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Oda a Garrincha (Eduardo Hurtado - México)


Fulano y redentor,
arribaste al pesebre
sin reino y sin incienso,
enclenque, malparido,
paticojo, forzado
y a tanta desventura le aplicaste
una gambeta inescrutable.

Apilada en tribuna,
la turba de tus pares
robusteció tu credo:
al destino
burlarlo con las patas,
quebrarle la cadera
con un amague raudo
y a cada nuevo quite
aplazar la condena,
finta tras finta
restaurada.

Y si la inapelable
te sometió a la postre,
lo consiguió en la raya,
en el último tramo del cotejo.
En estricto sentido,
consciente como estabas
de que todo es perder
y todo es dilatar
la unánime caída,
la tuya no fue pérdida
sino el certero alcance
de una derrota conocida.

Por eso en esta fecha
inmemorable
divorciada del múltiplo
y del cinco,
el ganador culposo
arrellanado en mí,
que siempre pierdo,
quiere canjear tu nombre
por un mero recuento de tus dones:
dipsómano atareado
en el celeste ardid
de las metamorfosis;
enemigo confeso
del vano ahínco muscular;
modesto militante del garlito,
el mismo en apariencia
y sin embargo indescifrado;
cirrótico curtido en el desorden
y el insolente sol de las favelas;
cadáver disectado
en desbordante olor
de indigestión
sobre el mármol forense de la noche;
soporte del Cualquiera
y de un montón de afanes
germinados
a pesar del insomnio
y de tu siglo;
sujeto y narrador
de tus hazañas;
heroe inventado
por un coro extinto; sueño intacto
y fugaz.

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-¿Qué piensa de la pasión en el fútbol?

-Yo me pregunto, ¿la pasión es también cuando te meten un revólver en la frente y te dicen: Te vas al descenso y te mato? ¿La pasión es la amenaza por teléfono, porque nosotros te seguimos a todos lados? ¿La pasión es poner plata todas las semanas para que la barra brava viaje a ver al equipo? No me mientan más, no me jodan. Hay que reencarrilarlo todo, decirle la verdad a la gente que realmente se interesa en estos temas.

-¿Va a la cancha?

-Dejé de ir, porque me da asco. Querés comprar entradas y no hay y resulta que los barrabravas tienen para revender. En el fútbol hay mucha hipocresía, mucho cinismo dirigencial. Después critican a Grondona: Nos mata. Nos manda al descenso. Maneja a Romo, lo cual no es mentira, pero todos se mueren por ir a chuparle las medias. Julio, ¿no puede interceder en la FIFA por Ortega? Voy a ver qué puedo hacer... No seamos más hipócritas. ¿Estoy defendiendo a Grondona? No, estoy ubicando las cosas en situación. Los dirigentes se quejan, pero después van y les hablan a Luis Nofal y a Armando Tedesco -mirá qué personajes nombro, más allá de los Ávila hijos, que se creen que son unos sabios y lo único que hacen es hacerle perder guita al padre, como con El Gráfico, con Polémica, y les piden que les pongan en la primera fecha a Chicago.

(NORBERTO "Ruso" VEREA, ex arquero del ascenso argentino, columnista en programas de radio y TV, en declaraciones al diario "Página 12" del domingo 31 de Agosto de 2003)

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En el vestuario del Manchester City hay mucho mejor ambiente que en el del Real Madrid.


(ROBINHO, jugador brasileño del Manchester City, arremetiendo contra el vestuario "merengue" en declaraciones realizadas en Inglaterra)

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Les digo que me escupan a mi pero si viene otro entrenador no lo escupan, que lo dejen tranquilo, que si quieren seguir escupiendo a alguien que aprovechen y lo hagan conmigo, vivo solo en mi casa con mi señora y mis tres hijas, sin ninguna custodia.

(PABLO "Vitamina" SÁNCHEZ, resistido entrenador de Rosario Central, minutos después del empate ante San Martín de Tucumán del pasado sábado, en una remake de un clásico maradoniano de los '90)

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Un instante de gloria (Cristian Garófalo - Argentina)


Yo nunca pude entender a los jugadores que no soñaban con hacer un gol, aunque sea en un amistoso, no importa. Yo tenía compañeros, me acuerdo, que antes de patear al arco miraban cien veces a los costados para tocarla. La verdad es que nunca comprendí tampoco a Bochini, habrá sido un grande, todo lo que quieras, pero eso de pasarla ahí en el borde del área para que se lleven los aplausos los demás a mí nunca me fue. No sé, habrá sido mi posición retrasada en la cancha que me ponía ansioso, o por ahí las ganas de figurar alguna vez, lo reconozco, pero yo siempre quise meterla, mi pesadilla era terminar como Villaverde.

Desde chiquito que imaginaba goles jugando con chapitas sobre la mesa del living que tanto cuidaba la vieja. También me acuerdo que en los recreos del colegio siempre armábamos un picado y yo me ponía arriba, bien cerca del otro arco, cosa de no poder errarle cuando llegara la pelota. Algunos me cargaban porque era yo el que llevaba la pelota desde mi casa, y entonces me gritaban que lo hacía para poder jugar sí o sí, pero lo hacía para jugar pero de delantero, esa era mi ilusión, mi gran sueño. Fue una pena que no la metiera aquel día que me fui a probar al club, y además fue una desgracia que corriera tanto y me tirara dos veces al piso para recuperarla -un tío me había advertido que no lo hiciera- porque me ficharon, pero como mediocampista.

Recuerdo que tuve tanta confusión en mi cabeza que no sabía si festejar o ponerme a llorar cuando me lo dijeron. Con los años inclusive me hicieron retroceder un poco más todavía, pero ya estaba, la gran frustración ya había pasado, ya sabía que nunca más iba a poder soñar con muchos goles y muchos abrazos y muchas tapas de revistas, para mí estaba reservado otro destino, uno más oscuro, con menos picos de emoción pero con cierta regularidad que al fin de cuentas es la que te hace pagar la luz y el gas, eso también hay que decirlo. Por suerte nunca tuve una gran presión en la familia y eso me ayudó. Papá estaba contento ya con que juegue y viva de lo que siempre me había gustado, y la vieja era feliz si me veía feliz, aunque yo nunca fui feliz del todo y ella lo intuía, como toda madre.

La imagen de mi cabeza tocando la pelota al gol me llegaba todas las noches, incluso la noche previa a aquel partido. Recuerdo que me desperté como a las cuatro de la mañana y tuve que ir al baño a secarme la transpiración que me tenía empapado; no era una pesadilla pero de tanto aparecer todas las noches ya resultaba insoportable. A la mañana me levanté bastante bien -digo esto porque después me lo preguntaron muchas veces- por la noche que había pasado, hubiera necesitado dormir un poco más y un poco mejor, pero no me quejé porque la práctica esperando el partido fue livianita. Cuento todo esto, retrocedo en el tiempo y me vienen las mismas sensaciones que tuve en aquel instante tan glorioso, me pasa lo mismo por la piel, se me levantan los pelos del brazo y se me llena la garganta de no sé que, pero se me tapa y no me deja hablar, como que me ahoga.

Yo sabía que era un partido complicado en una cancha difícil pero también sabía que iba a haber mucha gente y que sería una oportunidad espectacular para cumplir el sueño, aquel que se me había negado el domingo anterior con el cabezazo en el travesaño y aquella otra vez con el rebote que me quedó en el borde del área que se fue casi al córner. Después de aquel derechazo reconozco que me tiré un poco a chanta y dejé de subir por un tiempo, estaba como fastidioso, no es fácil ver cómo cualquier picapiedra mete un gol y se abraza con medio mundo y le hacen notas hasta en los programas de cocina, y yo que pude haber sido un gran delantero, uno de esos temibles hombres de área, nunca lograba acertar al arco, no era justo. Me costó entender que el mundo era así y que me tenía que acostumbrar a ese destino de chatura, a esa falta de horizontes, a que no se fijen en vos ni los dirigentes de Brown de Adrogué. Y no era que ganara poco o que estuviera mal en donde estaba, pero uno siempre busca progresar, salir de la cueva, experimentar otras cosas, aunque no te vendan a Europa.

