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De las andanzas de Enrique Omar Sívori por Nápoles, se recuerda aquella que protagonizó con un periodista que criticaba al técnico argentino Bruno Pesaola y al que, por eso, Enrique se la tenía jurada. Un día que Pesaola, Sívori y Altafini charlaban en la concentración napolitana, se sumó a la rueda el citado informador. En determinado momento Sívori comentó que “con ese jugador el Nápoli será imparable”, mientras Pesaola y Altafini –advertidos de lo que preparaba el Cabezón- abandonaron el lugar. El periodista, saboreando la súper primicia, rogó a Sívori que le dijera quién iba a comprar el Nápoli. El argentino, después de hacerse rogar, le dijo: “Está bien, pero no digas que yo te pasé la información, se trata de José Paparulo”.
A la mañana siguiente el diario napolitano tituló a seis columnas: ¡“Nápoli compra a Paparulo”!
El periodista casi termina en la calle.

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En este país hay discriminación: si yo hubiese sido rubio y de ojos celestes, seguro que dirigía a la selección. Nunca me la ofrecieron por eso, porque soy negro.

(PEDRO MARCHETTA, técnico argentino, y una curiosa visión sobre su realidad en 1998)

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Me retiré a los 40 años porque mis hijas un día me miraron y me dijeron: "Papá, pelado y con pantalones cortos, no quedás bien..."

(ALFREDO DI STÉFANO, ícono viviente del madridismo, declarando en 1977 el porqué de su retiro de las canchas de fútbol)

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El penal más largo del mundo (Osvaldo Soriano - Argentina)


