.
Nada menos: “Cuando no jugaba iba a ver a River, club del que era simpatizante. Mi espejo era Muñoz, el mejor puntero derecho que he visto. Curiosamente cuando River adquirió mi pase en 1951, Muñoz fue a Platense en trueque junto con Coll y Negri. Una gran paradoja porque yo lo fui a reemplazar”.
Además del pase de los tres jugadores, River entregó $ 250.000 por su pase. “Una fortuna que juegue en River -decía Amadeo Carrizo-, cuando jugaba en contra me dejaba las manos a la miseria”. Y casualmente su último partido en Platense también fue contra River en el último juego de 1950 (hizo un gol de penal).
“Los mejores equipos que vi fueron La Máquina de River e Independiente de 1939. Cozzi y Amadeo Carrizo los mejores arqueros. Entre los jugadores de campo, Labruna, Pedernera, Báez, Walter Gómez y Pontoni”.
Otros tiempos: “No se puede comparar el futbol de antes y el de ahora por los cambios de posiciones y de técnicas. Antes todos los equipos jugaban con dos punteros y un centroforward. Y los insiders bajaban y sibían para acompañar a los de arriba. Ahora todo es diferente. En mi época el juego era más franco, más limpio. Hoy no ocurre eso. Las acciones son más trabadas, más luchadas, abundan las infracciones y se desluce el espectáculo. Creo que el público de antes dejó de ir a las canchas”.

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Podemos ganar si hacemos la nuestra: tocar, rotar y usar nuestra superior habilidad. A correr no le vamos a ganar seguro.

(ROBERTO "Pipo" FERREIRO, técnico de Independiente de Avellaneda, el 25/11/73 en su llegada con el plantel al Aeropuerto de Fiumicino para disputar la Intercontinental contra la Juventus de Turín a quien derrotó por 1 a 0 con recordado gol de Ricardo Bochini)

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Lo difícil, ustedes saben, no es fácil.

(VICENTE MATHEUS, recordado Presidente del Corinthians fallecido en 1997, justificando las dificultades para contratar grandes jugadores)

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El lado suave de Wayne Rooney (Mathias Kollros - Austria)

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Los 7 goles de Fernando Morena en un partido

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Durante estos casi 110 años de historia en el Barça han jugado 20 jugadores nacidos en Argentina. Aunque en su mayoría eran futbolistas, también han habido jugadores de básquet y de hóckey sobre patines
La primera vez que un jugador argentino llegó al Barça fue en 1915. Se trataba de Juan Garchitorena, y su paso por el club está rodeado por la anécdota. A pesar de ser argentino, fue inscripto como español hasta que el Espanyol denunció el caso a la Federación Catalana que obligó al F.C. Barcelona a repetir todos los partidos. Más tarde, Juan Garchitorena se convirtió en actor, bajo el nombre de Juan Torena, y fue un auténtico ‘latin lover’ en Holywood
Tuvieron que pasar más de 30 años para que el Barça a finales de los 50 contratara a Florencio Caffaretti, Marcos Aurelio Di Paulo y Mateo Nicolau.
Por su parte, ‘Milonguita' Heredia fue uno de los otros argentinos que defendió la camiseta azulgrana, en este caso durante los años 70. Las trabas federativas retrasaron su debut, ya que en aquella época no se podían contratar jugadores extranjeros. Después de ser cedido al Oporto y al Elche, finalmente ‘Milonguita', con la nacionalidad española en su bolsillo, pudo vestirse de azulgrana.
En los 80 llegaría uno de los cracks de Argentina de todas las épocas como fue Diego Armando Maradona. Los driblings, los disparos de falta, su personalidad y sus goles para enmarcar cuajaron en el público del Camp Nou. El ‘10' azulgrana llegó a Barcelona después del Mundial 82.
En los últimos años, el vestuario del primer equipo de fútbol ha acogido a futbolistas como Pizzi, Pellegrino, Saviola, Bonano, Riquelme, Sorín y Maxi López. Además, Messi, uno de los jugadores que seguramente ya ha entrado a la historia azulgrana y de la selección argentina, ha llegado a hacerse un lugar en el primer equipo desde la cantera barcelonista.
Además de estos futbolistas, el Barça también ha contado con argentinos en las diferentes secciones profesionales. En el baloncesto, Juan Domingo de la Cruz o Marcelo Nicola, y en hóckey sobre patines, Roberto Roldán, Carlos López, 'Gaby' Cairo y los hermanos Páez (David y José Luis).
Y a todos ellos podíamos sumar a dos jugadores que en su día llegaron a tener un contrato con el Barça pero las trabas políticas impidieron que se consumaran sus fichajes y solo pudieron jugar algún que otro amistoso: Alfredo Di Stéfano y Alberto 'Conejo' Tarantini.

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No estés mal. Algún día la ganaré.

(PELÉ, al ver llorar a su padre, Dondinho, tras la derrota de Brasil ante Uruguay en la final de 1950)

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Cantoná tiene clase de verdad. Daría todo el champán que he bebido por jugar con él un gran partido de Copa de Europa en Old Trafford.

(GEORGE BEST [1946-2005], célebre jugador irlandés opinando sobre el crack galo)

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Joan Gamper, el primer crack del F.C. Barcelona


Desde que llegó a Barcelona, Joan Gamper se puso manos a la obra para favorecer el proceso de introducción del deporte en Catalunya. Con la constitución del Fútbol Club Barcelona se erigió en uno de los jugadores más talentosos y admirados dentro y fuera del terreno de juego. Al margen de su tarea presidencial fue un reconocido deportista caracterizado por un empuje e ilusión sin límites, virtudes todavía características de la entidad.

En pleno proceso de introducción en Catalunya de diferentes modalidades deportivas -entre ellas el fútbol- de la mano de ciudadanos extranjeros residentes en el país y de los catalanes que habían visitado otros países europeos, Joan Gamper, un joven suizo con una amplia trayectoria deportiva, llegó a la Ciudad Condal. Si bien inicialmente la estancia se preveía temporal, no tardó en sentirse bien acogido en medio de un círculo de amistades inglesas, escocesas y de catalanes residentes en Sant Gervasi de Cassolas. Con ellos prosiguió su trayectoria deportiva brillante que le había caracterizado más allá de nuestro territorio como un destacado sportman.

A pesar de que nació el 22 de Noviembre de 1877 en la ciudad suiza de Winterthur, fue en Zurich -donde se trasladó con su familia con tan sólo 7 años- donde inició su carrera deportiva. Tanto fue así que aún siendo adolescente ya sobresalía en numerosas carreras atléticas y ciclistas de su país.