Cuando ví que la pelota caía de golpe y lo pasaba a Irurmendi empecé a vivir de nuevo, no sé, fue algo raro porque se me mezcló un escalofrío con eso que decía antes de la piel de gallina. Por un momento pensé en bajarla y tirarla a la mierda, sacarme de encima el problema y seguir con mi vida, que era tranquila, quizás demasiado, pero era algo por lo menos; pero no, en un segundo decidí ponerle el pecho a la situación y hacerme cargo como correspondía, después de todo si el destino me había puesto ahí era porque quería que la metiera yo -supuse en ese momento-. Irurmendi se pasó porque saltó antes, Leguizamon había quedado muy lejos de la jugada y Deparaguirre salía a los gritos pidiéndola. Yo volví a dudar, lo pensé mejor, o todo lo que pude en realidad, porque en ese momento no tenés más de un segundo y medio para arrancar o quedarte, así está el fútbol hoy en día y lo sabemos todos. También alcancé a mirar para el banco, recuerdo.

Me metí en la cabeza del técnico y me apareció esa sensación de desconfianza que siempre presentí de su lado; a mí casi no me hablaba de proyección y de desborde, nunca me agarró y me dijo: “yo espero mucho de usted, sé que usted esto, sé que usted lo otro”, nunca se ocupaba de los de atrás salvo de Amenavar que era su “gran capitán”. Pensé en la vieja que siempre escuchaba los partidos por la radio que tenía en la cocina y sufría como Juana de Arco, pobre la vieja, les creía demasiado a los relatores y entendía poco del juego, lo único que sabía era que yo vivía pateando una pelota con los pies. Pensé en papá que se iba a dormir la siesta haciéndose el desentendido pero se llevaba la portátil para poner debajo de la almohada, y pensé no me acuerdo en quién más y listo, ya no hubo tiempo para nada, tenía la pelota encima y tenía que resolver, para bien o para mal había llegado el momento de mi vida, el tan esperado… fue ahí cuando dije “que Dios me ayude” y la clavé de cabeza en el segundo palo del hijo de puta de Deparaguirre que venía de frente diciendo “mía, mía”, ¡ma’ que tuya!, se la metí cruzada, bien pegada al palo y que me puteé toda la noche, toda la vida si quiere. Lo recuerdo y me emociono. Estoy convencido de que si el gol hubiera sido a favor salía en la tapa de todos lo diarios.

(Cuento publicado en el libro "El día que el Chango Cárdenas la tiró afuera y un juez de línea corrió por las calles de Lomas", Editorial Catálogos -2005-)

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¿Por qué Perú siempre pierde?

-Habría que remontarse a la historia del fútbol peruano, donde no hay victorias.

-¿Por qué?


-Simplemente porque no somos ni hemos sido una potencia futbolística. No nos engañemos, en Sudamérica sólo Argentina y Brasil son potencias. Perú, Bolivia, Ecuador, Chile, Uruguay y Colombia se han nivelado hacia abajo.

-Sin embargo, hubo una época de oro.

-La selección fue a tres mundiales: 1970, 1978 y 1982, fue un ciclo que contó con jugadores especiales. El error fue pensar que siempre sería así.

-Se dice que Man Bo Park se hacía entender en coreano y a gritos.

-Acá somos cojonudos. Criticamos a Fujimori por ser autoritario. Y a la vez, queremos que los jugadores de fútbol sean tratados con autoritarismo. Hasta un político metió su cuchara y recomendó mano militar en el seleccionado. ¿Dónde está la coherencia?

-¿Cuál es el asunto extrafutbolístico que más afecta a un jugador peruano?

-A los veinte años un futbolista tiene lo que tiene un profesional con veinte años de carrera. Por ese motivo tiene que cargar en sus hombros a toda su familia, pasando en poco tiempo de ser un adolescente a ser un abuelo. Algunos lo soportan, otros no.

(JUAN CARLOS OBLITAS, ex jugador y DT peruano, opinando sobre el fútbol incaico en 1999 en la revista "Caretas")

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Si te echan a un hombre, podés tener certeza que tu equipo va a tener solo diez hombres.


(GRAHAM BEECROFT, periodista radial británico de Century Radio 105.4)

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Felizmente el buen fútbol es como la poesía, se regala, a veces se queda callado, no dice nada, es gratis, como el loco amor.

(ABELARDO SÁNCHEZ LEÓN, escritor peruano)

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El gol de Messi (Josep Solé Balcells - España)


Está hoy en nuestro Barça
una joya sin valor,
él es Messi que tan joven
es ahora el mejor.

Cuando pone la directa
son sus piernas dos ciclones,
los rivales que se pasa
creen son todo visiones.

Pasa en medio de los contrarios
un auténtico vendaval
un, dos, tres cuatro y quinto
y el balón dentro del portal.

Que parece imposible
que sin ángulo casi ya,
mete allí él la pelota
solo un crack eso hará.

Nos recuerda a Ronaldo
cuando estaba él aquí,
aquél gol al Compostela,
como todo el mundo, bien lo ví.

Esos goles no son muchos
con tus dedos contarás,
es un gol para el recuerdo,
que en un marco tu pondrás.

En el curso de la Liga
si tranquilo está él,
nos dará él muchos goles
repetidos como aquél.

Más aquí se tiene miedo
que Abramovich con su parné,
me lo cubre con su oro
por desgracia del culé.

Que hoy día ya sabemos
lo que quiere el jugador,
el dinero “trinco trinco”
como más, mucho mejor.

Pero creo que en Messi
nada de esto él hará,
sabe bien que es el Barça
lo ha puesto dónde está.


(Toda mi gratitud para Don Josep Solé Balcells, que con sus 94 años de edad nos da lecciones de vida a través de la poesía, y también a su sobrina Patricia por su deferencia para que fuera posible poder publicar esta poesía. Don Josep escribe en catalán, es por ello que ha tratado de acomodar de la mejor manera la rima al castellano, cosa que muchísimo agradezco)


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Maradona (Argentina)


Una sola vez nos encontramos dentro de una cancha. Fue en 1977. Él venía llegando al fútbol profesional y yo me estaba yendo. Todavía no había cumplido 18 años y ya mostraba el talento que después desarrolló. Recuerdo que en una jugada me tragué el amague y, cuando me iba a pasar, le pegué un muslazo. Diego me miró como reprochando el golpe y yo le dije: "¿Qué te pasa mocoso?"
Cada vez que lo veo esa jugada reaparece porque pienso que debe ser el único recuerdo que Diego tiene de Perfumo como jugador. En cambio, a mí me quedó de Diego esta impresión: no es un jugador de fútbol, es El Fútbol.

(extraído del libro “Jugar al fútbol” de Roberto Perfumo, ex jugador de fútbol y psicólogo social, Libros Perfil S.A., 1997)

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Chilavert era un portero de fútbol, pero ahora parece portero de discoteca.

(Titular del periódico español "Marca" durante el Mundial 2002)

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Y la verdad sea dicha: este hermoso espectáculo, esta fiesta de los ojos, es también un cochino negocio.

(EDUARDO GALEANO, escritor uruguayo)

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El último entrenador (Juan Sasturain - Argentina)


Me lo encuentro de casualidad el sábado en Adrogué, en el cumpleaños de la hijita de un amigo. Salta el apellido que es raro, poco frecuente, y enseguida asocio a ese viejo, ese abuelo materno sentado casi de regalo a un costado de la mesa puesta en el extremo del living, con los recuerdos de infancia.

De las figuritas, no. No es un jugador pero es un nombre y una vaga cara del fútbol.

Aprovecho que los pibes se van al patio a devastar lo que queda de un jardín con más calas que pensamientos y le busco la memoria con una pregunta respetuosa, como tocar a un oso despeluchado con un palo a través de las rejas:

-Su apellido me suena -le digo mientras nuestras manos convergen sobre la fuente de masitas-. Lo asocio con el fútbol de los cuarenta y cincuenta, cuando yo era chico, ¿Puede ser?

Tras un momento me confirma que sí, que es él, y el reconocimiento al que no está acostumbrado lo ilumina un poco, apenas, como las velitas de esa torta de nena, sin jugadores, que espera en medio de la mesa.

-Ya nadie se acuerda.

-No crea.

Nos trenzamos a charlar y no sé bien cómo pero al rato, mientras los otros destapan botellas, nosotros estamos en el dormitorio -porque esa es su casa, la de siempre- destapando una caja de alevosos recuerdos.

-Ese año que usted dice salimos campeones -revuelve, encuentra-. Fíjese, acá estoy yo.

Y me señala lo evidente, lo alevoso de su figuración. Es la foto de una revista y él está parado a un costado, el penúltimo de la fila de arriba, entre un colado habitual y un marcador de punta de los que todavía no se llamaban así.

-Qué pinta.