El penal más fantástico del que yo tenga noticia se tiró en 1958 en un lugar perdido del valle de Río Negro, en Argentina, un domingo por la tarde en un estadio vacío.
Estrella Polar era un club de billares y mesas de baraja, un boliche de borrachos en una calle de tierra que terminaba en la orilla del río. Tenía un equipo de fútbol que participaba en el campeonato del valle porque los domingos no había otra cosa que hacer y el viento arrastraba la arena de las bardas y el polen de las chacras. Los jugadores eran siempre los mismos, o los hermanos de los mismos. Cuando yo tenía quince años, ellos tendrían treinta y me parecían viejísimos.
Díaz, el arquero, tenía casi cuarenta y el pelo. El blanco que le caía sobre la frente de indio araucano. En el campeonato participaban dieciséis clubes y Estrella Polar siempre terminaba más abajo del décimo puesto. Creo que en 1957 se habían colocado en el decimotercer lugar y volvían a sus casas cantando, con la camiseta roja bien doblada en el bolso porque era la única que tenían.
En 1958 empezaron ganándole a Escudo Chileno, otro club de miseria. A nadie le llamo la atención eso. En cambio, un mes después, cuando habían ganado cuatro partidos seguidos y eran los punteros del torneo, en los doce pueblos del valle empezó a hablarse de ellos. Las victorias habían sido por un gol, pero alcanzaban para que Deportivo Belgrano, el eterno campeón, el de Padini, Constante Gauna y Tata Cardiles, quedara relegado al segundo puesto, un punto más abajo. Se hablaba de Estrella Polar en la escuela, en el ómnibus, en la plaza, pero no imaginaba todavía que al terminar el otoño tuvieran 22 puntos contra 21 de los nuestros. Las canchas se llenaban para verlos perder de una buena vez. Eran lentos como burros y pesados como roperos, pero marcaban hombre a hombre y gritaban como marranos cuando no tenían la pelota.
El entrenador, un tipo de traje negro, bigotitos recortados, lunar en frente y pucho apagado entre los labios, corría junto a la línea de toque y los azuzaba con una vara de mimbre cuando pasaban a su lado. El público se divertía con eso y nosotros, que por ser menores jugábamos los sábados, no nos explicábamos como ganaban si eran tan malos. Daban y recibían golpes con tanta lealtad y entusiasmo, que terminaban apoyándose unos sobre otros para salir de la cancha mientras la gente les aplaudía el 1 a 0 y les alcanzaba botellas de vino refrescadas en la tierra húmeda. Por las noches celebraban en el prostíbulo de Santa Ana y la gorda Leticia se quejaba de que se comieran los restos del pollo que ella guardaba en la heladera. Eran la atracción y en el pueblo se les permitía todo. Los viejos les recogían de los bares cuando tomaban demasiado y se ponían pendencieros; los comerciantes les regalaban algún juguete o caramelos para los hijos y en el cine, las novias les consentían caricias por encima de las rodillas. Fuera de su pueblo nadie los tomaba en serio, ni siquiera cuando le ganaron a Atlético San Martín por 2 a1.En medio de la euforia perdieron, como todo el mundo, en Barda del Medio y al terminar la primera rueda dejaron el primer puesto cuando Deportivo Belgrano los puso en su lugar con siete goles. Todos creímos, entonces, que la normalidad empezaba a restablecerse. Pero el domingo siguiente ganaron 1 a 0 y siguieron con su letanía de laboriosos, horribles triunfos y llegaron a la primavera con apenas un punto menos que el campeón.
El último enfrentamiento fue histórico por el penal. El estadio estaba repleto y los techos de las casas también. Todo el mundo esperaba que Deportivo Belgrano repitiera los siete goles de la primera rueda. El día era fresco y soleado y las manzanas empezaban a colorearse en los árboles. Estrella Polar trajo más de quinientos hinchas que tomaron una tribuna por asalto y los bomberos tuvieron que sacar las mangueras para que se quedaran quietos.
El referí que pitó el penal era Herminio Silva, un epiléptico que vendía las rifas del club local y todo el mundo entendió que se estaba jugando el empleo cuando a los cuarenta minutos del segundo tiempo estaban uno a uno y todavía no había cobrado la pena por más que los de Deportivo Belgrano se tiraran de cabeza en el área de Estrella Polar y dieran volteretas y malabarismos para impresionarlo. Con el empate el local era campeón y Herminio Silva quería conservar el respeto por sí mismo y no daba penal porque no había infracción. Pero a los 42 minutos, todos nos quedamos con la boca abierta cuando el puntero izquierdo de Estrella Polar clavó un tiro libre desde muy lejos y se pusieron arriba 2 a 1. Entonces sí, Herminio Silva pensó en su empleo y alargó el partido hasta que Padín entró en el área y ni bien se le acercó un defensor pitó. Ahí nomás dio un pitazo estridente, aparatoso y sancionó el penal. En ese tiempo el lugar de ejecución no estaba señalado con una mancha blanca y había que contar doce pasos de hombre. Herminio Silva no alcanzó siquiera a recoger la pelota porque el lateral derecho de Estrella Polar, el Colo Rivero, lo durmió de un cachetazo en la nariz. Hubo tanta pelea que se hizo de noche y no hubo manera de despejar la cancha ni de despertar a Herminio Silva. El comisario, con la linterna encendida, suspendió el partido y ordenó disparar al aire. Esa noche el comando militar dictó estado de emergencia, o algo así, y mandó a enganchar un tren para expulsar del pueblo a toda persona que no tuviera apariencia de vivir allí.
Según el tribunal de la Liga, que se reunió el martes, faltaban jugarse veinte segundos a partir de la ejecución del tiro penal y ese match aparte entre Constante Gauna, el shoteador y el gato Díaz al arco, tendría lugar el domingo siguiente, en el mismo estadio a puertas cerradas. De manera que el penal duro una semana y fue, si nadie me informa lo contrario, el más largo de toda la historia.
El miércoles faltamos al colegio y nos fuimos al pueblo vecino a curiosear. El club estaba cerrado y todos los hombres se habían reunido do en la cancha, entre las bardas. Formaban una larga fila para patearle penales al Gato Díaz y el entrenador de traje negro y lunar trataba de explicarles que esa era la mejor manera de probar al arquero. Al final, todos tiraron su penal y el Gato atajó unos cuantos porque le pateaban con alpargatas y zapatos de calle.
Un soldado bajito, callado, que estaba en la cola, le tiró un puntazo con el borseguí militar y casi arranca la red.
Al caer la tarde volvieron al pueblo, abrieron el club y se pusieron a jugar a las cartas. Díaz se quedó toda la noche sin hablar, tirándose para atrás el pelo blanco y duro hasta que después de comer se puso un escarbadiente en la boca y dijo:-Constante los tira a la derecha.
-Siempre -dijo el presidente del club.
-Pero él sabe que yo sé.
-Entonces estamos jodidos.
-Sí, pero yo sé que él sabe -dijo el Gato.
-Entonces tírate a la izquierda y listo -dijo uno de los que estaban en la mesa.
-No. El sabe que yo sé que él sabe -dijo el Gato Díaz y se levantó para ir a dormir.
-El Gato esta cada vez más raro -dijo el presidente el club cuando lo vio salir pensativo, caminando despacio.
El martes no fue a entrenar y el miércoles tampoco. El jueves, cuando lo encontraron caminando por las vías del tren estaba hablando solo y lo seguía un perro con el rabo cortado.
-¿Lo vas a atajar?- le preguntó, ansioso, el empleado de la bicicletería.
-No sé. ¿Qué me cambia eso?- preguntó.
-Que nos consagramos todos, Gato. Les tocamos el culo a esos maricones de Belgrano.
-Yo me voy consagrar cuando la rubia de Ferreyra me quiera querer -dijo- y silbó al perro para volver a su casa.
El viernes, la rubia de Ferreyra está atendiendo la mercería cuando el intendente del pueblo entró con un ramo de flores y una sonrisa ancha como una sandía abierta. Esto te lo manda el Gato Díaz y hasta el lunes vos decís que es tu novio.
-Pobre tipo -dijo ella con una mueca y ni miro las flores que habían llegado de Neuquén por el ómnibus de las diez y media. A la noche fueron juntos al cine. En el entreacto el Gato salió al hall a fumar y la rubia de los Ferreyra se quedó sola en la media luz, con la cartera sobre la falda, leyendo cien veces el programa sin levantar la vista.
El sábado a la tarde el Gato Díaz pidió prestadas dos bicicletas y fueron a pasear a las orillas del río. Al caer la tarde la quiso besar, pero ella dio vuelta la cara y dijo que el domingo a la noche, tal vez, después que atajara el penal, en el baile.
-¿Y yo cómo sé? -dijo él.
-¿Cómo sabés qué?-Si me tengo que tirar para ese lado.
La rubia Ferreyra lo tomó de la mano y lo llevó hasta donde habían dejado las bicicletas.
-En esta vida nunca se sabe quién engaña a quién -dijo ella.
¿Y si no lo atajo? -preguntó él.
Entonces quiere decir que no me querés -respondió la rubia, y volvieron al pueblo.
El domingo del penal salieron del club veinte camiones cargados de gente, pero la policía los detuvo a la entrada del pueblo y tuvieron que quedarse a un costado de la ruta, esperando bajo el sol.
En aquel tiempo y en aquel lugar no había emisoras de radio, ni forma de enterarse de lo que ocurría en una cancha cerrada, de manera que los de Estrella Polar establecieron una posta entre el estadio y la ruta. El empleado del bicicletero subió a un techo desde donde se veía el arco del Gato Díaz y desde allí narraba lo que ocurría a otro muchacho que había quedado en la vereda que a su vez transmitía a otro que estaba a veinte metros y así hasta que cada detalle llegaba a donde esperaban los hinchas de Estrella Polar. A las tres de la tarde, los dos equipos salieron a la cancha vestidos como si fueran a jugar un partido en serio. Herminio Silva tenía un uniforme negro, desteñido pero limpio y cuando todos estuvieron reunidos en el centro de la cancha fue derecho hasta donde estaba el Colo Rivero que le había dado el cachetazo el domingo anterior y lo expulsó de la cancha. Todavía no se había inventado la tarjeta roja, y Herminio señala la entrada del túnel con una mano temblorosa de la que colgaba el silbato.
Al fin, la policía sacó a empujones al Colo que quería quedarse a ver el penal. Entonces el árbitro fue hasta el arco con la pelota apretada contra una cadera, contó doce pasos y la puso en su lugar.
El Gato Díaz se había peinado a la gomina y la cabeza le brillaba como una cacerola de aluminio. Nosotros los veíamos desde el paredón que rodeaba la cancha, justo detrás del arco, y cuando se colocó sobre la raya de cal y empezó a frotarse las manos desnudas, empezamos a apostar hacía dónde tiraría Constante Gauna. En la ruta habían cortado el tránsito y todo el Valle estaba pendiente de ese instante porque hacía diez años que el Deportivo Belgrano no perdía un campeonato.
También la policía quería saber, así que dejaron que la cadena de relatores se organizara a lo largo de tres kilómetros y las noticias llegaban de boca en boca apenas espaciadas por los sobresaltos de la respiración. Recién a las tres y media, cuando Herminio Silva consiguió que los dirigentes de los dos clubes, los entrenadores y las fuerzas vivas del pueblo abandonaran la cancha, Constante Gauna se acercó a acomodar la pelota. Era flaco y musculoso y tenía las cejas tan pobladas que parecían cortarle la cara en dos. Había tirado ese penal tantas veces -contó después- que volvería a patearlo a cada instante de su vida, dormido o despierto. A las cuatro menos cuarto, Herminio Silva se puso a medio camino entre el arco y la pelota, se llevó el silbato a la boca y sopló con todas sus fuerzas.
Estaba tan nervioso y el sol le había machacado tanto sobre la nuca, que cuando la pelota salió hacía el arco, el referí sintió que los ojos se reviraban y cayó de espalda echando espuma por la boca. Díaz dio un paso al frente y se tiró a su derecha. La pelota salió dando vueltas hacía el medio del arco y Constante Gauna adivinó enseguida que las piernas del Gato Díaz llegarían justo para desviarla hacia un costado. El gato pensó en el baile de la noche, en la gloria tardía y en que alguien corriera a tirar la pelota al córner porque había quedado picando en el área. El petiso Mirabelli llegó primero que nadie y la sacó afuera, contra el asombrado, pero el árbitro Herminio Silva no podía verlo porque estaba en el suelo, revolcándose con su epilepsia.
Cuando todo Estrella Polar se tiró sobre el Gato Díaz, el juez de línea corrió hacía Herminio Silva con la bandera parada y desde el paredón donde estábamos sentados oímos que gritaba “¡no vale, no vale!”.La noticia corrió de boca en boca, jubilosa. La atajada del Gato y el desmayo del árbitro. Entonces en la ruta todos abrieron las botellas de vino y empezaron a festejar, aunque el “no vale” llegara balbuceado por los mensajeros como una mueca atónita. Hasta que Herminio Silva no se puso de pie, desencajado por el ataque, no hubo respuesta definitiva. Lo primero que preguntó fue “qué pasó” y cuando se lo contaron sacudió la cabeza y dijo que había que patear de nuevo porque él no había estado allí y el reglamento decía que el partido no puede jugarse con un árbitro desmayado. Entonces el Gato Díaz apartó a los que querían pegarle al vendedor de rifas de Deportivo Belgrano y dijo que había que apurarse porque esa noche él tenía una cita y una promesa y fue otra vez bajo el arco.
Constante Gauna debía tenerse poca fe, porque le ofreció el tiro a Padini y recién después fue hacía la pelota mientras el juez de línea ayudaba a Herminio Silva a mantenerse parado. Afuera se escuchaban bocinazos de festejo y los jugadores de Estrella Polar empezaron a retirarse de la cancha rodeados por la policía. El pelotazo salió hacía la izquierda y el Gato Díaz se fue para el mismo lado con una elegancia y una seguridad que nunca más volvió a tener. Costante Gauna miró al cielo y después se echó a llorar.
Nosotros saltamos del paredón y fuimos a mirar de cerca a Díaz, el viejo, el grandote, que miraba la pelota que tenía entre las manos como si hubiera sacado la sortija de la calesita. Dos años más tarde, cuando él era una ruina y yo un joven insolente, me lo encontré otra vez, a doce pasos de distancia y lo vi inmenso, agazapado en punta de pie, con los dedos abiertos y largos. En una mano llevaba un anillo de matrimonio que no era de la rubia de los Ferreyra sino del hermano del Colo Rivero, que era tan india y tan vieja como él. Evité mirarlo a los ojos y le cambié la pierna; después tiré de zurda, abajo, sabiendo que no llegaría porque estaba un poco duro y le pesaba la gloria. Cuando fui a buscar la pelota dentro del arco, el Gato Díaz estaba levantándose como un perro apaleado.
-Bien, pibe -me dijo-. Algún día, cuando seas viejo, vas a andar contando por ahí que le hiciste un gol al Gato Díaz, pero para entonces ya nadie se va a acordar de mí.