En esta misma ciudad empezó a practicar el fútbol, configurándose como capitán del FC Excelsior y como fundador del FC Zurich. Poco antes de cruzar los Pirineos, Gamper se desplazó a la ciudad francesa de Lyon, donde siguió ampliando su palmarés deportivo tanto con respecto al fútbol -fue considerado uno de los mejores jugadores del FC Lyon- como el rugby.

Con una trayectoria como esta no es de extrañar que al poco de su llegada a Barcelona -entonces la ciudad más industrializada del país y un foco de concentración de ciudadanos extranjeros que se habían instalado por motivos laborales-, encabezara la creación de un team de football. Esta iniciativa se concretó, como es sabido, el 29 de Noviembre de 1899 con la constitución del Fútbol Club Barcelona y de la primera Junta directiva, en la cual Gamper se reservó las funciones de capitán del equipo.

Como jugador, el "campeón suizo", tal y como era considerado por el diario Los Deportes (22 de Octubre del 1899), acostumbraba a ocupar la posición de delantero centro. Desde el primer partido, jugado el 8 de Diciembre de 1899, destacó por sus calidades futbolísticas que le permitían, tal y como recoge La Vanguardia (9 de Diciembre de 1899), "en una de sus impetuosas salidas conducir la pelota al campo contrario", sin rehusar tareas de centrocampista o de corte defensivo.

Elogios constantes

En estos inicios de la entidad, a menudo difíciles, Joan Gamper se erigió como la auténtica alma del equipo, tanto por sus habilidades, deportividad y liderazgo en el terreno de juego, como por su carisma entre el creciente número de aficionados reunidos en torno al fútbol. En el transcurso de estos primeros años de existencia el FC Barcelona se fue consolidando en el panorama deportivo de la Ciudad Condal, gracias a unos éxitos deportivos que encabezó él mismo, considerado "sin duda alguna el mejor delantero de este país, además de combinaciones posee sus perfectos driblings", como se podía leer en Los Deportes (12 de Enero de 1902). Aun así, durante los años que estuvo en activo como jugador de fútbol, no dejó de practicar otras modalidades deportivas.

Así, al poco de la constitución de la entidad, la prensa hacía mención de su participación en una carrera atlética con motivo de la fiesta de la Sociedad Los Deportes -acabó en segunda posición- y de sus partidos de tenis en representación del Sportmen’s Club, a menudo acompañado de su buen amigo Udo Steinberg. Desgraciadamente Gamper decidió finalizar su trayectoria como futbolista en 1904 después de haber jugado 51 partidos y de haber marcado 120 goles con la camiseta azulgrana, meta hoy en día difícil de imaginar.

Con sólo seis años en Barcelona era considerado un auténtico crack del fútbol, distinguiéndose como el "maestro por antonomasia, el buen amigo, el jugador elegante, el distinguido capitán del Barcelona, insustituible durante mucho tiempo tanto por las simpatías de su personalidad cuanto por los merecimientos de su juego", en palabras de Los Deportes (19 de Julio de 1903).

En los años en que fue jugador del FC Barcelona Joan Gamper consiguió sembrar una semilla impregnada de los valores característicos del deporte moderno -deseo de triunfo, progreso, fair-play, competitividad- que se fue reforzando en el transcurso de sus presidencias y que ha caracterizado la entidad azulgrana hasta la actualidad.

(artículo de Sixte Abadia i Naudí, publicado en "Barça", revista oficial del F.C. Barcelona, número 20, Abril de 2006, pág. 54 y 55)

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Carlos Salvador Bilardo, quien como director técnico del seleccionado Argentino de fútbol consiguió una Copa del Mundo en México 86 y un subcampeonato en Italia 90, siempre se caracterizó por ser un entrenador minucioso que "estaba en todas", y que no pasaba detalle por alto ni dejaba circunstancia librada al azar.
Como muestra bien puede destacarse una actitud que el discutido técnico tuvo poco después que la Argentina igualara en dos tantos con Ecuador, como visitante, por la Copa América de 1983. Ese año el campeonato de selecciones sudamericanas se desarrollo por zonas y con partidos de "ida y vuelta" y no en un país que oficiara de sede, tal como aconteció en las últimas ediciones.
Tras el empate, Bilardo devolvió a la firma "Le Coq Sportif" -por ese entonces proveedora de la ropa deportiva de la selección- todos los pantaloncitos designados para el primer equipo, y pidió que se los cambiara por otros que poseyeran un bolsillo en la parte posterior.
"Quiero que cada jugador lleve allí dos o tres rodajas de limón" -se justificó el entrenador ante la prensa-, "cuando jugamos en Quito no tenían bolsillos, y Miguel Ángel Russo llevó pedazos de limones en dos bolsitas plásticas, que colocó junto a uno de los postes de Nery Pumpido y al lado del banderín de la media cancha".
Claro que el mediocampista albiceleste no contó con la "viveza" de los chicos alcanzapelotas, quienes desde el anonimato aportaron lo suyo para colaborar con el combinado nacional y, de paso, disfrutar de unos ricos y refrescantes trozos de cítricos.
"Cuando la altura empezó a secar las gargantas -prosiguió Bilardo-, todos pedían un pedazo de limón y no había más. Eso no volverá a pasar si tenemos bolsillos en los pantaloncitos".
Cabe destacar que en su primera época al frente de la selección Bilardo aún no contaba con los prácticos servicios del polifuncional masajista Miguel Di Lorenzo, popularmente conocido como "Galíndez".

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Yo no hago goles, soy un instrumento de Dios para hacer goles.

(PAULO SILAS, ex futbolista brasileño, cuando jugaba en San Lorenzo de Almagro y militaba en los Atletas de Cristo)

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En Latinoamérica la frontera entre el fútbol y la política es vaga. Hay una larga lista de gobiernos que han caído o han sido derrocados después de la derrota del equipo nacional.

(LUIS SUÁREZ, ex futbolista español)

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Que me quiten lo bailado (Antonio José Moreno Villa - España)


La pelota volaba por el aire.

Casi se podía leer la marca del balón de lo templado del pase.

La vista fija en él, era la última oportunidad del partido.

El tiempo corría, corría casi al mismo ritmo que mi corazón.

No podía fallar, tenía todo a mi favor.

Mi gran estatura, mi portentoso salto y mi espectacular y certero remate.

El desmarque de mis compañeros me dejaba un gran pasillo arrastrando a toda la defensa.

En tan poco tiempo, todo parecía no querer tener fin.