Tiene bigotitos, el jopo tieso de Gomina o Ricibrill y una E bien grande de pañolenci pegada -acaso con broches- en medio del pecho. El rompevientos -así se llamaban los inevitables buzos azules de gimnasia de entonces- está algo descolorido y los pantalones abombachados se le ajustan a la cintura un poco demasiado arriba, le dan un aire ridículo. El equipo, los colores del equipo que enfrenta a la cámara en dos niveles -atrás y de pie, la defensa; abajo y agachados los delanteros del siete al once, y el nueve con la pelota-, no importa demasiado ni viene al caso. Pero la cancha está llena.

-Linda foto -digo, porque es linda foto en serio.

-Psé.

Me muestra otra parecida de esa época, de un diario, y después otra más, posterior, coloreada a mano al estilo fotógrafo de plaza. Ya el equipo es otro y las tribunas detrás, mucho más bajas. El rompevientos -es el mismo, estoy seguro de que es el mismo- está un poco más descolorido.

Pone las tres fotos en fila y me dice, me sorprende:

-No estoy.

-Cómo que no.

Y por toda respuesta, contra toda evidencia, pone el dedo en el epígrafe, va de jugador en jugador, de nombre en nombre, y el suyo en todos los casos brilla -como el Ricibrill- por su ausencia.

-No era costumbre, supongo -y me siento estúpido.

-No era el tiempo, todavía -recuerda sin ira.

-Claro.

Él sigue revolviendo, elige y me alcanza. Y yo pienso que ese hombre de destino lateral, anónimo adosado al margen del grupo de los actores con una E grotesca en el uniforme de fajina era casi, para entonces, como un mecánico junto al piloto consagrado, o como el veterano de nariz achatada que se asoma al borde del ring junto al campeón. Su lugar estaba ahí, al ras del pasto; su función se acababa entre semana.

-No era el tiempo todavía -repite.

Y sabe que llegó empírico y temprano y se metió de costado en la foto en que salió borrado.

-En esa época había pedicuros, dentistas, porteros... -dice de pronto con extraño énfasis-. Era el nombre de lo que hacían. Ahora les dicen podólogos, odontólogos, encargados... Esas boludeces, como si fuera más prestigioso... Y yo era entrenador.

-No director técnico.

-Pts... Ni me hable, por favor... -y se le escapa cierta furia sorda, muy masticada.

-No le hablo. Tiene razón.

Compartimos en silencio certezas menores, módicos resentimientos.

-Vinieron con la exigencia de diploma -dice de pronto.

-Claro.

Me sumo a su fastidio y de ahí saltamos a desmenuzar los detalles, el contraste: el banquito con techo, el verso táctico, el vestuario aparatoso y la pilcha elegida para salir el domingo, esa que nunca se puso. Cuando quiero atenuar tanta simpleza sin lastimarlo, se me adelanta:

-Le digo: no se lo cambio.

-Le creo.

En eso, los primeros padres que vienen a recoger a sus niños irrumpen en el dormitorio y entre disculpas se llevan los pulóveres, las camperas apiladas sobre la cama grande. Entra la mujer de mi amigo, incluso.

-Ah, papá... estabas acá -y suspira como si encontrarlo en una casa de tres habitaciones fuera un trabajo-. Y siempre con esas cosas viejas. Sabés que no te hace bien.

Ella me mira como si yo tuviera alguna culpa que sin duda tengo y se lo lleva, lo saca de la vieja cancha despoblada para que vaya a saludar a alguien que se va o se sume para la foto con la nieta que -lo sé- no le interesa. El veterano me mira resignado. -Ha sido un gusto.

Asiente y se lo llevan. Apenas se resiste.

Me quedo solo y guardo las viejas revistas que han quedado abiertas sin pudor ni consuelo. No es cuestión de que cualquiera meta mano ahí. Después busco mi propio abrigo y escucho los ruidosos comentarios del living. Me imagino que para las fotos familiares el viejo se debería poner una remera grande con la letra A de Abuelo, para que al menos alguno pregunte quién es.

Pero no me quedo para verificarlo. Me basta con sentir o imaginar que he conocido al último entrenador.

(extraído del libro “Picado grueso”, Buenos Aires, Ediciones Al Arco, 2006)

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Gerd Müller (Alemania)


Contra el alemán jugué un partido amistoso en la cancha de Racing cuando recién se estaba armando aquel equipo fenomenal del Bayern Munich. En la primera jugada me dio un codazo que me dejó sin aire durante diez minutos. Era durísimo saltar con él. Tenía la potencia de un toro y la condición innata de los goleadores: parecía que la pelota lo buscaba a él en lugar de él a la pelota. Era vivísimo para entrar por detrás del defensor. Fue un fenómeno. En el área recibía la pelota y a cobrar. Era infalible.

(extraído del libro “Jugar al fútbol” de Roberto Perfumo, ex jugador de fútbol y psicólogo social, Libros Perfil S.A., 1997)

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Tampoco es noticia que Ronaldo juegue mal. Bien, lo que se dice bien, ha jugado pocos partidos con la amarelha.

(TOSTAO, ex jugador brasileño, "pegándole" en Junio de 2006 al máximo goleador de los Mundiales)

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Mis padres han estado conmigo apoyándome. Incluso desde que tenia 7 años.

(DAVID BECKHAM, futbolista británico)

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Entrevista a Enrique "Quique" Wolff


Si a los futboleros les dieran libertad para elegir un compañero con el que puedan hablar de fútbol, más de uno pensaría en Enrique Wolff. Su carrera como jugador registra actuaciones en clubes como Racing, River Plate, Argentinos Juniors, Las Palmas, Real Madrid y en la Selección Nacional de Argentina. Su labor como periodista deportivo desde hace 24 años, hacen de “Quique” una opinión calificada para hablar del “deporte más lindo del mundo”.
Al hablar de Wolff, es inevitable pensar en “Simplemente fútbol”, el programa televisivo que “Quique” conduce por la cadena ESPN y en el que se puede observar a los mejores jugadores del mundo. “Es un programa que me ha dado más de lo que me imaginaba, me gané cuatro Martín Fierro, muchísimos premios. Es un programa que me deleita hacerlo”.

-¿Qué persona lo influenció más en su vida?

-Mi viejo, sin dudas, porque me indicó el camino en mi vida. Me enseñó las cosas buenas y malas, dejándome elegir. Además, me avaló en todo lo que hacía y nunca me privó de nada.

-¿Cómo está compuesta su familia?

-Mi familia la componen mi señora Mara, mis 5 hijos, que son Carolina (30), Valeria (28, Juan Cruz (26), Pedro (22) y Wendy (11). Y mis nietos Agustín (5) y Joaquín (cerca de cumplir 4 años), que son hijos de Juan Cruz y Carolina, respectivamente.

-¿Es cierto que sus hijos trabajan junto a usted?

-Sí, -afirma entre risas- mi hija mayor, Carolina, es la encargada de las relaciones públicas de la empresa. Valeria hace los diseños gráficos. Juan Cruz edita los programas de televisión, y Pedro está dando sus primeros pasos en el periodismo deportivo.

-¿Qué siente al trabajar con sus hijos?

-Siento una satisfacción, porque me resulta bárbaro tenerlos siempre cerca; ya que si no están junto a mí, los extraño demasiado. Además, de lo primero que saco pecho es de mi familia.

-¿Cómo fue dejar de ser futbolista para ser periodista?

-Es una decisión. No fui entrenador porque hubo cosas en el fútbol argentino que no me gustaron cuando volví del Real Madrid. Sabía que no lo iba a tolerar como entrenador. El periodismo era algo que estaba escondido. Cuando yo jugaba, Esteban Peicovich, un periodista argentino que estaba en España, me decía que tenía que hacer periodismo. Cuando volví consulté a los periodistas de ese momento, como Juvenal o José María Muñoz. Fui a hablar con la gente que tenía confianza para ver si era cierto que tenía condiciones. Me dijeron que sí, estudié, me capacité y después tuve la posibilidad de empezar a trabajar y ya llevo 24 años como periodista, una buena cantidad y sigo aprendiendo cada día.

¿Futbolista o periodista?

-Futbolista y periodista, hace veinticinco años que hago periodismo, no soy un descolgado, hice una profesión nueva. Los jugadores tienen la opción de tener otra profesión si se lo proponen, yo elegí ésta. Y estudié. No tuve el objetivo de salir en radio o en televisión para que después un club me contratara e irme a entrenar. Nunca entrené. Fui periodista deportivo desde el primer día y voy a seguir siéndolo.
No acepto que me digan ex futbolista. No hay ex médicos, ex abogados. Cuando dejan de ejercer siguen siendo médicos, abogados. Somos jugadores, ya pasó nuestro tiempo, pero seguiremos siéndolo siempre, por ideología, por pensamiento, por lo que nos dio.