(este texto fue especialmente escrito por Osvaldo Soriano para el excelente compilado "Cuentos de fútbol". La selección de los cuentos publicados estuvo a cargo de Jorge Valdano).

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De Cerro te cuento una anécdota: Cerro debería ser el tercer grande por todo, por la gente que lleva, por la zona de influencia y tiene una cosa muy común que yo palpé.
La gente de Cerro quiere al jugador del Cerro. Eso de Cerro-Cerro, existe. Había un muchacho que la gente me lo pedía con insistencia, "tiene que jugar fulano, tiene que jugar fulano" y no siempre me lo pedían de buena manera. Era un jugador de ahí. Jugamos contra Nacional, le fuimos ganando durante los noventa minutos y en el alargue me hacen goles dos jugadores que habían sido míos, Marcelo Saralegui y Dely Valdez. Terminé perdiendo 2 a 1. El tercer partido me tocó con Danubio, en la cancha de Danubio, y siempre me pedían que pusiera a este muchacho, "ponelo que es del Cerro". A los treinta segundos me pasa a ganar Danubio 1 a 0. No habían movido, levantan la pelota y 1 a 0. Pero Cerro remontó bien y faltando 5 minutos, Vespa hace un gol de chilena sensacional. Respiré, porque la hinchada de Cerro estaba ahí. Entonces, no digo para congraciarme, pero pensé "le voy a dar la oportunidad a este muchacho del Cerro que me insisten". Lo pongo faltando dos minutos y viene un centro en la hora, salta, cabecea desde afuera del área y me la pone en el ángulo de su propio arco.
Pobre muchacho, se quería morir él y me quería morir yo.
Ese fue mi último partido en Cerro.

(BEETHOVEN "Coco" JAVIER, técnico uruguayo, portador de jugosas anécdotas del fútbol charrúa. Extraído del diario digital "Pasión")

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El estilo de Independiente murió cuando Bochini dijo basta.

(NÉSTOR ROLANDO CLAUSEN, ex jugador de Independiente y ex compañero de equipo del "Bocha", dejando en 1996 una definición sobre el gusto de fútbol bien jugado por parte de los hinchas del Rojo de Avellaneda)

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El avión con los 25 dirigentes sale mañana, ahora solo falta conseguir los 22 jugadores.

(Excéptico titular del periódico "Folha de Sao Paulo", del 19 de Mayo de 1962)

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¡Un médico ahí, por favor!


Al futboleramente famoso Estudiantes de La Plata de Osvaldo Zubeldía lo rebautizaron, con justicia, La Banda. Inauguraron una concepción sesgada de la contienda lúdica que sentó toda una escuela. Por ejemplo, entre otras cosas, salían siempre últimos a la cancha y todos mirando hacia donde sabían que se habían ubicado los rivales, mientras pensaban para sus adentros, automotivándose para evitar lo pernicioso de la mentalidad perdedora: "Esos once hijos de puta son inferiores a nosotros y no nos pueden ganar".
Como ayudante de campo incorporaron a un ex campeón argentino de box y el hotel de La Plata, donde se hospedaban las delegaciones rivales en los torneos internacionales, daba la casualidad que siempre, justo tenía libres sólo las habitaciones del primer piso, y en la noche previa al partido, todos los platenses con auto salían a dar vueltas a la manzana y tocaban la bocina porque había mucho tránsito. Además, era tanto el espíritu de confraternidad, que los que no tenían para un cuatro ruedas llamaban por teléfono hasta que amanecía, para saludarlos y que no se sintieran tan solos lejos del terruño y el conserje, como no podía ser menos, incapaz de controlar semejante ola de calor humano, les pasaba las llamadas sin andar preguntando de parte de quién o si hablaban inglés o portugués.
Nadie sabe por qué, los ingleses del Manchester, de puro cabrones que son, se llevaron tan mala impresión que cuando fue el partido de vuelta en cancha de ellos, como Estudiantes exigió un lugar a campo abierto para que no le devolvieran las gentilezas de las manifestaciones automovilísticas, el cocinero subdito de Su Majestad que les habían destinado en la concentración les puso tal cantidad de purgante del bueno en la sopa, que a la noche se llenaron de chichones tratando de entrar primero al baño.
Tampoco pudieron pegar un ojo. Pero así y todo, se trajeron la Intercontinental. Aparte no era un plantel recolectado de las villas y el pobrerío como otros. Profesionales, gente culta. Y hubo que recordárselo a los piratones, como pasó el jueves 26 de Octubre de 1968, en ocasión de la primera parte de la final que se jugó en la cancha de Boca, pero no porque se sintiera más la presión del público, sino para que les quedara más cerca a ellos, gente extranjera, que habla otro idioma, y no tuvieran que irse hasta La Plata.
Los del Manchester United perdieron 1 a 0 y se quedaron con la sangre en el ojo. Para ellos jugaba Bobby Charlton, nombrado Sir de la corona inglesa desde el Mundial de 1966 por Isabel II, quien en el vestuario entró a despotricar y buscar excusas como todo derrotado. Por ejemplo, trató de hacer entender que ellos, que son unos brutos, está bien, se bancan los patadones porque son parte del juego, y como para muestra alcanza un botón, se bajó las medias: la verdad, no le cabía ni un cardenal ni un raspón más.
Pero lo que lo tenía caliente al Bobby, casi fuera de sí, era lo que él, nada menos que un inglés, consideraba una falta total al fair play, y para demostrarlo se levantó la camiseta: el amplio círculo que entre las tetillas y la cintura le daba vuelta al tórax, según él, era producto de los pellizcones que sistemáticamente le había aplicado durante los 90' un marcador personal, lo más parecido a una estampilla que llevaba visto sobre un césped.
Entonces ahí fue cuando todo lo Sir que quisiera, pero llegó el momento de pararle el carro y ponerlo en caja. Uno de los periodistas argentinos, aunque medio a los tumbos con el idioma de William Shakespeare, le sacó a relucir -más que eso, se lo refregó bien por la jeta- que el doctor Carlos Salvador Bilardo -porque de él se trataba, aunque el noble de pacotilla no se animara a nombrarlo-, para que lo supiera y no anduviera diciendo pavadas, era médico recibido en la Universidad de Buenos Aires, con título habilitante y juramento hipocrático y todo.
Como no podía ser de otro modo, el británico se quedó atónito, estupefacto, así sólo atinó a balbucear por toda respuesta:
- ¿Y qué? ¿Sale a la cancha a buscar pacientes?