En mi mente todo se ralentizaba pese a transcurrir a gran velocidad.

Siento tan cerca el balón que mi cuerpo se tensa y ya, cuando empiezo a elevarme en el aire, mi vista recorre la posición del portero, el balón que llega, los contrarios que parece que no se percatan de mi presencia.

Con todas mis fuerzas meto la cabeza, «zas», el impacto es espectacular, donde no puede llegar el portero.

El portero ni nadie.

La luz me nubla la vista, la luz y el golpe que me doy.

¿Dónde está el balón?, ¡no lo tengo claro!

¿Y los compañeros que me dibujaron el desmarque?

¡Qué hago yo empotrado en el aparador!, y los gritos.

Los gritos, los de mi mujer.

-Pardillo, qué, ¡otro partidito!, y qué, ¡entro o no entro!

Qué golpe, qué afición la mía.

Lo malo de estos sueños es al despertar cómo quedó el terreno de juego.

La alfombra verde es una manta donde nunca voy a caer, y la portería o el área, el armario o el aparador.

Que el delantero se quedó en el metro sesenta.

Que tengo vértigo a las alturas y no doy una patada a un bote.

Eso sí, en sueños y mientras no haya golpes.

Que me quiten lo bailado.

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En Agosto de 1976, el Valencia de España ofreció a Rosario Central medio millón de dólares por Mario Alberto Kempes. En aquellos tiempos, esa cantidad era mucho dinero y también era mucha la responsabilidad de los dirigentes canallas el decidir por sí solos la transferencia de su máximo goleador e ídolo de la hinchada.
Repitiendo casos anteriores en el club, se decidió realizar un plebiscito, por el sí o por el no, para concretar el pase del cordobés, quien ya había sido goleador del torneo Nacional de 1974 (25 tantos en 25 cotejos) y del Metropolitano de 1976 (21 goles en 21 partidos).
El plebiscito se efectuó en un día laboral (fue un lunes) y entonces de los 40 mil socios habilitados para dar su opinión, solo votó un 4 por ciento. El cómputo final fue de 967 votos a favor de la transferencia y 228 por la negativa, con 2 votos en blanco y 2 anulados. De esa forma, Kempes pudo crecer económicamente y profesionalmente, dejando el mejor de los recuerdos en Rosario Central, porque tras 26 meses vistiendo la camiseta canalla, había logrado un total de 97 goles en partidos oficiales y 8 en Copa Libertadores.

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No entiendo el descuento. Cuando Bellamy marcó la tablilla del cuarto árbitro marcaba cuatro minutos de prolongación. No voy a cuestionar la integridad del árbitro, tan solo quiero una explicación, estaría bien recibir una, pero no creo que lo consiga. Nos sentimos muy agraviados con el arbitraje. (MARK HUGHES, DT del Manchester City)

A veces tienes un vecino ruidoso, y tienes que vivir con él, no puedes hacer nada ante eso, y ellos siguen haciendo ruido. Lo que puedes hacer, como hemos demostrado hoy, es continuar con tu vida, poner la televisión y subir el volumen un poco, mientras ves cómo los jugadores demuestran su mejor juego, y esa es la mejor respuesta de todas. (ALEX FERGUSON, DT del Manchester United)

(las voces de los entrenadores luego del vibrante y polémico clásico de Manchester disputado ayer y que se adjudicó el United por 4 a 3 con gol de Owen en el minuto 96)

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Pienso que la impresión que queda de un entrenador que se pasa los noventa minutos dando indicaciones desde el borde de la cancha es que durante la semana no hizo nada.

(JORGE "Pipa" HIGUAÍN, ex futbolista y entrenador argentino, padre de Gonzalo y Federico)

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Yo no bajo (Javier Elizalde Blasco - España)

* dedicado al Club Atlético Osasuna


Se ha ido enraizando en la tierra
de los campos de primera,
rojo intenso es el color
que luce la brava flor.

Hay algunos que la pisan
pues la quieren ver marchita,
que se vayan al carajo,
que lo sepan: yo no bajo.

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La primera vuelta olímpica en el fútbol grande de Newell's Old Boys de Rosario, fue al ganar el torneo Metropolitano de 1974.
En el último partido, disputado el 2 de Junio de ese año, le tocó enfrentar a su clásico rival, Rosario Central, que actuó en calidad de local.
El empate 2 a 2 fue suficiente para que los "leprosos" se quedaran con la alegría y los "canallas" con toda la tristeza al no poder estropearles la fiesta a sus acérrimos adversarios.
La síntesis de ese partido inolvidable para los rojinegros fue la siguiente:
Rosario Central (2): Biasutto; Jorge González, Arias, Burgos y Cornero; Solari, Aimar y Zavagno; Bóveda, Cabral y Carril.
Newell's Old Boys (2): Carrasco; Rebottaro, Pavoni, Capurro y Barreiro; Berta, Picerni y Zanabria; Santamaría, Obberti (Ribecca) y Rocha (Magán).
Árbitro: Humberto Dellacasa
Goles: Arias (RC), de penal, en el cierre del primer tiempo; 24 del segundo Aimar (RC), 26' Capurro (NOB) y 36' Zanabria (NOB).
El partido, a dos minutos de su finalización, debió ser suspendido al ser invadida la cancha por parte de hinchas de Newell's, quienes anticiparon la vuelta olímpica.
Igualmente, el empate fue confirmado por la AFA, oficializando el título de campeón al rojinegro y marcadando a fuego para siempre en la memoria del pueblo “leproso” esa primera estrella conseguida a través del inolvidable zurdazo de Marito Zanabria.

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Entre 1940 y 1948 teníamos tanta cantidad y calidad en materia de atacantes que se discutía entre Pontoni y Pedernera, Martino y Moreno, el Chueco García y Loustau. Eran tiempos de vacas gordas. No se ganaba siempre, pero ¡cómo jugaban! Ahora, llegó el tiempo de las vacas flacas.

(FÉLIX DANIEL FRASCARA [1907-1962], recordado maestro de periodistas argentinos)

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Messi hará lo que quiera con su carrera. Hace jugadas que normalmente un jugador logra a los 25, 26 ó 27 años. En 10 años podré decir que yo jugué con Messi. Un jugador como él no es normal.