La diferencia no la proclama, se le nota: el periodismo le encanta, el fútbol le apasiona. Y, aunque no lo diga, añora los tiempos idos, las actitudes nobles de antes.

-Racing venía de ser campeón de América en Chile y le tocaba jugar como visitante contra Independiente, su gran rival. Entramos al campo y los jugadores de Independiente nos esperaban haciendo pasillo de honor, ¡cada uno con laureles en la mano! Y todo el estadio aplaudiendo. Después nos ganaron 4 a 0, pero nos hicieron sentir un respeto extraordinario.

-Parece increíble.

-En mi casa éramos todos de Racing, sin embargo cuando Independiente jugaba las copas, en el '64, '65, hinchábamos por ellos. Formamos la selección del colegio y compramos camisetas rojas porque había salido campeón y hacíamos ese famoso saludo rojo de los brazos en alto. Todo era así. No sé cuándo se cortó todo eso. Ahora se odian. Con River y Boca lo mismo, con todos...

-¿Te apasiona el periodismo tanto como el fútbol?

-No con la misma intensidad, una cosa es ser protagonista y otra verlo desde afuera, es inevitable, pero me gusta, me atrapó. Tuve grandes maestros, trabajé con gente muy importante, con todos aprendí algo. Si tenía que ir a grabar algo a las tres de la mañana lo hacía, ese fue mi camino. Le puse mucha pasión. Siempre les digo eso a los chicos en mi escuela de periodismo, al empezar el curso: si no tienen pasión por esto, vayan a otra cosa.

-No sos un ex futbolista que opina, como tantos.

-No, en la primera etapa de mi vida fui futbolista y lo sigo siendo, y ahora soy periodista. Creo que se complementan las dos cosas. El fútbol tiene una teoría y una práctica; yo la teoría la estoy aprendiendo, la práctica ya la aprobé, jugué en Racing, en River, en el Real Madrid, en un Mundial, ya está. Y tengo una cantidad de vivencias que sería un tonto no utilizarlas, porque sé las cosas que pasan en un partido, cuando la gente se pregunta qué se dirán los jugadores en ese momento, yo lo sé, porque lo he vivido, sé cuándo un jugador miente, si le duele o no le duele...

-¿Qué fútbol te gusta mirar?

-Me gusta mucho la Liga española y en general las ligas europeas porque se juegan en serio, todos contra todos a ida y vuelta, y los campeonatos son largos, como debe ser. Los primeros salen campeones y los últimos se van al descenso. No hay promedios, no hay cosas extrañas.
Esos campeonatos son los que me gustan a mí, te dan posibilidades de revancha, de jugar una vez en tu campo y otra vez en el ajeno. Me parece que es en serio y nosotros no nos damos cuenta de eso y seguimos haciendo campeonatos que no lo son y me da un poco de bronca porque tenemos jugadores y gente para hacer algo más serio. Me gustan el fútbol de España, Italia, la Bundesliga y la Liga inglesa. Los campeonatos europeos me atraen.


-¿Qué jugadores destacás?

-Todos sabemos que tenemos grandes jugadores que están en la selección, como los casos de Messi, Riquelme o Aimar, que siempre creo en ellos. Me alegro por “la Bruja” Verón, que volvió. Si tengo que hablar de un jugador que me parece diferente a todos los demás es Kaká; a mí siempre me parece que a Ronaldinho es una fiesta verlo, igual que a otros jugadores. Pero si hacemos un pan y queso, y tenemos que elegir, me quedo con Kaká.

-Como ex jugador, ¿disfrutaste el título del Real Madrid?

-Los títulos en el Madrid siempre se disfrutan. Ha sido un campeonato que más que ganarlo el Madrid, lo perdió el Barcelona. Y el Madrid es muy particular tenés que ganar y jugar bien. Este título se festejó mucho porque hacía mucho que no ganaba nada, pero si hubiese ganado los títulos anteriores, no lo hubiesen festejado de la misma manera. Los campeonatos siempre se festejan, pero el equipo no jugó bien y no mostró todo lo que debe mostrar.

-¿Cómo les puede ir a Fernando Gago y a Gonzalo Higuaín?

-Les va a ir bien porque son jugadores talentosos. Por suerte siempre algún argentino anduvo dando vueltas por ahí, todos cobijados por el gran Alfredo Di Stéfano. Pasamos muchos argentinos por ahí, a lo mejor no la cantidad suficiente, pero a todos les ha ido muy bien. Gago es un jugador que va a rendir muy bien, no era uno de los volantes ideales para el juego de Capello, pero sí lo puede ser para cualquiera de los entrenadores que elija el Madrid. Y “Pipita” (por Higuaín) rindió mucho más de lo pensado. En un equipo que decidió que se fuera Ronaldo, que para mí es uno de los grandes fenómenos del fútbol mundial, y se quedara “Pipita”, creo que eso es muy valioso.

-¿Es difícil para los argentinos insertarse en ese club?

-Hay que tener en cuenta que mi caso, como el de Valdano o el de Redondo, veníamos de jugar en otro equipo español, con lo que estábamos un poco ambientados al torneo español. De todos modos, jugar en el Madrid y en el Bernabéu siempre lleva un período de adaptación. Nosotros no lo sentimos tanto como lo sienten los que llegan de Argentina, más allá de que Gago e Higuaín jugaban en Boca y en River.

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Pelé (Brasil)


Tenía el físico ideal para jugar al fútbol: altura, musculatura. Las piernas perfectas: grandes arriba y finitas abajo. El físico estaba siempre predispuesto a obedecer todo lo que mandaba el cerebro. Era malo. Devolvía golpe por golpe. Si recibía, esperaba el momento de la devolución y seguro que se cobraba. Nunca repetía una jugada. Era el rey del engaño y el que lo marcaba tenía que barajar diez posibilidades que el negro, seguramente, manejaba en un segundo.
En técnica individual era perfecto. Una vez jugando yo para Cruzeiro y él para Santos nos pusimos a charlar antes de la iniciación del partido en el medio de la cancha. En determinado momento me confesó: "No digas nada, pero a fin de año dejo de jugar al fútbol". Me rompió la cabeza. Estuve quince minutos desconcentrado pensando solamente en eso.

(extraído del libro “Jugar al fútbol” de Roberto Perfumo, ex jugador de fútbol y psicólogo social, Libros Perfil S.A., 1997)

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El fútbol es la recuperación semanal de la infancia.

(JAVIER MARÍAS, escritor, traductor y editor español)

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César marcó un antes y un después en la historia de la Selección. Antes, muchos jugadores no querían ser citados, preferían quedarse en sus equipos. El Flaco programó todo diferente, le dio prestigio al equipo y consiguió los primeros títulos importantes.

(LEOPOLDO JACINTO LUQUE, Campeón Mundial en 1978, opinando sobre Menotti)

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Fútbol en el bar (Gonzalo Centelles - España)

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El baile de la gambeta (Bersuit Vergarabat - Argentina)

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Johan Cruyff (Holanda)


Estratega excepcional. Tenía una cancha interna impresionante. La tenía en la mente. Dirigía a sus compañeros, a los referís y achicaba a los que tenían que marcarlo. Era muy difícil controlarlo porque él te marcaba a vos. Siempre aparecía detrás de su marcador. Por ahí estaba parado y uno se confiaba. Le llegaba la pelota, levantaba la cabeza y se mandaba un pique que al marcador lo dejaba muerto. En esos primeros cinco metros era letal. Y en el área buscaba y encontraba los palos con una facilidad increíble. Se te iba y era gol. Encima jugó en el Ajax y en la Selección de Holanda, que eran dos equipos supertrabajados tácticamente.

(extraído del libro “Jugar al fútbol” de Roberto Perfumo, ex jugador de fútbol y psicólogo social, Libros Perfil S.A., 1997)

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Sólo hay una cosa contra la que no puedo luchar, la edad.

(DINO ZOFF, ex arquero italiano, el día de su retiro de los campos de juego como jugador, 2 de Junio de 1983)

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Yo con Garrincha tenía algo de prejuicio. El psicólogo me había dicho que tenía algunos problemas, pero los incorporé y comprobé que los jugadores muchas veces ven mejor que el técnico desde adentro de la cancha.