(tomado del libro "Jodas futboleras de antología" de Amílcar Romero, Ediciones Cambio S.R.L., pág. 81 a 83)

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El Bambino Veira en "Hay equipo" de TyC Sports (3ª parte)

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El Mundial de este año lo va a ganar Francia. Después estarán Brasil, Alemania e Italia. A Argentina le va costar entrar entre los cuatro primeros.

(JORGE "Indio" SOLARI, técnico argentino y un vaticinio preciso del Mundial de Francia, en Enero de 1998)

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Ariel Ortega no me gusta. Antes de ir a verlo, voy a la calesita. No sé qué hace de volante, si tiene menos panorama que Magoo.

(RENÉ HOUSEMAN, ex jugador argentino, "pegándole" en 1998 al jugador de River Plate)

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Alturas de Calama (Samuel Orellana - Chile)


I
Del aire al aire, como una red vacía,
iba Zamorano entre las canchas y la atmósfera, llegando y despidiendo.

II
En las infinitas claridades de las praderas de Maipú
era una melena en busca de pelota:
Helo allí Helo allí
suspendido en el aire
Iván Luis Zamorano Zamora.

III
Dando vueltas desde sí mismo hasta dar con las piernas de su madre.

IV
Y dale oh
Y dale oh
se escuchaba en el desierto de Atacama,
en las eternas y fosforescentes camisetas fundidas por el cobre
y arriba brillando el sol.

V
¿Y quién fue el salvador de ese pueblo condenado?
Su sino fueron las cordilleras de Chile:
Cobresal y Cobreandino en una plegaria que se cruzó con el infinito del
desierto
donde los nevados no fueron otra cosa que espinas.

VI
Y así como su frente fue la corona que ciñó de sangre el horizonte,
nuestro héroe cruzó el Atlántico de un puro salto
para cabecear el sol del invasor
a quinientos años del pitazo inicial.

VII
Pero Zamorano volvió a cumplir el sueño de su padre,
a llenar de goles los lagos, las llanuras, las vertientes, las termas y
cuántacosa, ¿no?

VIII
Una vez más suspendido sobre el cielo, diluyéndose entre auras,
el eterno cobre de Chile.

IX
De las alturas el Pichichi cayó a lo más genital de lo terrestre
y el desierto negó su melena y repartió sus vestiduras:
Cobreloa 4 Colo-Colo 0
y el pétreo, sulfúrico y recontra infinito desierto de Atacama
le mostró el rojo del cobre: la tarjeta con la sangre
del pueblo de Chile.

X
Sube a nacer conmigo, Zamorano.

Dame la mano desde la profunda
zona de los goleadores expulsados.
No volverás del fondo de las redes.
No volverás del túnel subterráneo.
No volverá tu frente endurecida.
No volverá tu acento castellano.

Sube a nacer conmigo, Iván Bam Bam
Zamorano.



(Un especial agradecimiento a SAMUEL ORELLANA (Maipú, Chile, 1978) Licenciado en Filosofía por la Universidad de Chile, quien permitió la publicación en este blog de los poemas pertenecientes al libro "Gol de Oro", editado en el año 2004)

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El Bambino Veira en "Hay equipo" de TyC Sports (2ª parte)

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La única verdad es ganar. "Lo importante es competir" es una frase hecha para los otarios* y creada por los perdedores.

* Otario: forma despectiva que se aplica a la persona de poco alcance y fácil de engañar.

(OSVALDO JUAN ZUBELDÍA, técnico argentino ya fallecido, dejando en 1968 esta frase divisoria de aguas entre "resultadistas" y "líricos")

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Porque no tenemos nada, queremos hacerlo todo!

(Célebre frase del dirigente chileno CARLOS DITTBORN, en la campaña previa a la realización del Mundial de 1962, después de los violentos terremotos que destruyeran parte del país)

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Romance intelectual con la pelota