(THIERRY HENRY, internacional francés, opinando sobre Lionel Messi -2008-)

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Tal vez mañana (Nuria Barral - España)


QUERIDO DIARIO:

Acabo de llegar con el equipo al hotel de concentración. Mañana se supone que es el gran día, o al menos así lo esperan todos... todos menos yo. En el fondo me da igual. ¡Qué más dará ganar o no la Copa de Europa! ¡Otra más! Ya ni recuerdo cuántas tiene este equipo. Casi, casi, sería más noticia perder que ganar. Pero a mí ya me da igual. ¿Mi vida va a cambiar dependiendo del resultado? No. Ojalá cambiase de verdad.

Pase lo que pase soy consciente de que voy a seguir siendo el mismo, el mejor futbolista del año, el mejor del equipo. De no lograr la Liga de Campeones no me criticarían... Los he salvado en muchas ocasiones. Me adoran: prensa, afición, amigos, familia y mi esposa. Ella siempre está ahí. Lleva cinco años conmigo y es lo mejor que me ha podido pasar. Y es que sabe exactamente lo que tiene que hacer y lo que tiene que decir en la forma y momento adecuados. Es la chica perfecta para alguien como yo, para una estrella como yo. Nunca tiene una mala cara, un mal gesto... ni un reproche.

Ella siempre controla la situación, pero yo no. Sólo controlo cuando juego. Sobre el terreno de juego me siento libre, no tengo secretos para el balón y me entrego en cuerpo y alma, sabedor de que si remato bien la faena la afición me querrá, los rivales me admirarán, la prensa me alabará y yo seré feliz. Sin embargo, cuando el árbitro pita el final de cada partido llega el engaño.

A partir de ese momento, odio no poder comportarme como soy. ¿Por qué me escondo?, ¿por qué no puedo ser libre como...? No puedo más. Quiero vivir la vida que deseo. Lo he pensado muy detenidamente y creo que mañana podría ser un buen día para anunciarlo pero... ¿por qué tengo que hacerlo público, acaso soy un bicho raro? El hecho de que no pueda llegar nunca a querer a mi mujer ni a ninguna otra, no es pecado. Dios, ¡¡¡ayúdame!!!

¿Qué pensarán mis compañeros de equipo? El presi ya lo sabe y no le ha hecho ni pizca de gracia, fue muy claro el día que se enteró. ¿Y la gente? Supongo que habrá opiniones para todos los gustos pero ya me estoy imaginando las pancartas reluciendo en el Fondo Sur del estadio.

Y ella... ella no merece pasar por esto después de lo bien que se está portando. Y me angustia pensar en el dolor de mi familia, siempre tan discreta. No quiero lastimar a los míos pero necesito sentirme bien... Pero ¿qué estoy diciendo? No voy a tener valor, soy un cobarde... Dios, si no lo hago yo, ¿quién lo hará?, ¿la prensa? ¡¡¡Ah, esos carroñeros disfrutarán a mi costa!!!

Bueno, no sé. A lo mejor no me maltratarán tanto, digo yo que los tiempos han cambiado, todo el mundo lo entendería; sin embargo... aquí, ¿qué hay que entender? Mañana prefiero tener que marcar un penalti decisivo, en el último minuto, con todo el estadio al borde del infarto, que este fuego que me está quemando por dentro.

¿Por qué no puedo hacer algo que quiero, qué me lo impide? TODO, me lo impide TODO. No sé qué hacer. ¡¡¡Maldita educación que me hace verme como a un auténtico soldado sin armas!!!

Soy inocente, no he hecho nada... Pero mañana seré culpable. Lo he decidido. Será justo después de levantar la décima Liga de Campeones. La que nos acredite como el mejor equipo del Viejo Continente. ¿Qué importa que en vez de hablar de la victoria se hable de mí? No sería tan trascendental. Ya son 10 Copas de Europa, porque a una no se le haga caso, no va a pasar nada... pero la afición no lo merece.

Estoy acostumbrado a ser el protagonista pero tanto, tanto, tanto... no sé si estoy preparado.

Creo que mañana será un día grande, aunque todavía no tengo muy claro por qué lo será.

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Mucha gente no le perdona su pátina intelectual…

El fútbol tiene tics conservadores y autoritarios, tal vez porque es un juego primario, con un punto de brutalidad evidente. Alguien que pretenda reflexionar sobre el fenómeno del fútbol no tiene buena aceptación. Por otra parte, yo poseo una gran facilidad para hacer amigos y enemigos. Sin darme cuenta siempre me veo metido en medio de dos trincheras.

¿Qué le molesta más, que le llamen cursi, rojo o sudaca?

Sin duda, sudaca. El término es despectivo. Le contaré una historia de Lángara que a mi me gusta mucho. Lángara fue un futbolista vasco, republicano, que tuvo que exiliarse y fue a parar a la Argentina. El día de su debut en San Lorenzo de Almagro metió tres goles, y toda la hinchada le gritó "vasco, vasco, vasco". Bueno, pues entre ese "vasco, vasco, vasco" y el "indio, indio, indio" con que nos reciben aquí a los sudamericanos, hay una diferencia donde cabe toda la injusticia inimaginable.

¿Sigue siendo un ídolo, Maradona?

Es un personaje al que mucha gente quiere imitar, un personaje polémico, amado, odiado, que provoca gran convulsión social, sobre todo en Argentina... El error está en poner el acento sobre su vida privada. Maradona es incomparable dentro de un campo de juego, pero también ha convertido en espectáculo su vida.

(Fragmento de una entrevista a Jorge Valdano, publicada en el Diario “El Mundo” de Madrid)

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Después de aquel gol, el pícaro que hace el gol con la misma mano con que cada cuarto de hora se hace la señal de la cruz ha sido proclamado el campeón más campeón del mundo a la espera de ser proclamado santo por el Papa y de cumplir otros milagros, con el puño, con los pies, o con las nalgas millonarias (...).
Con este ejemplo, el fútbol mundial se ha vuelto oficialmente pícaro, además de violento e hipócrita, con el patrocinio de todos los medios de comunicación, amén de los jueces en el campo de juego y de los jerarcas de la patada.

(SERGIO SAVIANE (1923-2001), escritor y periodista italiano en "L'Espresso", 21 de Abril de 1989, tres años después del gol con la mano de Maradona contra Inglaterra en el Mundial 1986)

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No quiero que me cele, pero es bueno que los hombres me quieran, le hace bien a mi ego.