(VICENTE FEOLA, entrenador de Brasil en la Copa Mundial de 1958, opinando sobre el malogrado wing)

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Preparando el desafío (Gabriel Impaglione - Argentina)


Unas figuritas redondas, impresas en sonoras chapitas plateadas. Las coleccionábamos de a puñados y no había pibe que no tuviera pilones en los bolsillos a punto de descoserse.

Venían en paquetes rectangulares, traían cartones con los equipos completos de primera y detrás dos líneas de historia, la cancha, los nombres de los ídolos y DT, el sagrado escudito.

Yo tenía varias de Gimnasia y soñaba cubrir con ellas una pared de mi cuarto.
Nos juntábamos a las cuatro de la tarde en la puerta de casa, bajo un ceibo lleno de gatas-peludas de las grandes, esas verdes y dolorosas. Los pibes del barrio ya sabían, allí nos canjeábamos figus y se pactaban desafíos en el potrero de enfrente.

Un miércoles quedamos en un partido a cara de perro con los de la cuadra de la bicicletería, los del "Centro del Barrio", donde estaban los negocios y doblaba el colectivo.

Era un equipo fuerte y batallador, pero nosotros teníamos los habilidosos, y aunque muchas veces nos volvimos mordiendo el polvo de la derrota, y nuestros fenómenos llorando de la bronca y las patadas o rengueando, esta vez nos prometimos olvidar aquellos malos tragos y jugar hasta llenarles la canasta, con lujo incluído, como si fuera una cuestión de vida o muerte.

Hablamos con Don Carito, el abuelo de Azucena, -la novia que todos queríamos tener por la intensidad de su afición futbolera-, que siempre venía a mirar los partidos. Era la persona indicada, vivía justo en la esquina, en el límite exacto de los dos territorios futboleros. Aceptó ser referí y corrió al kiosco a comprar un pito.

Esa tarde nos juntamos en casa, bajo una larga galería sobre cuyos mosaicos gastados mi tío Lino dibujó una cancha de fútbol profesional con una tiza de clandestina procedencia escolar.

Fue hora de estrategias. Pizarrón para trazar el secreto de victorias inolvidables.
El partido de media hora por tiempo se jugaba con siete jugadores, así que pusimos siete botones rojos que le saqué a mi madre del costurero, de un lado, y siete chapitas del otro: Gatti, Perfumo, Marzolini, Della Savia, Onega, Artime y el Pinino Mas.

Aquel Hugo Orlando Gatti, mi ídolo, atajaba entonces en el Lobo de La Plata. Buscaba parecerme imitando las excentricidades del Maestro: salía a gambetear bien lejos de los tres palos, cacheteaba la pelota en el aire sobre la cabeza de los contrarios, achicaba arrodillándome delante del atacante y poniéndole el pecho al puntinazo... hasta que una tarde me hicieron cuatro o cinco goles al hilo y la contundente amenaza de mis compañeros me obligó a moderar el show... por la tranquilidad de los muchachos, claro.

Con chapitas y botones proyectamos el partido. El Gordo Tito, que era fanático de Deportivo Morón, se paró atrás junto a Roberto, el hijo del mecánico, tan grandote como patadura, amante de los fierros, la pelota era una cuestión de cuerpo a cuerpo y esta oportunidad, territorio para ajustar alguna cuenta con los de la zona comercial; en el medio Tilo y Bocha y adelante, de nueve, el Japonés Tokio, que sabía artes marciales. De punta el Turquito, el más rápido de la clase (y encima hacía la bicicleta que daba gusto). ¡Teníamos un equipazo!

- Hay que llevarlos a que pateen de lejos... si se vienen en malón al área, perdimos, decía el Turco. Bocha se lustró la punta de la zapatilla y dejó escapar una sonrisa de película de terror.

El turquito agarró la chapita del Pinino y armó una jugada bárbara mientras todos tratábamos de grabarnos la idea para hacerla en la cancha.

Recibió la pelota pisando el vértice de mi área grande y desbordó por la punta amagándole al nueve de ellos que atoraba la salida.

Avanzó hasta mitad de cancha, por la franja lateral, gambeteando en velocidad al volante y al nueve que lo seguía corriendo como si fuera la última vez y entró a campo contrario con la pelota al pie.

Allí amagó irse hacia el medio y desairando al otro volante central que se cruzó la cancha para partirlo, tocó la pelota hacia la línea lateral y con otro amague volvió hacia el centro de la cancha con la marca de los dos desairados atrás, para enfrentarse al defensor ése, el morocho grandote, que era el más temido del barrio; le amagó hacia adentro y entrando a pie cambiado pisó el vertice del área, rápido, inalcanzable.

Allí, en esa porción de territorio mágico encaró a mil por hora al otro defensor que con zancadas enormes llegaba a tapar el disparo.

El arquero corrió para achicarle, cerca del defensor desairado, que patinó en el pasto como si fuera una bailarina del Holliday On Ice, dos segundos antes.

El Turco, entre el arquero y el zaguero levantó la pelota en cucharita, al pie casi, y los hizo pasar de largo como toros en celo.

Dio dos pasos hacia el arco y acariciando con la zurda mágica la bola encantada, salió corriendo hacia el alambrado de la vecina, que siempre miraba los partidos tomando mate en el fondo...

Fá!! que golazo! Hasta la Doña lo felicitó y después le regaló un buñuelito! y otro vecino lo llevó al diario del pueblo a que le hagan un reportaje y sobre el pucho el primer contrato en Racing que había salido campeón del mundo ese año.

Y el Turco seguía y seguía imaginando hasta que le dije que "El día que alguien meta un gol así van a llover sapos sobre la cabeza de la reina de Inglaterra”.

Al Turquito los ojos le chorreaban sensaciones mientras acomodaba las fichas en su lugar.

Al otro día perdimos uno a cero, un gol de rebote, pura casualidad: la pelota se desvió en la zapatilla que se le había volado en un rechazo a Bocha, esa misma que se lustró el día anterior, y se metió en el rincón dando saltitos como un gato jugando con un ovillo de lana.

El Turco, llorando, se fue lesionado, y a Bocha, encima, le dieron tres puntos en la salita de primeros auxilios porque cabeceó el poste en un córner cuando faltaban menos de treinta segundos para que se acabe el partido. Don Carito salió corriendo con Bocha en andas y detrás Azucena llevándole la bicicleta.

Quedamos en una revancha que no se jugó porque terminaban las clases, y entre las fiestas y las vacaciones se desarmaban los equipos.

Luego esas cosas de siempre... la historia echada a rodar entre olvidos y memorias.

Hasta que muchos años después, cuando aquellas jugadas de pizarrón habían quedado en cualquier rincón del galponcito de la memoria, vi el gol, aquel gol, esa obra maestra de Diego en México.

El gol a los místers inventores del fútbol. El Gol. El más hermoso de toda la historia del fútbol.

De toda la historia de la Tierra, la Vía Láctea y alrededores! Y justo a los ingleses.
En un momento el flash, la infancia, Dieguito haciendo malabarismos con la redonda en el potrero, el turquito planeando la jugada con figus y botones, casi contemporáneamente tal vez... el sueño de lo imposible convertido en obra de arte, en capricho de la magia colgando su propia exposición eterna, infinita, maravillosa, indeleble en el corazón de la memoria.

Al otro día, en un recuadro de Clarín, la foto de tres sapos reinando en el jardín real, luego de haber caído desde el cielo en medio de una tremebunda lluvia que anegó también algunas calles de Londres.

(Mi agradecimiento a Gabriel Impaglione, escritor y periodista argentino, radicado en Italia, desde donde dirige la excelente publicación Isla Negra y quien me cedió este relato de su serie “Cuentos de arqueros”)

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Luis Artime (Argentina)


Fue el símbolo del goleador. El más formidable que yo vi y enfrenté dentro de una cancha. Mejor dicho: que soporté. Para marcarlo se necesitaba una concentración mental superior a la normal y no se podía hacer ninguna concesión física porque era un profesional riguroso. Conocía mejor que nadie sus limitaciones técnicas y nunca se complicaba. Eso hacía difícil encimarlo o anticiparlo. Cuando recibía fuera del área tocaba de primera y adentro del área era todo un drama encontrarlo porque siempre buscaba la espalda del defensor y aparecía para definir, generalmente por el segundo palo. Tenía un pique corto excepcional y una intuición fabulosa. Ponía todos sus sentidos en la jugada calculando dónde podía encontrarse con la pelota en el tiempo exacto. Llegaba junto con ella ganándoles la posición a los defensores y al arquero. Después terminaba la jugada con un solo toque. La metía con cualquier parte del cuerpo.