"El goleador es siempre el mejor poeta del año", escribió Pier Paolo Pasolini, en la cumbre del romance entre la literatura y el fútbol. Camus había dicho que el fútbol le enseñó todo lo que sabía y el desprecio de los intelectuales por esa pasión se había superado cuando estalló una nueva polémica: ya no fútbol vs. cultura, o civilización vs. barbarie, sino literatura versus oportunismo editorial y venta. Además, cómo el fútbol devora la cultura general.
Jorge Luis Borges fue el encargado de marcar la divisoria de aguas. Con lapidaria ironía, reformuló el "civilización y barbarie" sarmientino y sentenció en más de una entrevista periodística que el fútbol era "una cosa estúpida de ingleses... Un deporte estéticamente feo: once jugadores contra once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos". La frase hendía el cuchillo en el corazón de la patria futbolera y convocaba al escándalo. Pero más allá de la humorada -"una forma perversa de razonamiento; un cinismo que invalida todas las letras del mundo: Así, el Quijote no es otra cosa que un conjunto de letras negras sobre papel blanco", como lo definiría Alejandro Dolina- el anatema borgeano selló la relación entre quienes practicaban el deporte de la literatura y los habilidosos en el arte del fútbol. Durante décadas -salvo excepciones- ambos mundos sucedieron en dimensiones paralelas. En forma esquemática podría resumirse de la siguiente manera: los escritores desdeñaban el fútbol y los futboleros huían de la literatura. La división también se experimentaba entre lectores e hinchas en una remake del divorcio original entre pueblo e ilustración aventado por Domingo Faustino Sarmiento. Pero la segunda mitad del siglo XX sería testigo de una plebeyización de la literatura -el periodismo fue gran artífice de este proceso- y decenas de literatos se volcarían a una producción mestiza gracias a la cual el fútbol ya no quedaría en "orsai" literario. Finalmente, a mediados de los noventa, la pelota ganó la batalla y hoy -a horas del mundial de Alemania- se asiste a lo que algunos denominan la futbolización del universo y de la que no puede escapar ni siquiera el apocado e íntimo mundo de las letras.
La mala relación entre fútbol y literatura se inició en 1880 cuando el escritor británico Rudyard Kipling (1865-1936) despreció a ese deporte y a "las almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan". Y prácticamente desde esa fecha el desencuentro se hizo sostenido. Sin embargo, el recorrido de una buena biblioteca demostrará que no faltaron las gratas excepciones: en los años 20, el peruano Juan Parra del Riego y el argentino Bernardo Canal Feijóo escribieron "Penúltimo poema del fútbol" y Horacio Quiroga publicó "Suicidio en la cancha", un cuento sobre el caso real de un jugador de Nacional que se pegó un tiro en el círculo central de la cancha. De aquellos tiempos es el primer relato totalmente ficcional sobre fútbol en el Río de la Plata: la novela del francés Henri de Montherlant “Los once ante la puerta dorada”. En 1923, nada menos que en su melancólico libro “Crepusculario”, Pablo Neruda escribió el poema "Los jugadores", y 12 años después, "Colección nocturna", incluído en “Residencia en la tierra”. Durante el primer medio siglo hubo escasos coqueteos de la literatura con el fútbol -una aguafuerte de Roberto Arlt sobre el Seleccionado Nacional y poco más-; quien entró a saco lleno en el tema fue el uruguayo Mario Benedetti con su ya célebre cuento "Puntero izquierdo", escrito en 1955, y publicado en el libro “Montevideanos”.
El llamado boom de la literatura latinoamericana se acercó al mundo del fútbol, no sólo desde la escritura sino también desde las tribunas. Tras un partido entre Junior y Millonarios, Gabriel García Márquez declaró: "No creo haber perdido nada con este irrevocable ingreso que hoy hago públicamente a la santa hermandad de los hinchas. Lo único que deseo, ahora, es convertir a alguien". Y el salvoconducto del futuro Premio Nobel dio resultados. Aunque, en realidad, ya por aquella época había salido del placard un gran número de escritores que se reconocían como hinchas de fútbol: el poeta gaditano Rafael Alberti -quien escribió "Oda a Platko", dedicada al arquero húngaro del Barcelona-, Miguel Hernández, Miguel Delibes, Manuel Vázquez Montalbán, Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti, Jorge Amado, Augusto Roa Bastos, Ernesto Sabato, Rubem Fonseca, Mario Vargas Llosa, Julio Ramón Rivadaneyro y Alfredo Bryce Echenique.
Pero la literatura no sólo ha dado hinchas al mundo: también se ha enriquecido de ellos. Albert Camus, por ejemplo, aprendió cuando era arquero en Argelia que "la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Esto me ayudó mucho en la vida... Lo que más sé acerca de moral y de las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol". A la pelota se le debe, entonces, El mito de Sísifo, Los justos y La peste.
A partir de los años 60 y 70 la lista de escritores que se animaron a escribir sobre fútbol se acrecentó considerablemente: el poeta brasileño Vinicius de Moraes escribió un célebre poema al puntero Garrincha, el español Camilo José Cela, sus “Once cuentos de fútbol”, el mexicano Juan Villoro, un texto sobre el Maracanazo -el día que Uruguay le ganó a Brasil la Copa del Mundo en el estadio Maracaná- titulado “El hombre que murió dos veces”, Humberto Constantini, su relato "Inside izquierdo", y Leopoldo Marechal, elige la tribuna de un River-Boca para lanzar la batalla del protagonista de Megafón o la guerra. Mientras tanto, en Europa, el austríaco Peter Handke ponía la piedra basal con su novela La angustia del arquero frente al tiro penal -que poco habla de fútbol, es verdad- pero tiene una de las definiciones más bellas de ese instante crucial en un partido.
Los años ochenta marcaron el fin de la separación entre el fútbol y las letras en la Argentina. Y eso ocurrió de la mano del periodismo gráfico: Osvaldo Soriano, Roberto Fontanarrosa y Juan Sasturain se convirtieron en la delantera implacable que se abocaba a escribir sin tapujos ni complejos sobre fútbol, primero desde las crónicas de prensa y el humor y, finalmente, desde la literatura.
Clásicos de esta etapa son los cuentos publicados en El mundo ha vivido equivocado, en el que el escritor rosarino incluyó los inolvidables relatos sobre fútbol como "Lo que se dice de un ídolo", "Memorias de un wing derecho", y "¡Qué lástima, Cattamarancio!". Osvaldo Soriano, por su parte, reunió en su libro Rebeldes, soñadores y fugitivos los memorables relatos como "El penal más largo del mundo" y "Maradona sí, Galtieri no". Y completa el trío de mosqueteros Juan Sasturain con la publicación de El día del arquero, que incluye el cuento "La poesía del chanfle al segundo palo". Al mismo tiempo, Alejandro Dolina coqueteaba con el fútbol desde sus Crónicas del Angel Gris que incluían "Apuntes de fútbol en Flores", una toma de posición respecto del tema: "En un partido de fútbol caben infinidad de novelescos episodios", sentencia la primera frase del cuento.
Pero si bien se produjo la irrupción del fútbol como componente de lo popular en el espectro de las letras, la relación seguía siendo distante. La crítica de la revista Babel al libro de Soriano fue lapidaria: "No se puede escribir literatura con el banderín de San Lorenzo enfrente", como recuerda Sergio Olguín, autor del libro “El equipo de los sueños”, una novela que entrecruza la adolescencia en un barrio del sur del Gran Buenos Aires con la literatura griálica, el fútbol y la figura de Maradona. "Siempre hubo una negación temática en la literatura argentina, huyó de lo popular, que muchos autores entienden como populismo. El fútbol fue siempre marginado por la crítica pero no por los lectores. Estados Unidos no tuvo este problema. Paul Auster y Don DeLillio escribieron sobre béisbol y no escandalizaron a nadie", asegura el autor de Lanús. Casualmente, Olguín viajará a Alemania mientras se juegue el Mundial, invitado por la editorial Suhrkamp para representar a la literatura argentina en los debates sobre fútbol y literatura que se realizarán en las ciudades sede del torneo.
Respecto de este desencuentro, Martín Caparrós, autor de “Boquita”, explica que "el anatema de Borges está relacionado con esa idea de los años setenta de que el fútbol es el opio de los pueblos, que engaña a millones de estúpidos a los que les pone, por delante de la lucha de clases, la lucha de cuadros. Esta posición se sintetiza perfectamente en Juan José Sebreli". En lo que podría caracterizarse con cierto sarcasmo como "sociología del centro al segundo palo" -la frase pertenece al presidente de River Plate, José María Aguilar- Sebreli sostuvo que "el acto de patear una pelota es ya de por sí esencialmente agresivo y crea un sentimiento de poder, amén de que la picardía de vencer al adversario basada en la trampa, la mentira, el disimulo, la zancadilla, tan alabada por todos los apologistas del fútbol como una forma de inteligencia natural y espontánea, no es sino una característica de la personalidad autoritaria". Sus libros "Fútbol y masas" y "La era del fútbol" le valieron al sociólogo la humorada de Sasturain, quien desde una reseña bibliográfica le espetó: "Sebreli, vos andá al arco".