(MILENE DOMINGUES, modelo y ex futbolista brasileña, ex esposa de Ronaldo, de quien hace referencia en esta frase que data de 2002)

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Lounis Djamel (Algeria)

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Arde la ciudad (La Mancha de Rolando - Argentina)

* dedicada al Club Belgrano de Córdoba

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El control antidoping se instituyó por primera vez en una Copa del Mundo en el certamen organizado por Alemania en 1974.
Allí fue cuando se descubrió el primer futbolista cuyos análisis de orina dieron positivo. Se trató del defensor haitiano Ernst Jean-Joseph (foto), quien inmediatamente, quedó marginado del certamen.
Fue el Mundial que ganó el dueño de casa, Alemania, tras vencer en la final a la asombrosa Holanda de Johan Cruyff por 2 a 1, anotando el tanto decisivo Gerd Müller, frustrando a la ‘Naranja mecánica’.
Pero ese inolvidable torneo Mundial presentó otra originalidad en su desarrollo: participaron 16 equipos, distribuidos en 4 grupos.
Por primera vez se instaló un sistema en el cual desaparecieron las fases de cuartos de final y semifinales.
Para el paso a la segunda ronda, quedaron los 8 mejores de la primera fase (el 1º y el 2º de cada grupo) jugando todos contra todos, repartidos en grupos de 4 equipos. El ganador de cada grupo fue a la final y los segundos disputaron la tercera y cuarta posición.
En el Mundial de Alemania de 1974, la Argentina integró el Grupo A con los representativos de Polonia, Italia y Haití.
Argentina perdió en el debut ante Polonia por 3 a 2, igualó ante Italia 1 a 1 y recién derrotó a Haití por 4 a 1. Así, se clasificó.
En la ronda posterior, nuestro seleccionado perdió contra Holanda por 4 a 0 (había sufrido una goleada similar, 4 a 1, en un amistoso previo a la copa con ese mismo equipo), cayó ante Brasil 2 a 1, para cerrar su participación con un empate frente a Alemania Democrática en un tanto.

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Cierta vez me preguntaron a mí qué cuadro prefería, y yo pensé que se referían a telas o a óleos,y les expliqué que como no veía bien, la pintura no me interesaba demasiado. Pero parece que no: se referían al cuadro de fútbol. Entonces yo les dije que no sabía absolutamente nada de fútbol, y ellos me dijeron que ya que estábamos en ese barrio de Boedo y San Juan, yo tenía que decir que era de San Lorenzo de Almagro. Yo aprendí de memoria esa contestación, siempre decía que era de San Lorenzo, para no ofender a mis compañeros. Pero pronto noté que San Lorenzo de Almagro, casi nunca ganaba. Entonces yo hablé con ellos, y me dijeron que no, que el hecho de ganar o perder era secundario -en lo que tenían razón-, pero que San Lorenzo era el cuadro más científico de todos. Eso me dijeron, sí… Se ve que no sabían ganar, pero lo hacían metódicamente.

(JORGE LUIS BORGES [1899-1986], célebre escritor argentino, uno de los autores más destacados de la literatura del siglo XX)

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El fútbol cataliza la alegría y las experiencias positivas, muestra a pueblos enteros el camino hacia un futuro mejor, más pacífico, más prudente, más concertado. Aún me falta mucho por llegar a donde quiero con mi misión.

(JOSEPH S. BLATTER, presidente de la FIFA)

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El culto al fútbol


Durante la larga época en que el libro imperó como supremo patrón de la cultura, el fútbol fue absolutamente inculto. Ni siquiera las contadas aportaciones que novelistas o ensayistas hicimos para incorporarlo al acervo cultural sirvieron para gran cosa. Igual que con el fútbol, con el diseño gráfico, con la moda o con los automóviles, vino a ocurrir tres cuartos de lo mismo: en tanto sus asuntos no se registraban como tratados nutriendo las venerables bibliotecas era inconcebible que aspiraran a considerarse cultos.

Todo ello se ha venido abajo cuando el libro ha entrado en decadencia. Frente a la indiscutida supremacía de la cultura escrita ha emergido la poderosa cultura audiovisual y el actual patrón de valor lo constituye el espectáculo. No en exclusiva, necesariamente, pero de manera importante, creciente y sobresaliente. De ese modo, incluso el teatro de toda la vida ha pasado de promover el texto a la performance, de la escritura al movimiento y de la meditación al impacto.

En contraste con la cultura propia del libro, que requería aplicación e intensidad en la atención, la cultura audiovisual reclama extroversión y extensividad sensorial ante el panorama. Leer evoca una acción con profundidad para descodificar apropiadamente los garabatos, pero las pantallas o los panoramas se corresponden con una recepción en superficie. La cultura del libro es del orden del silencio mientras que la audiovisual pertenece a la naturaleza del estruendo. O bien, el clamor de la muchedumbre en la grada constituye el revés de la callada lectura en el gabinete solitario.

La cultura del libro, en fin, es de máxima concentración y la audiovisual de expansión máxima. Igualmente, el escenario amplio abierto sustituye a la encuadernación estricta y la intemperie del campo al confinamiento. De este modo diverso, a una cultura suave sucede otra agitada. A una insignia del saber culto, expresado por antonomasia durante siglos en el sigilo del libro, se superpone el ruidoso saber de la cultura pop democratizada y extendida en la sociedad del espectáculo.

Para casi todo aquel sujeto conspicuamente adiestrado en la etapa precedente el fútbol significa, a menudo, lo inculto. Pero el fútbol será, en este sentido, inculto sólo en la medida en que no se parezca en nada a la significación del saber libresco ni se avenga con sus santuarios. Será inculto -y anticultural- para aquellos feligreses del reino cultural anterior pero para la nueva época, saturada de saber audiovisual y ejercitada en la cultura de superficies, el fútbol representará no sólo un fenómeno propio de la cultura imperante sino, como hacen saber los millones de aficionados en todo el mundo, una muestra suprema de la nueva experiencia culturizada. El culto al fútbol.

(Vicente Verdú [Elche, 1942] es autor de “El fútbol, mitos, ritos y símbolos”, Alianza Editorial, 1981).

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El 8 de Diciembre de 1964, los seleccionados nacionales de Argentina y Paraguay se enfrentaron en el estadio de River, estando en disputa la Copa “Chevallier Boutell” (foto) ante unos 40 mil espectadores.
El partido, realizado en horario nocturno, resultó una de las mayores goleadas de nuestra selección ante los paraguayos: ¡8 a 1! Fue una jornada en la que brillaron Luis Artime (autor de 4 tantos) y, especialmente, Ermindo Onega, quien fue imparable y convirtió un gol antológico, tras eludir a 5 adversarios.
Las crónicas de la época registraron una excepcional producción de Argentina, integradas por futbolistas que serían la base del equipo que intervendría en la Copa del Mundo de 1966 en Inglaterra, como Roma, Albrecht, Marzolini, Rattín y Onega, entre otros.
Bajo el arbitraje del argentino Miguel Ángel Comesaña, en aquel diciembre del '64 los nuestros alinearon así: Roma; Vázquez, Ramos Delgado, Albrecht (Madero) y Marzolini (Leonardi); Prospitti, Rattín (Telch) y Onega; Luna, Artime y Bielli. El director técnico fue José María Minella. Los goles argentinos fueron anotados por Artime (a los 5, 29, 79 y 85m.), Onega (12 y 90m.) y Prospitti (43 y 81m.) Inolvidable.