(extraído del libro “Jugar al fútbol” de Roberto Perfumo, ex jugador de fútbol y psicólogo social, Libros Perfil S.A., 1997)

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El fútbol es una de las mayores actividades de unificación entre nosotros.

(NELSON MANDELA, ex Presidente sudáfricano y Premio Nobel de la Paz 1993)

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Esta jugada quedará en la retina de nuestros oídos.

(OSCAR GALAGORRY, relator de Difusora Soriano, Uruguay, necesitando una urgente clase de anatomía)

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Sociedades anónimas deportivas, presidentes mafiosos y recuperación de clubes


En los últimos años, un lema del mundo ultra italiano se ha extendido entre los fondos de los estadios de fútbol españoles: Odio eterno al fútbol moderno. A la vez, se han vivido escenas de revuelta en varios estadios contra la gestión de presidentes-propietarios.

Aunque ambos fenómenos pueden diferenciarse (el primero es más propio del mundo ultra, y supone una descalificación completa de la evolución del fútbol en los últimos años, mientras el segundo aparece entre el conjunto de los aficionados de clubes afectados por crisis deportivas), tienen una raíz común, la privatización de los clubes deportivos; y esta raíz, un contexto también común: la privatización de lo colectivo.

Justo en las fechas en que Carlos Solchaga, Ministro de Economía desde 1985 hasta 1993, decía aquello de "España es el país en el que resulta más fácil hacerse rico", se diseñó y llevó a cabo la conversión de los clubes deportivos en sociedades anónimas deportivas. Avanzando el proceso de privatización que años después dejaría en manos de las grandes familias económicas del país el capital colectivo de empresas públicas que precisamente disponían de posiciones de privilegio en el mercado por haber tenido carácter monopolístico (Telefónica, Iberia, Endesa, etc.), el paso a particulares del capital social del que disponían los clubes se llevó a cabo apelando a la necesidad de "modernizar" y "profesionalizar" sus estructuras.
De este proceso, visto en perspectiva, conviene destacar:

- La "modernización de las estructuras", que 15 años después ha concluido en una dependencia absoluta de los derechos televisivos, la pelea por "cuota" global de audiencia y notoriedad de clubes como marcas, futbolistas convertidos en iconos pop, giras asiáticas, estudios de mercado, mafias de representantes, horarios orientados al consumo internacional y la emisión televisiva, ha sido particularmente bien gestionada en España por los clubes que siguen perteneciendo a sus socios. Barcelona y Real Madrid no han necesitado despojar de la propiedad a sus históricos dueños para ser los más "modernos" y "profesionales", sean positivos o no estos epítetos. Por supuesto, sus presidentes no son "socios de base": cuentan con considerables recursos económicos previos para configurar sus candidaturas y eran con anterioridad parte de las élites locales, pero finalmente se someten a elecciones y pueden ser desplazados conforme al criterio de los socios.

- Retroalimentándose entre ellas, la conversión del fútbol en espectáculo global (la Champions League es la NBA europea) y la privatización de los clubes ha favorecido el alejamiento del fútbol de lo local: la pérdida de peso de las canteras, la menor permanencia de los jugadores en un mismo club (favorecido por el interés de representantes y las comisiones de traspasos) y el abandono de estadios históricos (Sarriá, Anoeta, Calderón, Mestalla) debilita el vínculo entre club y lo que en su día fueron socios, convertidos en abonados (sin margen de actuación) y relegados frente a quienes no acuden al estadio pero aportan audiencia televisiva.

- Si la privatización de las empresas públicas descapitalizó al Estado para dar pie al capitalismo de empresarios-amiguetes (Pizarro, Villalonga), la visibilidad social del fútbol resulta ideal para aspirantes a políticos que no logran llegar al poder municipal como Lendoiro, colaboradores con dictadores metidos a promotores inmobiliarios como Paco Roig ("emprendedor" de la mano de Obiang), para corruptos condenados como Jesús Gil que mezclaban de forma permanente y victimista sus problemas con la justicia con la situación del club tratando de apoyarse en la masa social de abonados, editores franquistas como Lara, para especuladores del ladrillo que pretenden disponer de mayor margen de presión-negociación con las autoridades locales, para productores de cine que negocian la colación de sus películas a la vez que los derechos de los clubes que gestionan como Enrique Cerezo y abogados de encausados de la operación Malaya como Del Nido a los que, casualmente, les toca El Gordo de la lotería. En resumen, lo mejor de cada casa: y gracias a la privatización de los clubes, con absoluto margen de maniobra.

- En este sentido, si los propietarios son mafiosos, corruptos, especuladores,..., solo se puede esperar comportamientos mafiosos, corruptos, especuladores: desde usar a los grupos ultras como guardia pretoriana (usándolos para atacar a periodistas críticos, como ocurría con Gil, o aún en plena crisis del equipo, para enfrentarlos con los accionistas minoritarios, como recientemente ha ocurrido en el caso del Betis) a gestionar la conversión a Sociedad Anónima Deportiva de forma fraudulenta (como se demostró judicialmente en el caso del Atlético de Madrid) o desviar dinero a otras de sus empresas (por lo que ha sido condenado Lopera).

- Con frecuencia, las aficiones fueron, como mínimo, actores pasivos que se dejaron llevar. No puede pasarse por alto la elevada connivencia entre grupos ultras y los nuevos propietarios de los clubes, pero también la pasividad de buena parte de los socios de a pie que pueblan las gradas: el rechazo a los Lopera, Soler y Gil no nace tanto del malestar por la descapitalización de los clubes sino por la incapacidad de éstos para obtener resultados deportivos.

En este sentido, en los momentos de crisis una de las salidas inmediatas es forzar la salida de los propietarios actuales, para caer en manos de nuevos accionistas mayoritarios. Sin embargo, esta salida mantiene el alejamiento entre afición y gestión del club, guiada por los intereses de los propietarios. De este modo, en los últimos años está comenzando a fraguarse una respuesta de alcance más amplio, desde la perspectiva de "recuperar" los clubes, donde se discute la propia figura de Sociedad Anónima Deportiva, se mira más allá del fracaso deportivo poniéndolo en contexto con la propiedad originaria de los clubes, y las aficiones tratan de volver a ser actores protagonistas, no el mero decorado que aporta color a las gradas dentro de un espectáculo en el que tienen una relevancia secundaria.

Los ejemplos de referencia vienen del fútbol inglés, donde multimillonarios rusos, estadounidenses o árabes han comprado algunos de sus clubes punteros. Dentro de la respuesta a esta pérdida de protagonismo de los aficionados ha tenido particular visibilidad la adquisición y gestión de un club por aficionados particulares a través de una página web: sin embargo, lo relevante es el movimiento de fondo, donde la ambición es ir más allá de este hecho simbólico, tratando de recuperar el protagonismo de socios y aficionados en la gestión de los clubes. En este sentido, conviene destacar algo obvio: el problema de fondo no es la indefensión de los pequeños accionistas de una sociedad anónima deportiva, sino la privatización de lo colectivo. No puede hacerse pasar como sinónimo socio y pequeño accionista: los accionistas, pequeños o grandes, pretender obtener valor de su inversión (revalorizándose la acción o a través de la obtención de dividendos). Sin embargo, en la tradición de los clubes deportivos, los posibles beneficios revertían siempre a favor del afán colectivo (un estadio, nuevos fichajes, la cantera), no de particulares.

(artículo del periodista Felipe Romero, publicado en el portal “Divergencias”, España, Enero de 2008)

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Uwe Seeler (Alemania)


Un jugador símbolo de Alemania. Los hinchas que fueron a ver el Mundial de Inglaterra en 1966 en lugar de Alemania gritaban: "¡Uwe! ¡Uwe!" Petiso, retacón, tenía una fuerza tremenda y mil pulmones. Cuando Argentina lo enfrentó, en ese Mundial, trajo una pelota desde el medio de la cancha, buscó una pared antes de entrar al área y tiró afuera. Agarré la pelota para sacar desde el fondo y, cuando levanté la vista, ya estaba marcando a Marzolini, para que no recibiera el saque. Resultaba muy difícil de marcar porque era bravísimo para cubrir la pelota. Tenía una fortaleza física impresionante. ¡Era incansable!