Liliana Heker dice: "No hay un desdén de la literatura hacia el fútbol, no se puede generalizar; Borges no deja de ser Borges incluso cuando desdeña al fútbol. Pero muchos escritores son hinchas apasionados, no hay un rechazo particular en el gremio. Yo tengo una relación apasionada desde muy chica. Para la literatura es un campo interminable, ya que el deporte pone en juego conflictos muy interesantes", dice Heker, autora del cuento "La música de los domingos".
Claro que, desde los noventa, la relación entre fútbol y literatura se conjugó en un maridaje tan extraño y sospechoso como su anterior desencuentro. En un proceso de globalización del negocio del fútbol, la literatura acompañó ese devenir y también el mercado editorial. Hoy no se trata tanto de un acercamiento del arte a los sectores populares sino lisa y llanamente -con excepciones- de una operación de mercado. Primero fue el realismo político, luego la novela histórica y la literatura new age y actualmente el fútbol. "Es posible que se trate de una moda relativa -admite Olguín- pero la buena literatura no depende del tema que uno elija sino de una buena prosa, la construcción de personajes y una trama. La literatura futbolera es un gran negocio y alimenta al mercado pero seguramente pasará de moda".
Quien anda a los rezongos contra la nueva moda de la literatura futbolística es, sorpresivamente, un hombre que gusta practicar ese deporte y que a mediados de la década del ochenta escribió sobre el tema. Arrepentido, según sus propias palabras, de haber escrito sobre esos tópicos por haber transitado el paño sensiblero y el cliché, Dolina protesta porque "en esta relación de maridaje pierde la literatura. En los últimos años se produjo una futbolización del universo, una invasión del área del pensamiento en la que se utilizan una cantera de metáforas banales tomadas del juego, en el periodismo y en la literatura. Un género no se basa en una temática, porque lo que ocurre es que nace un género acrisolado -salvo en el caso de los buenos escritores- que consiste simplemente en exaltar los estados de ánimo de quiénes ven fútbol o quienes lo juegan. La metáfora más recurrida se relaciona con la guerra y la pasión, como padecimiento, pero esos escritos suelen dejar una melancólica sensación de que se trata de sentimientos construidos. Se busca una épica que trascienda largamente una vida con ausencia de emociones. Existe cierta demagogia en la literatura que exalta la pasión deportiva, una necesidad de contacto popular. Esta demagogia consiste en el hecho de que en ese encuentro entre el gran arte y lo popular, no asciende lo popular sino que desciende el gran arte. La operación consiste en que si el pueblo no lee a Flaubert, que lean a Coelho. El fútbol es un hecho interesante cultural y antropológicamente pero no es el gran arte. Es un tema, pero no se puede convertir en una superstición, porque se transforma en una patología literaria. Resulta conveniente no entregarse a la tentación y, en todo caso, si hay que imitar a Gardel hay que hacerlo no en la pronunciación de la eme como ere sino en su afinación".
Ante el torrente de publicaciones que anegó la industria cultural en los últimos años, una pregunta se hace evidente: ¿es obligatorio escribir sobre fútbol? Mempo Giardinelli cree que no. "Entre fútbol y literatura existe la misma relación que entre cocina y poesía, o filosofía y novela, o automovilismo e historia. No creo que haya nada esquemático, simplemente sucede que para mí la literatura es la vida por escrito. Y entonces puedo escribir lo que se me antoja. Nunca escribí sobre fútbol. Soy un narrador, y he escrito un par de cuentos de tema futbolero porque me pareció que podían ser narraciones eficaces. Mi relación con este deporte es como la de cualquier argentino: pasional, intensa, en lo posible festiva, pero no intelectual. Lo cual no impide que en determinado momento uno reflexione críticamente sobre las pasiones, intensidades, violencias y taras argentinas", dice el autor del clásico cuento "El hincha", escrito a principios de los ochenta.
Ideas similares profesa Pablo Ramos: "En literatura no debería haber nada más que lo que el escritor cree que debería. La mayoría de los cuentos sobre fútbol que se escriben se acercan a lo tanguero, a lo humorístico y reflejan una parte muy romántica del deporte. La otra, el negocio, la trampa, la decadencia del deporte cuando se hace profesional, es poco común. La literatura debe incluirlo todo, porque cada cosa contiene su propia literatura. El fútbol es danza y es cuerda floja cuando se lo juega como Riquelme, o cuando un pibe como el Tuna Agüero, cansado de jugar en la Villa Corina (la misma de mi novela “El origen de la tristeza”, de ahí es él) se enfrenta a los grandes con 17 años y les pinta la cara. Lo patean, se levanta y les vuelve a pintar la cara. Y el fútbol es horrible cuando viene un Mundial y nos olvidamos del desempleo, de la contaminación de San Juan con cianuro... Cuando es olvido es un veneno, es el opio de los pueblos", sostiene el autor del cuento "Celeste y roja", en el que el protagonista muere envuelto en la bandera de Arsenal de Sarandí.
Caparrós aporta un elemento original a esta controversia: "La literatura no tiene ninguna obligatoriedad respecto del fútbol. Existe una relación larga y fecunda de cierta narrativa desde hace 50 años. Hasta la televisión, había un 95 por ciento de aficionados deportivos que lo hacían desde el relato escrito o radial. Lo que constituye al fútbol en un hecho narrativo en sí mismo. Ahora el fútbol se ve, entonces, es muy complicado hacer un metarrelato, porque se trata de un relato en sí mismo. A mí el género de la literatura futbolística no me atrajo para desarrollarlo porque frente al relato del fútbol, lo demás es un metarrelato menor".
Amagando entre el consumismo snob, la demagogia pop-fashion (condensada en los palcos de la Bombonera) y cierta autenticidad popular que transitan algunas experiencias literarias, la narrativa futbolera estalló en los últimos 15 años. En Europa, el ejemplo más claro es la novela Fiebre en las gradas, del británico Nick Hornby, en la que relata su vida como hincha. Por estas costas, poco después de que el escritor uruguayo Eduardo Galeano escribiera Fútbol a sol y a sombra, la industria cultural parece haber encontrado una veta redituable: así, se sucedieron los libros de los ex futbolistas Jorge Valdano y Ángel Cappa, y los libros periodísticos, émulos del Fútbol: dinámica de lo impensado, de Dante Panzeri. En el 2003 se produjo una nueva operación de acercamiento que consistió en la campaña "Cuando leés ganás siempre" y que consistió en la distribución gratuita de 50 mil cuentos todos los domingos. La última buena nueva fue el nacimiento de Ediciones al Arco, un legítimo emprendimiento para encausar la publicación de la literatura deportiva.
Ni siquiera la poesía pudo quedarse afuera del fenómeno. Washington Cucurto ha utilizado como materia prima para sus obras el imaginario popular para homenajear a Enzo Francescoli o Diego Maradona y en su poema “Entre hombres”, dice: "El fútbol es un deporte de hombres dulces / el fútbol es un deporte de hombres que se quieren con locura". Fabián Casas, por su parte, escribió “Cancha rayada”, en el que describe el regreso de un estadio luego de una derrota. Consultado sobre qué lugar tiene el fútbol en su obra, Casas respondió: "Ser hincha de San Lorenzo tiñó mi personalidad. En términos heideggerianos soy-un-ser-para-la-Copa-Libertadores".
Amalgamados, los dos géneros del arte caminan, finalmente, tomados de la mano. Quedan en el tintero algunas frases elegidas que definen con belleza irrefutable la belleza del fútbol. Javier Marías dijo que "el fútbol es la recuperación semanal de la infancia" y el intelectual comunista Antonio Gramsci lo definía como "el reino de la lealtad humana ejercida al aire libre". Con cierto tono meloso, el checo Milan Kundera escribía que "tal vez los jugadores tengan la hermosura y la tragedia de las mariposas, que vuelan tan alto y tan bello pero que jamás pueden apreciar y admirarse en la belleza de su vuelo". Por último, el multifacético Pier Paolo Pasolini dejó la mejor definición que la literatura pudo hacer de este deporte que remite a los juegos circenses de la Roma antigua: "El fútbol es un sistema de signos, por lo tanto es un lenguaje. Hay momentos que son puramente poéticos: se trata de los momentos de gol. Cada gol es siempre una invención, es siempre una subversión del código: es una ineluctabilidad, fulguración, estupor, irreversibilidad. Igual que la palabra poética. El goleador de un campeonato es siempre el mejor poeta del año. El fútbol que produce más goles es el más poético. Incluso el dribbling es de por sí poético (aunque no siempre como la acción del gol). En los hechos, el sueño de cada jugador (compartido por cada espectador) es partir de la mitad del campo, dribblear a todos y marcar el gol. Si, dentro de los límites consentidos, se puede imaginar en el fútbol una cosa sublime, es ésa. Pero no sucede nunca. Es un sueño". Pasolini, obviamente, no había visto jugar a Diego Maradona. A pesar de desmentidas por el segundo gol del "Diez" a los ingleses, sus palabras están llenas de verdad poética. Pero de eso podría tratarse este desencuentro entre las letras y la pelota: Maradona tampoco había leído a Pasolini.