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El problema que tienen todos los futbolistas juveniles que llegan desde otra parte del país es que si no superan el destierro, separarse de su familia, de sus amigos, están liquidados como jugadores; en cambio si lo logran, se endurecen y son cracks.

(ROBERTO PERFUMO, ex futbolista, entrenador, comentarista de TV y psicólogo social argentino)

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Procedo de un país, Uruguay, donde una gran victoria lograda por valores futbolísticos (ganarle la final a Brasil en su propia tierra) fue vista como el elogio máximo a la virilidad; desde entonces perder es no ser tan hombre. Le hemos puesto a los jugadores para siempre el sayo de que si no son capaces de ser campeones del mundo no son tan hombres como aquellos de 1950, que a la vez se han quedado sin el reconocimiento de lo que valían como futbolistas.

(VÍCTOR HUGO MORALES, relator y periodista uruguayo)

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Jugar con una ‘Tango’ es algo mucho más difícil de lo que a primera vista se podría suponer (Eduardo Sacheri - Argentina)


Tal vez para los grandes, con esa facilidad que suelen tener para las simplificaciones abusivas, los dos barrios eran uno solo. Tal vez para los grandes, con su indolencia, su falta de perspectiva, su desatención por los detalles esenciales, la cuadra nuestra, la ochava de nuestras felonías, formaba con las manzanas de alrededor un único barrio.

Pero para nosotros, con la claridad diáfana que tienen las cosas cuando uno es chico, los barrios eran dos, el nuestro y el de ellos: esos pibes que vivían a la vuelta. El nuestro eran cuatro cuadras, dos por una calle y dos por la otra. El barrio era esa cruz perfecta que formaban esas veredas simétricas y nuestras, absolutamente nuestras. A la vuelta estaban ellos, pero a la vuelta, y eso era muy lejos. Tan lejos que ese era el barrio de ellos.

Cuando teníamos ocho, nueve a lo sumo, la autonomía de nuestro vuelo aventurero era escasa. Las madres exigían, todavía, la molesta condición de poder vernos al asomarse a la vereda. De modo que la vuelta, o sea el mundo, el universo, quedaba todavía prohibitivamente lejos. Pero a los once, a los doce, las madres ya empiezan a resignarse a salir a la vereda y a no vernos, a confiar en el Espíritu Santo, a aceptar el dolor y la angustia de sabernos a la vuelta, o a la vuelta de la vuelta, o vaya a saber dónde. Como mucho pueden exigir el retorno a la hora de la leche, a más tardar. Pero no pueden pretender, Dios nos libre, que uno siga en la vereda propia, o en la cuadra de casa, habiendo tanto mundo más allá esperándonos. Cuando uno tiene ocho, o tiene nueve, vaya y pase. Pero a los once, la cosa cambia, y cambia para siempre.

En una de esas recorridas, bicicleta mediante, ahí nomás de nuestro propio mundo, aparecieron ellos. Estaban sentados en la vereda, contra una de esas casas que eran las de ellos, dejando pasar la vida. Eran seis o siete, como nosotros. Se repartían el fondo de una botella de agua. Se veían sudados y sedientos. En la calle perduraban los cascotes de los arcos. Evidentemente acababan de jugar al fútbol.

El ser humano es un bicho dado al desafío, a la competencia. Supongo que fue por eso que alguno de nosotros, alguno de los más osados y pendencieros (seguro que no fui yo, siempre tan tímido) frenó la bici, apoyó un pie en el cordón y se los quedó mirando. Los demás lo habremos imitado, obedeciendo a ese reflejo solidario que en la niñez funciona a la perfección y que con los años se va, tristemente, anquilosando.

Primero habrán sido unas preguntas tiradas al voleo y contestadas con evasivas. Que de dónde eran, que de dónde éramos. Que cuántos eran en su barrio, que cuántos en el nuestro. Que de qué cuadro éramos hinchas, que de qué cuadro eran ellos. Que si sabían jugar, que si nosotros sabíamos. Después uno de ellos se habrá ufanado de alguna victoria memorable, contra otro barrio tan distante como temible y misterioso. Algún lenguaraz de los nuestros habrá replicado con una hazaña aún más espeluznante. Habrá habido un cruce de miradas, alguna seña sólo perceptible para entendidos. Y el desafío habrá partido por fin de uno de los frentes, como una lanza en llamas, clavada ante la tribu rival y belicosa.

Ellos se miraron con cara de experimentados, de gente ducha en estos temas. Acordaron la fecha como dudando, como dando a entender que eran tipos muy ocupados. Supongo que, enroscados en sus propias mentiras y en sus respectivas alucinaciones, no notaron el temblor de algunas de nuestras voces, las caras de pánico de los más chicos, las miradas urgentes de los menos osados. Ellos pusieron una sola condición: ponían la cancha y la pelota. Nosotros, pobres ingenuos, torpes incautos, aceptamos.

El día fijado fuimos a pie: uno no puede jugar un desafío y mirar cada dos minutos la pila de bicis a ver si siguen donde uno las ha dejado: las distracciones pueden ser fatales, tanto porque te roben una bici como porque te metan un gol estúpido. La primera sorpresa fue la cancha. Ellos nos esperaban en la vereda de la vez pasada, pero no tenían armados los arcos en la calle. Cuando preguntamos, señalaron con calculada indolencia el paredón legendario de la canchita de la calle Buchardo. Nos miramos azorados. Decir en nuestra niñez “la canchita de Buchardo” era como decir “jugamos acá, en el Maracaná”, o “pasen, el desafío es en el estadio de Wembley”.

Era un baldío enorme, cerrado a la gilada por un paredón alto de ladrillo a la vista. El único acceso posible era a través del jardín del vecino. Vecino que se entretenía en golpear el vidrio de su ventana, en medio de agresivas gesticulaciones, las pocas veces que teníamos la valentía de pararnos siquiera a pispear un poco el asunto. Porque esa cancha, que tenía arcos de madera y todo, y que tenía hasta manchones de pasto en las esquinas, la usaban los grandes, jamás los chicos. Uno de esos grandes, que jugaban los fines de semana, era ese celoso cancerbero que nos echaba a las patadas. Lo que ignorábamos, y que descubrimos recién el día del desafío, era que el capitán de ellos era sobrino del terrible ogro de la casa contigua, y que los días de semana tenían libre acceso a ese estadio bellísimo.