(extraído del libro “Jugar al fútbol” de Roberto Perfumo, ex jugador de fútbol y psicólogo social, Libros Perfil S.A., 1997)

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¿Que van a tomar medidas? Pues yo mido 1.63

(JAVIER CLEMENTE, entrenador español, respondiendo a un periodista sobre la posibilidad de castigo por haber declarado antes en el affaire Eto'o "escupen aquellos que bajan de los árboles")

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Mi identidad es una mezcla inabarcable, una furiosa secuencia de etnias, decires, pensares y devenires, una febril hibridez, una conjetura. Pero un punto de mi Aleph es una pelota de fútbol obstinada en su poder aglutinante. Y como me incomoda la afectada neutralidad, digo: soy, y a veces sobre todo, un futbolero.

(WALTER VARGAS, periodista y escritor argentino en “Fútbol: opiniones y merodeos”)

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Fútbol y política


El fútbol se vive como una guerra ritualizada porque, para muchos, es un momento de comunión donde los jugadores condensan las mejores virtudes nacionales. También es, en los regímenes autoritarios, canal de la disidencia política.

Treinta y siete mil millones de espectadores (en audiencia acumulada) se aprestan a mirar los partidos de la última etapa del Campeonato Mundial de Fútbol. Ningún acontecimiento suscita tanta pasión en los habitantes de nuestro planeta. Para muchos hinchas, el fútbol es el mejor revelador de las virtudes del país. De ahí que cada enfrentamiento se viva de manera paroxística, como una auténtica guerra ritualizada.

Los deportes masivos, y sobre todo el fútbol, permiten, en los países donde la comunicación es controlada por el poder, reunir partidarios para expresar colectivamente una posición política. Dan la oportunidad de forzar, obligar a la televisión -necesariamente presente- a difundir en directo un contramensaje dirigido al país.

Así, en Abril de 1990, ochenta mil espectadores en el estadio de Argel gritaban al unísono: ¡El ejército, el pueblo con Madani! Fue antes de la gran manifestación del Frente Islámico de Salvación (FIS) y cuando los medios de comunicación oficiales minimizaban la influencia de Abassi Madani, su fundador.

En Argelia, como en muchos países, el fútbol y la política están estrechamente ligados. Ya antes de la independencia, el FLN había tenido la idea de formar un equipo nacional con jugadores que habían abandonado sus clubes de Francia.

Recurrir al fútbol como sustituto político sigue siendo una constante de la vida argelina, sobre todo porque la censura impuesta durante veintiséis años por el Estado-FLN propiciaba todo tipo de maniobras.

En Tizi-Ouzou, capital de la Kabilia, el equipo local -la Juventud Deportiva Kabilia (JSK) (Yo soy kabilio)- encarnó el nacionalismo berberisco; apoyar a ese club era una forma de eludir lo prohibido. Las manifestaciones al final del partido -explícitamente políticas- adquirieron tal amplitud a comienzos de los 80 que las autoridades exigieron el cambio del nombre del club, y el JSK pasó a ser, por un tiempo, el JET (Juventud Electrónica de Tizi-Ouzou).

Para los nacionalistas locales, eso obviamente no cambió nada y todos sabían, en Argelia, que el JET era el equipo nacional de Kabilia. En Irán, el imán Jomeini había declarado en 1979: El juego está prohibido, aunque sea para distraerse. Consecuencia: prohibición inmediata del box y el ajedrez, entre otros; censura en la televisión de deportes como la natación, debido a la desnudez excesiva de los atletas.

Un comité revolucionario pensó incluso en obligar a los futbolistas a usar pantalón en vez de short. No obstante, muy pronto el régimen (que prohíbe a las mujeres concurrir a los estadios) tuvo que admitir la fuerte popularidad de este deporte, pero no dejó de desconfiar de él. Sobre todo porque, una vez más, los estadios permitían la protesta.

A comienzos de los 80, según reveló el ex capitán de la selección iraní, varios partidos terminaron en manifestaciones. La gente aprovechó el anonimato de la multitud para gritar su oposición a Jomeini. También en otros países el fútbol sirve de caja de resonancia de protestas sociales.

En China, por ejemplo, donde son frecuentes los desbordes en los estadios, disturbios violentos provocaron, en mayo de 1988, daños considerables (comisarías destruidas, barrios incendiados) en la ciudad de Nanchong, Sichuan, después de un partido de fútbol. Jóvenes desocupados expresaban su descontento frente a las desigualdades derivadas de las reformas.

Si bien por algunos rasgos, el fútbol tiene una función de detonador social y, si aparece a veces como sustituto contemporáneo de la religión, es fundamentalmente un amplificador de las pasiones nacionales.

Durante un match, los jugadores encarnan las virtudes de la nación: virilidad, lealtad, fidelidad, espíritu de sacrificio, sentido del deber, sentido del territorio, pertenencia a una comunidad; y el partido -verdadero drama sacrificial- es a su vez una de las pocas ocasiones en las que se expresa, en forma colectiva, ese mínimo común cultural que sella la adhesión de una comunidad a las virtudes personificadas por los jugadores. El fútbol pasa a ser un espejo de nuestras sociedades.

El título de campeón -señala un informe de la Comunidad Europea- no es solamente conquistado por un equipo sino por la sociedad de la que procede. La colectividad se proyecta en el equipo y pone en él sus esperanzas de conquista, su energía de ganar, pero también sus frustraciones personales y su agresividad.

El fútbol favorece las energías psíquicas míticas, las proyecciones imaginarias y los fanatismos patrióticos. Contribuye al mantenimiento de un nacionalismo residual que da lugar a arrebatos bruscos y efímeros de pasión chauvinista en ocasión de los grandes enfrentamientos internacionales, escribe el historiador Pierre Milza.

Cada enfrentamiento adquiere así todas las apariencias de una guerra ritualizada que apela a emblemas nacionales (himnos, banderas, presencia de los presidentes) y recurre a metáforas guerreras: atacar, tirar, defender, capitán, territorio, táctica, victoria... Un buen partido de fútbol se basa en grandes principios de estrategia -afirma Henry Kissinger-. Es bien sabido que la selección de Alemania occidental planea sus partidos como el Estado Mayor alemán planificaba sus ataques: prestando una atención meticulosa hasta al detalle más mínimo.

Son muchísimas las comparaciones de este tipo; desde la tesis del presidente estadounidense Gerald Ford: “Un éxito deportivo puede servir a una nación tanto como una victoria militar”, hasta la reciente declaración del jugador de Camerún Roger Milla, autor de dos goles contra Rumania el 14 de Junio de 1990: “Soy un oficial de reserva, orgulloso de servir a mi país desde hace veinte años”; pasando por otras reflexiones famosas, como la de José Nasazzi, jugador uruguayo legendario, dos veces campeón mundial: “La selección nacional es la patria misma”; o la del jugador húngaro Kocsis comentando la resistencia de adversarios muy duros: “No eran jugadores de fútbol, eran soldados que defendían su patria hasta la muerte”.

El primer régimen que instrumentó el fútbol fue el fascista de Mussolini. En 1934, Italia organizó el segundo Campeonato Mundial (que ganó), lo que le permitió llevar a cabo una acción de propaganda sin equivalente en la historia antes de que la Alemania nazi organizara los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936.

Los fascistas pensaban que el fútbol permitía reunir multitudes considerables en un espacio propicio para la escenificación; ejercer sobre ellas una fuerte presión y mantener las pulsiones nacionalistas de las masas. Mussolini fue el primero en considerar a los jugadores de la selección de Italia soldados al servicio de la causa nacional.

El régimen de Franco, en España, trató de imitar también en este terreno a la Italia fascista. Pero chocó con los nacionalismos locales (vasco, catalán, gallego), que desviaron al fútbol en beneficio de sus tesis.

El club de Bilbao, el Athletic (que en época de Franco pasó a ser Atlético), eludiendo las prohibiciones formales, se convirtió oficiosamente en el equipo nacional vasco, reuniendo en sus filas solamente a jugadores de origen vasco. Pese a todas las censuras, para un hincha, ir al estadio a apoyar al Athletic era entonces (y en cierto modo sigue siéndolo) una forma de afirmar su nacionalismo.

Lo mismo pasaba en Cataluña con el equipo de Barcelona; o en Galicia con el Celta de Vigo, cuyos jugadores exhibían camisetas con los colores (celeste y blanco) de la bandera gallega prohibida... Bajo la apariencia de un Estado pacificado y centralizado, España seguía siendo un país plurinacional; y cada domingo, en los estadios, se enfrentaban los distintos patriotismos locales.