(artículo del periodista Hernán Brienza, publicado en diario "Clarín" del sábado 27 de Mayo de 2006)

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El Bambino Veira en "Hay equipo" de TyC Sports (1ª parte)

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¿Qué es lo que más recuerda de su visita a la Argentina?

-Nunca me olvidaré cuando conocí al Presidente (Carlos Menem). Fue un día después de asistir al superclásico que Boca le ganó a River en 1992.
Ir al estadio fue una experiencia maravillosa, pero cuando ví la cara de Menem me di cuenta de que no quería hablar de eso. Aunque, cordialmente, me preguntó si me había gustado el partido. Y yo le dije: "Soy un observador imparcial, pero los colores de mi equipo son rojo y blanco".
Menem se rió mucho, sobre todo, cuando terminé mi frase: hablaba del Spartak de Moscú.

(GARRY KASPAROV, ajedrecista ruso, recordando una de sus visitas a la Argentina en el diario "Perfil" del domingo 22 de Julio de 2007)

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Los italianos tienen una virtud muy grande para desviar la realidad. Un partido de mierda lo titulan así: "Triunfó el fútbol táctico". No se sabe lo que es, pero salen a defenderlo.

(CÉSAR LUIS MENOTTI, técnico argentino)

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¿De qué sistema me hablás? (Juan Mondiola - Argentina)


Hasta hace muy poco tiempo, y sobre todo a raíz de la llegada de ingleses y españoles medio Buenos Aires hablaba del sistema. Puntos que nunca conocieron la de cuero y que en oval viven en la edad de piedra, se permitían opinar sobre el tan mentado sistema. Y hasta hubo algunos diareros que, deslumbrados con lo que habían visto en Europa y sin pensarlo dos veces, se engolosinaron de tal manera que quisieron imponer aquí el estilo europeo y echar por tierra con todo lo nuestro.
Yo nunca me meto con el fóbal porque a mis queridos perros les gusta más que hable de ternura; pero como estoy harto de oír gansadas ya es hora de que no escorchen, salgo al cruce de los sistemistas para decirles claramente lo que pienso.
Ante todo, el tan zarandeado sistema lo inventó un entrenador inglés, Mister Chapman, al que un día se le ocurrió que había descubierto una paponia: hacer jugar a su equipo colocando a los hombres en la cancha como si formaran una doble vé en la delantera y una eme atrás. Tómese el trabajo de agarrar un lápiz y un papel y dibuje una doble vé arriba y una eme abajo. Así comprenderá mejor lo que estoy diciendo. Adelante quedan tras hombres. Los insiders bajan para ayudar. Los dos halves de ala, ubicados detrás de los insiders, quedan adelantados. Los backs marcan a los wines. Y el centrehalf en una misma línea con los backs, al controforward. La aparente paponia de este sistema es que se ataca con siete y se defiende con siete, porque al atacar se adelantan los insiders y los halves y cuando defienden bajan esos cuatro hombres. De paso, quiere decir que en el famoso sistema los insiders y dos halves laburan como presos.
Sin que la gilada se haya dado cuenta, el sistema se viene practicando aquí desde hace rato, aunque con una ligera variante. Tómese la molestia de fijarse en cualquier equipo. Nosotros también jugamos con tres back. Lombardo y Gimenez en realidad escolasan más como backs que como halves. Y se pegan al wing izquierdo. En vez de atacar con dos halves de ala, nosotros adelantamos al centro half y a un half, es decir, también dos hombres. La diferencia nuestra está en que, generalmente, el insider que baja para ayudar a la defensa y yevar el cuero es uno solo, mientras que el otro se queda adelantado como punta de lanza: Labruna, Simes. ¿Se dá cuenta? ¿Vió que su viejo sabe lo que dice?
Lo malo del sistema, hasta que aparecieron los húngaros es que los europeos lo juegan a muerte, sin permitirle al hombre que se mande una pruebita por su cuenta. Ceo que hacer eso aquí sería un disparate, por la sencilla razón que el jugador rioplatense -uruguayo y argentino-, es capaz, en cualquier momento, de gambetearse treinta y nueve contrarios o hacer la cosa más inesperada y genial.
El mérito del sistema está en que cada uno sabe de antemano lo que tiene que hacer. Y con disciplina y gran entrenamiento, cualquier bagayo puede cumplir más o menos bien con lo suyo. Con el sistema se ha tratado de nivelar las posibilidades de los artistas de la redonda. Pero yo pienso que tendríamos que ser realmente idiotas para entrar con una variante que nos quita una enorme ventaja. No se me ocurriría imaginar, por ejemplo, que a un Néstor Rossi de sus tardes gloriosas lo voy a desperdiciar nada más que cuidando a un contrario que en una de esas, es un rengo. A un pedazo de jugador así, déjalo que invente y se haga un picnic. Darle la misma tarea que aun durazno sería perder plata. Así como sería idiota obligar a un Grillo a que cada vez que la recibe, la entregue enseguida. Yo sé que un domingo Grillo está mal y se la morfa demasiado, pero yo pregunto cuántas tardes el loco ese chapa el cuero, hace una cosa rara y mata de emoción a los hinchas de Independiente. Recordá la que le hizo a los ingleses. ¡Después de eso, es mejor no hablar más!
A René Pontoni -¡sácate la gorra, que estoy nombrando algo grande!-, lo ví una vez hacer una matufia que me dejó tirado en el piso. Jugaba San Lorenzo con Nacional en la cancha de Huracán. Los uruguayos iban ganando dos a cero y el asunto parecía muy bravo para los nuestros. Los de enfrente, que no se han pasado la vida cazando cachirlas y que de fóbal manyan un kilo, cuidaban a muerte a Pontoni y Martino. Sabían que si les daban luz para maniobrar con sus trucos, los llevaban a la ruina. Cada vez que la agarraba Pontoni o Martino, cerraban la defensa y no había forma de pasar. En una de esas chapa la guinda el Negro Martino y justo cuando está a punto de entrar al área, veo que Pontoni sale carpiendo hacia la derecha, como si fuera al puesto de wing. Al principio no la pesqué. Le confieso que pensé que se le habían quemado los papeles al maestro, porque el wing estaba en su lugar. A todo esto, Martino siguió avanzando, se lambió un hombre y gol de San Lorenzo. ¿Sabe lo que había ocurrido? Sin tocar la pelota, sin intervenir en la jugada, Pontoni la decidió. Porque en cuanto rajó para la derecha, el uruguayo que lo cuidaba lo siguió a muerte. Y en esa forma sacó del área penal a un contrario para que su compañero Martino entrara como un cabalero y se mandara su rica pepa.
Lo que Walter Gómez les hizo a los gringos del Torino, en cancha de River, es para morirse. ¡Fue propiamente la mosqueta! Yegó hasta el área con la pelota. Ahí se paró, la mostró y la enseñó bien, para que todo el mundo la viera. De repente, ya no estaba más! La tenía Labruna y el gol vino como fierro... Para mí, eso fue la locura. Los pobres tanos se quedaron parados y miraban como diciendo: ¡eso no se hace! ¡Es trampa!
Con jugadores así tendríamos que venirnos todos tarados para prohibirles que hagan sus cositas. Al Adolfo Pedernera de su época de oro, tenías que dejarlo laburar por su cuenta. Y si una tarde, en pleno partido con Boca, se le ocurría ir a saludar amigos en la tribuna, ¡era mejor no contrariarlo!
Así como hay jugadores que llegan hasta un nivel y no dan más, a estos cosos les sobra tela. Son genios del cuero. Le hacen la peca al más pintado. Y si en vez de jugar por uno tienen habilidad para escolasar por dos o por tres, se me ocurre que darles nada más que una sola función, un solo trabajo, es desperdiciar la ocasión de hacerlos rendir mucho más.
En aquella famosa gira de San Lorenzo por España sucedió algo que parece mentira. En un partido se le desatan los cordones de los botines a Pontoni. Y aunque usté no crea, le voy a contar algo que se lo puede decir él mismo; el half que lo cuidaba, lo siguió hasta un costado de la cancha y se quedó a su lado mientras se ataba los tarros. ¡Eso no se ha visto nunca en el Río de la Plata! Aquí aprovechan, aunque sea por unos segundos, la ventaja de jugar con un hombre más. Y aquí cualquier forward se aviva enseguida si no dominás una pierna y te manda el cuero por ahí para que no lo agarrés nunca.
Voy a poner otro ejemplo para que terminemos con esta música del sistema. Jugaban ingleses y norteamericanos en el Mundial del 50 en Brasil. Ante todo, tenga presente que al equipo norteamericano le puede ganar el combinado de cualquier tienda. O el de La Martona. Los ñatos americanos enchufaron un golcito de chiripa y se agrandaron. Eso fue de entrada. Los ingleses, tranquilos. Mucha flema. Jugaban como estaba estudiado de antemano: la agarraba el half, se la daba al insider y el insider al centroforward. El centroforward tenía que tirar y hacer el gol. Pero resulta que cada vez que pateaba, este mozo le pegaba al cartel del Alumni o al del Pineral. No veía el arco. A pesar de eso, siguieron así toda la tarde. Y el hombre firme, pegándole a la lata. El resultado fue que el pobre náufrago no embocó una y los norteamericanos se afanaron el partido. ¡Eso no sucede aquí! ¡Ni se lo puede imaginar nadie! Porque si Grillo se la tiene que dar a Bonelli y a la tercera vez que se la entrega sigue haciendo sapo, se la rebusca por su cuenta. ¡Y si es necesario, gambetea noventa y dos contrarios, pero el gol viene!
Así es nuestro fóbal. El nuestro y el uruguayo. En una mala tarde en que el equipo no anda o las cosas salen como la mona, siempre hay uno al que se le prende la bujía y hace una genialidad que decide el partido, eso es posible porque en estos pagos, la disciplina no ha podido encasiyar al hombre anulando su personalidad. Aquí el que tiene buena voz se pianta del coro y se manda un solo por su cuenta. Y eso, que parece grupo pero es bien cierto, ha hecho al fóbal crioyo distinto y maraviyoso. Por eso no tenemos que entrar con sistemas ni marcaciones a muerte. No podemos anular al hombre capaz. Hay que tener presente que contra la tenacidad del que marca, existe la superior habilidad del que sabe desmarcarse. Del que sabe la cartiya. Y para conocer bien la cartiya, hace falta lo que aquí es muy común: que el pibe que recién agarra la redonda y empieza a jugar, antes que afinar la puntería para el gol, prefiera pisarla, amasarla, esconderla y hacerla hablar…!