Caminamos la media cuadra dándonos valor con la mirada, ocultando celosamente que jamás en la vida habíamos jugado en una cancha en serio. Entramos al jardín del vecino como quien atraviesa a ciegas un campo minado, esperando el terrible momento del estallido, de la cortina corrida, de los golpes furiosos en el vidrio, del rajen de acá mocosos del demonio. Pero nada pasó. O no estaba, o su sobrino lo había puesto sobre aviso. Saltamos por fin la pared por la parte más baja, íbamos cayendo con un ruido seco en la tierra prometida, un ruido que jamás hube de olvidar, y que supongo que los demás tampoco olvidaron. Un ruido que sonaba a misterio, a iniciación, a ultraje y a aventura.

El miedo nos volvió a ganar cuando los vimos abrir las bolsas que traían bajo el brazo. Eran botines. Los sacaron con gesto displicente, pero a sabiendas de nuestro pasmo inevitable. Porque nosotros, más allá de nuestras bravuconadas, éramos gente de jugar en el asfalto. Y uno, en la calle, juega en zapatillas. Y encima con zapatillas viejas, con esas ‘Flecha’ que nuestra madre nos ha cedido para que las terminemos de deshilachar, de destruir y de enmugrecer en esas tareas inútiles. Esas que tienen la tela totalmente descosida de la puntera de goma. Esas con las que hay que tener cuidado de que no se salgan los dedos por el agujero, cuando uno le pega a la pelota. Y van estos tipos y sacan los botines negros, relucientes, con esos tapones amenazantes, tan útiles para pegar de puntín como para arruinarle la pantorrilla a un pobre contrario indefenso.

Yo, calentón como fui siempre, les hice notar que nosotros jugábamos todos en zapatillas, y que con los botines iban a lastimarnos. Pero con cara de inocencia dijeron que nadie les había dicho nada, y que ellos jugaban siempre así, como se juega de verdad, y que lo del otro día en la calle había sido un entrenamiento. Con la sensación de ser un cavernícola analfabeto me callé la boca y me volví hacia los míos, buscando algo de confianza. Pero todos estaban demasiado asustados.

Lo peor vino después. Traían la pelota en una bolsa grande de ‘Casa Tía’. Era una bolsa enorme, blanca, y no se veía nada adentro. La llevaba un gordito pecoso y flequilludo. Con gesto grandilocuente la levantaron, la tomaron por abajo y soltaron las manijas. La bolsa se inclinó, abrió su boca misteriosa, y escupió una pelota Tango. Aquello era demasiado: la cancha de tierra con arcos de madera vaya y pase. Eso de los rivales provistos de botines ya era todo un riesgo. Pero una Tango original, que picó tres veces hasta quedar mansita en el mediocampo, eso era inaceptable. Nosotros -que jugábamos con una número cinco chiquita, de gajos alargados blancos y negros, que tendía más al óvalo que a la esfera, que picaba para el demonio, a la que había que engrasar primorosamente con la grasa sobrante del churrasco-, habíamos visto la Tango por la tele, en el Mundial 78; y después en la vidriera de la Proveeduría Deportiva. Pero en nuestro barrio ése era un objeto desconocido. Y van estos tipos y la sacan ahí, como si tal cosa, como si fuera algo de todos los días.

Ahí Felipe protestó, que “cómo no la tenían el otro día, en la vereda, cuando los vimos la primera vez”. El capitán de ellos, Walter creo que se llamaba, se aproximó con la Tango entre las manos, y nos habló en un tono peyorativamente didáctico, como si se dirigiera a una manga de infradotados. Nos dijo que, como era evidente, esa pelota tenía un plástico recubriendo el cuero, que hacía imposible su uso en la calle salvo que uno quisiera arruinarla, y que como ellos jugaban siempre en canchas de pasto, o de tierra a lo sumo, no se habían imaginado que nosotros pensáramos jugar con una pelota común y corriente. Gustavo tuvo entonces el tino de esconder la nuestra, miserable, debajo de una campera.

Nosotros nos quedamos mirándola como tarados. Encima era naranja debido a que, según transigió en informarnos, el padre del chico se la había traído de Europa porque era piloto de Aerolíneas, y allá la pintaban de naranja para poder jugar en medio de la nieve sin perderla de vista.

Cuando empezó el partido corroboramos, con angustia, nuestro palpito que una Tango no tenía nada que ver con el resto de las pelotas existentes en el universo. Por empezar, picaba el doble. No conseguíamos bajarla ni a los tiros. Saltaba en cada piedrita de la cancha, cambiaba de rumbo y nos dejaba pagando. Aparte dolía de lo lindo. A mí me tiraron dos o tres pelotazos que me dejaron las manos rotas, y eso que jugaba con guantes (unos de lana, ya jubilados del colegio).

El que más sufría era Gustavo, nuestro crack, que en lugar de patear de puntín, como el resto de nosotros, lo hacía de chanfle, o acariciando el balón con el empeine. Al rato de empezar le dolían los pies hasta los tobillos. Esas zapatillas nuestras eran absolutamente inapropiadas para patear semejante cascote. Además estaba el tamaño. Nuestra número cinco era una especie de prima pobre y escuálida, que apenas debía superar la mitad de la circunferencia de aquella enormidad anaranjada y con lustrosos vivos negros. Lo dura que sería que Gustavo tuvo la inconciencia de cabecearla en un centro, y quedó medio tarado un buen rato hasta que se le pasó el mareo (si hasta me acuerdo que le quedó la frente toda colorada).

Lo que más bronca nos daba era que ellos eran tan burros como nosotros. Pero con los botines ponían pata fuerte, y nosotros sacábamos el pie por precaución, y perdíamos todos los balones divididos. Y con la Tango nos tenían a maltraer. No hilvanábamos dos pases seguidos como la gente. Nos metieron un gol estúpido: me tiraron un chumbazo a quemarropa, y la muñeca me dolió tanto que se me dobló la mano (para colmo yo no lograba hacerme a la idea de atajar con palos de verdad, a qué negarlo).

Nos iban ganando uno a cero con ese gol mugroso, y en cualquier momento iban a embocarnos otro, eso era seguro.