Una situación muy parecida se daba en la URSS y en ciertos países del Este. Para los que siguieron la evolución del fútbol en la URSS la actual explosión de los nacionalismos no fue una sorpresa.

En oportunidad de algunos partidos entre clubes de repúblicas distintas eran frecuentes los choques y las violencias de carácter nacionalista. Los encuentros que oponían sobre todo al Spartak de Moscú y el Dyano de Tbilisi o el Dynamo de Kiev daban lugar a disturbios y manifestaciones pos-partido. Una de las primeras decisiones tomadas por Lituania, después de declarar su independencia, fue retirar sus equipos de fútbol de la Liga soviética. Es lo que hizo también Georgia.

Problemas de igual orden eran frecuentes en la ex Yugoslavia, donde los odios políticos y las pasiones nacionalistas se daban vía libre en los estadios. El 13 de Mayo de 1990, en Zagreb (Croacia), el partido que enfrentaba al Dynamo local con el Estrella Roja de Belgrado (Serbia) dio lugar a violentos choques interétnicos (61 heridos), que sobrevenían luego de la victoria electoral del partido nacionalista local, Comunidad Democrática Croata (CDC), dirigido por el ex general Franjo Tudjman... Asimismo, los hinchas eslovacos del club Slovan de Bratislava y los seguidores checos del Sparta de Praga se enfrentaban regularmente.

El fútbol lleva así al paroxismo las crisis entre nacionalidades; de ahí la idea de que uno de los atributos de la independencia de un Estado-nación es precisamente el equipo-nación, depositario de una enorme energía psíquica simbólica y síntesis de las grandes virtudes patrióticas. Por otra parte, en razón de esta igualdad mítica (una nación, un equipo) Lituania, Georgia y Eslovaquia o Croacia deseaban constituir su propia selección nacional; y la RFA y la RDA decidieron fundir los suyos en un solo equipo de Alemania.

En las zonas de conflictos endémicos o de guerra, el fútbol, por el hecho de movilizar multitudes y exasperar las pasiones, refleja fielmente la violencia de los antagonismos. En Israel, por ejemplo, los grandes clubes están directamente afiliados a los partidos políticos. Solamente los clubes del norte (Galilea) son mayoritariamente árabes. En los territorios ocupados (Gaza y Cisjordania), los encuentros de fútbol están prohibidos desde el comienzo de la Intifada en 1987, pues las autoridades israelíes temen los eventuales desbordes después de los partidos.

La Organización para la Liberación de Palestina (OLP) formó -en 1964- una selección nacional, que juega en el exterior. Sobre todo porque el fútbol palestino es antiguo y participó en el Campeonato Mundial de 1934, antes de la fundación del Estado de Israel.

Otro lugar de crisis: Irlanda del Norte. Igual que en la vida política, la divergencia confesional entre católicos y protestantes reaparece en los estadios. Un ejemplo: el club de Belfast, Lindfield, donde dirigentes, jugadores e hinchas son exclusivamente protestantes no está autorizado, por razones de seguridad, a enfrentar al único club católico de la ciudad, Cliftonville, en la cancha de este último ubicada en pleno territorio católico.

Esta oposición confesional entre católicos y protestantes es una característica importante del fútbol en el Reino Unido. La encontramos también en Escocia y en Inglaterra, donde da lugar a fuertes rivalidades que originaron, en parte, a los hooligans. Así, en Glasgow, los partidos entre el club católico del Celtic y el club protestante de los Rangers se terminan generalmente con choques sumamente violentos (sesenta y seis muertos y un centenar de heridos el 2 de Enero de 1971).

En Liverpool, los encuentros entre el equipo protestante Liverpool FC y el club local católico Everton desembocan tradicionalmente en disturbios similares. Solamente son equiparables a estas violencias las violencias que acompañan a los partidos entre equipos nacionales británicos. Como el Reino Unido es el único país en el mundo que hizo reconocer por la FIFA cuatro equipos (Irlanda del Norte, Escocia, Gales e Inglaterra) por un solo Estado, los encuentros amistosos entre Inglaterra y Escocia, sobre todo, terminan con violentos enfrentamientos (un muerto y noventa heridos el 21 de Mayo de 1988).

Los hinchas ingleses adoptaron toda una panoplia ultranacionalista de extrema derecha y a menudo son infiltrados por activistas del National Front. En su interior nació el fenómeno skinhead, que luego fue extendiéndose a Europa, donde encontramos alrededor de ciertos clubes y selecciones nacionales las mismas fascinaciones por la violencia, por los temas patrioteros y racistas y por las ideas nazis...

Los otros continentes no están a salvo; en América Central, en Junio de 1969, un partido que enfrentaba a El Salvador con Honduras terminó en medio de la confusión y provocó la ruptura de relaciones entre ambos Estados, seguida de una declaración de guerra y de la invasión de Honduras por parte del ejército salvadoreño.

En Lima, un gol anulado durante un partido entre Perú y Argentina provocó el 23 de Mayo de 1964 una trifulca en la que estallaron las rivalidades y los antagonismos nacionalistas. Resultado: trescientos veinte muertos, más de mil heridos.

Al identificar un equipo de fútbol con un país o una etnia, los desbordes se multiplican, exacerbados por el delirio popular y la amplificación de los medios. Hasta el absurdo. No se juega por jugar, se juega para ganar.

El fútbol de masas satisface así el deseo perverso de enfrentarse a un enemigo para definir más la identidad nacional. El odio por el odio se agrega al aborrecimiento gratuito, sin razón, sin causa. Muchas veces por la exaltación de una idea gangrenada de nación.

(artículo del semiólogo español Ignacio Ramonet publicado en “Le Monde Diplomatique” en 1998 y traducido por Cristina Sardoy)

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-¿Hay algún artista, de los que no coinciden ideológicamente con vos, que aprecies?

-Víctor Hugo Morales es un farsante pero también el mejor relator de la historia.

-¿Seguís peleado con tus ex-compañeros de "Sport 80"?

-Ninguno se peleó conmigo. Yo me enojé con todos. Niembro dijo en el Gráfico: "Yo no anuncié los indultos. Eso es un infamia que inventó Diego Bonadeo, un sinvergüenza y un sátrapa al que quiero mucho". Yo sostengo que Niembro anunció los indultos y a los sinvergüenza y sátrapas no los quiero nada.

-¿Y los demás?

-Con Victor Hugo, Paenza, Macaya y Araujo es lo mismo. A Niembro lo respeto como comentarista, a Victor Hugo te dije, Macaya fue bueno alguna vez, y Araujo es ocurrente pero nunca se le cae ni una idea. Paenza no existe.

(fragmento del reportaje realizado al periodista Diego Bonadeo, por Gustavo Masutti Llach en revista “Ahora” del diario Crónica, Abril de 2003, en donde se ocupa de sus colegas)

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Si le daba una vez al balón, marcaba dos goles.

(ZOLTAN CZIBOR, opinando sobre su ex compañero en el Kispest y en la selección húngara Ferenc Puskas)

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El fútbol es una religión sin Dios.

(VÍCTOR HUGO MORALES, relator y periodista uruguayo)

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Pichón de Cristo (Roberto Fontanarrosa - Argentina)

-1ª parte-



-2ª parte-

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Éste es el día de su trigésimo cumpleaños. En Posillipo resplandece la luna, Buenos Aires está lejos. El viejo muchacho se pone el smoking y apaga las velitas. El balón está parado, la sonrisa de Dalmita es la vida después del último gol. Felicidades, Diego, de parte de tus antipáticos periodistas.

(MIMMO CARRATELLI, Il Mattino, 30 de Octubre de 1990)

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Con la Selección Argentina jugamos en el estadio Maracaná un el '68 contra la Selección de Río de Janeiro. Cuatro a uno perdimos. En la jugada del cuarto gol, sacó el arquero con la mano hacia el lateral derecho y empezaron a tocar... y ¡olé, olé, olé!
Yo desde atrás miraba y rogaba: "Ojalá no termine en gol". Y siguió el ¡ole, ole! La tocaron los once de ellos... ¡y terminó en gol!
Al otro día los diarios titularon: "O maior olé da historia".

(ROBERTO PERFUMO, ex jugador argentino y comentarista de TV)

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El fútbol, como el halcón maltés, es del material con el que se fabrican los sueños.

(ENRIC GONZÁLEZ, periodista español, autor del libro "Historias del Calcio")

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