Pero gracias a Dios, y en medio de nuestra adversidad tumultuosa, Adrián tuvo un rapto de inspiración mística. Empezó a los gritos a llamarlo a Miguelito, que ya había pegado el estirón y nos llevaba como dos cabezas. Ese día andaba más caliente que nadie, porque todavía no se acostumbraba a sus nuevas dimensiones, y ese balón endemoniado lo tenía más mareado que al común de nosotros. Así que Adrián le habló algo al oído, y el otro sonrió con placer, como sopesando la idea, como paladeando por anticipado una venganza que se sabe tan justa como inolvidable.

Yo, desde el arco, entendí poco y nada, hasta que vino un despeje desde el área de ellos, y Miguel se perfiló para pegarle de zurda. Miguel era, con la pelota en los pies, y como ya dije, un poco más espantoso que la mayoría de nosotros. Pero tenía la rara virtud de pegarle como con un fierro. La Tango venía picando casi mansita, como pidiendo permiso para seguir unos metros. Miguel se afirmó con la derecha, se inclinó levemente, y le pegó un chumbazo descomunal. La Tango salió como un bólido, como un meteorito en reversa rumbo al cielo. Pasó el paredón no por el lado de la calle (nuestro arco era el que daba a la vereda) sino por los fondos que daban a una casa vieja y sombría.

En los laterales, donde el paredón también era medianera, había un lindo alambrado como de dos metros de alto, porque estaba cerca de las líneas de la cancha, y el riesgo de tirarla afuera era evidente. Pero detrás del arco de ellos, del lado de la casa aquélla, quedaban todavía como treinta metros de terreno, lleno de malezas y arbustos y árboles petisos, que hacían suponer que la pelota jamás superaría el límite del predio por ese lado. De modo que cuando Miguelito le pegó ese chumbazo histórico la Tango subió a los cielos, superó por amplio margen el travesaño de ellos, sobrevoló dos limoneros apestados y unas cañas de esas que nunca faltan en los baldíos, planeó sobre el yuyal y sobre la hiedra, y se perdió en el misterio del más allá, con un ruido a chapas de lo más espeluznante.

El dueño de la pelota, que aparte de ser un gordito paliducho y pecoso nos había demostrado que de fútbol sabía lo que yo de astronomía, no pudo reprimir un grito de terror, y los suyos se miraron consternados. Nosotros pusimos cara de compungidos, atravesamos con ellos el yuyal, y hasta les hicimos pie para que se asomaran por encima de la tapia. No había caso: la pelota descansaba en un patio de lajas, y el ruido a chapa se había producido cuando la Tango había golpeado contra la puerta de hierro que desde la cocina daba a ese patio.

Por suerte para nosotros, eran las tres de la tarde. Tocarle el timbre a un extraño para pedirle una pelota es una tarea ardua y peligrosa a cualquier hora del día. Pero a la hora de la siesta, es directamente concurrir por propia voluntad al patíbulo. Nosotros lo sabíamos, y ellos también. El gordito traslúcido intentó despertar el espíritu de cuerpo de los suyos para que lo acompañaran, pero fue en vano. Contestaron, en medio de evasivas, que más tarde a lo mejor, pero que ahora, en plena siesta, ni mamados.

Con cara de circunstancia Alejandro declaró que era una lástima, una barbaridad, pero que íbamos a tener que seguir con otra pelota. Ellos se miraron y asintieron. Dijeron que no tenían ninguna otra a mano. Yo sabía que mentían, porque había visto de refilón la azul y roja, linda también, con la que habían jugado el otro día en la calle. Pero se ve que tenían un miedo atroz de que Miguelito, zapatazo mediante, la colgara en un vuelo sideral de la misma especie, y la enviara sin escalas a hacerle compañía a la Tango anaranjada. Alejandro, como si hubiese recordado súbitamente, se golpeó la frente y dijo que nosotros teníamos una. Aclaró, con tono de singular franqueza, que no tenía nada que ver con la que Miguelito acababa de colgar. Pero que, a falta de una mejor...

Ellos se apuraron a decirnos que sí. Alejandro mismo fue hasta detrás del arco y sacó nuestra pelota de abajo de la pila de camperas. Yo me acuerdo que nunca la vi tan linda, con sus gajos grises de tan despintados, con el olor rancio de la grasa cuidadosamente embadurnada, con ese par de protuberancias que la alejaban indefectiblemente de la esfericidad, con la marca indeleble en birome azul en el lugar de la válvula, entre las costuras, hecha para evitar chambonadas trágicas a la hora de inflarla. Porque ahí la cosa era distinta. Todo era cuestión de pegar unos cuantos puntinazos bien al ras del piso, de modo tal que entre las piedras que encontrara en el camino, y el azar de sus tumbos ovalados, a cualquier arquero se le escaparan dos o tres de ésas y a cobrar. Todo era cuestión de apretar los dientes y soportar a pie firme un par de taponazos en nuestras pantorrillas indefensas. Al fin y al cabo, uno a los doce tiene que ir aprendiendo a hacerse hombre.

Ganamos tres a dos, y fue una fiesta. Sobre todo porque ellos, humillados, nos pidieron la revancha para la semana siguiente. Nosotros pusimos cara de gente ocupada, de tipos abrumados por un montón de compromisos. Quedamos en volver a hablar recién el mes siguiente, porque argüimos estar tapados de desafíos contra los del Club Argentino, los de la canchita de “Tienda Presente”, los de la Triangular de Segunda Rivadavia, y otros cotejos tan severos como ineludibles. Después nos enteramos de que recuperaron la Tango, y de que lo hicieron a través de los buenos oficios que interpusieron dos de los padres de ellos ante el anciano propietario de la casa sombría, tan venerable como remiso a las devoluciones. Pese al hallazgo, no nos alarmamos. La revancha sería en el barrio nuestro. Y de locales, la cosa iba a ser en la calle. Y en la calle con los botines no podés jugar. Aparte, como los palos son dos cascotes, podés discutir de lo lindo cada pelotazo que pase cerca de los arcos, sobre todo si Miguelito juega de tu lado. Y sobre todo, en la calle la Tango no se usa porque se arruina, se moja en los charcos de los cordones, se le despelleja el plastiquito y te la puede aplastar cualquier colectivo. Y nadie va a correr semejante riesgo, ni siquiera siendo un gordito platudo con un padre en Aerolíneas.

Porque una Tango es muy linda y muy canchera, pero sale un ojo de la cara.

(tomado del excelente libro “Esperándolo a Tito y otros cuentos de fútbol”, Ed. Galerna, 2000)

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