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Si yo quisiera ser un individualista, hubiera escogido el tenis.

(RUUD GULLIT, ex jugador holandés, técnico de fútbol en la actualidad)

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A Mauricio “Chicho” Serna se le eriza la piel cuando evoca la muerte de su gran amigo Andrés Escobar, asesinado a balazos al regresar del fracaso colombiano en el Mundial ‘94. Y recuerda así ese terrible momento: “Yo había salido con mi novia y regresé tarde a casa. Me quedé profundamente dormido y de repente me despierta el teléfono. Era Omar Cañás (ex futbolista de Nacional de Medellín) que me decía que habían asesinado a Andrés. Estaba tan dormido que no le creí y colgué el teléfono. Al ratito, otra vez el teléfono: era otro amigo para darme la misma noticia. Allí me alarmé y los llamé a Aristizábal e Higuita para pedirles que me pasaran a buscar porque era incapaz de manejar en el estado que estaba...
Fuimos a reconocer el cadáver y allí estaba el pobre Andrés, tirado en una camilla y todavía con la sangre fresca... Había sido mi amigo desde los 15 años...”


(anécdota extraída desde el sitio de la Asociación del Fútbol Argentino)

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Saludos a mi señora que está embarazada de mí.

(FRANCISCO "Murci" ROJAS, jugador chileno, y una frase para enmarcar)

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Conozco formas mejores de gastar el dinero ganado con tanto sacrificio que adquirir al señor Beckham.

(SILVIO BERLUSCONI, Presidente del Milan, al ser consultado en Septiembre de 2006 acerca de la compra del jugador inglés por parte del club "rossonero")

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Una nostalgia estúpida hizo que no supiera responderle a un gran club como Racing. Me porté mal con los dirigentes, con la hinchada y también con quienes eran mis compañeros.

(SERGIO "Sapo" LIVINGSTONE, ex arquero chileno y actual comentarista de fútbol, recordando su "huída" de la entidad de Avellaneda allá por 1943, cuando era el arquero titular de los albicelestes)

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PIRATAS - Belgrano de Córdoba (Argentina)


Un 19 de Marzo de 1905, bajo la sombra de un algarrobo, un grupo de jóvenes cordobeses fundaba un club de fútbol en el barrio Alberdi. Esos adolescentes jugaban en un potrero que de la calle Caseros al 600. En ese lugar el doctor A. Orgaz, primer presidente de la institución, con solo 14 años, se prendía en los picados (partidos) que solo terminaban con la muerte del sol.
Uno de los primeros pasos era buscarle un nombre a ese naciente club donde la propuesta de José Lascano logró el mayor consenso, con lo cual la nueva institución se llamaría "General Belgrano". No obstante, días después se encontraron con la novedad que en Nueva Córdoba existía otra agrupación con la misma denominación, ante semejante sorpresa decidieron invitar a estos a un encuentro desafío cuyo premio para el ganador sería conservar el nombre. El partido, uno de los primeros en el ámbito provincial de semejante trascendencia, se ganó y se pudo conservar así el nombre, en forma definitiva.
Los colores de la vestimenta fueron elegidos por la madre de unos de los chicos que compartía aquella barra de amigos. La señora de Lascano propuso que la indumentaria a utilizar fuese similar a la de los colores de la bandera creada por el General Manuel Belgrano.
Así, el primer equipo lució con una camiseta celeste, pantalón blanco y medias celestes. Luego se utilizó el pantalón oscuro.
Belgrano debuta en la Liga Cordobesa (la cual se funda en 1906) en el año 1908, lo hizo en la 2ª División y ese mismo año se quedaría con el campeonato. Muchos festejaron lo que creían se trataba del ascenso directo a la Primera División del Torneo Provincial. No obstante el reglamento se lo impidió ya que para lograr dicho objetivo se debía ganar en tres años en forma consecutiva el mencionado torneo, algo no muy fácil de conseguir.
A pesar de todo, el "celeste" puso corazón y garra (cualidades que siempre demostró más allá de los resultados) y logró conquistar los dos títulos siguientes en la "B" cordobesa (1909 y 1910) dándose el gusto de jugar en la primera división.
El año 1914 se constituiría en una fecha de importancia no solo por los acontecimientos sucedidos a nivel internacional, sino por un partido que marcaría el nacimiento del primer clásico de la provincia de Córdoba.
En 1913 se fundaba el Club Atlético Talleres Central Córdoba y de inmediato se afiliaba a la Federación Cordobesa de Fútbol. Para el año siguiente el fixture indicaba que en la 1ª fecha el nuevo equipo debía enfrentar (en lo que sería su debut oficial) a los "Celestes de Alberdi". Aunque ambos equipos llegaban marcados por realidades distintas, se emparentaban en la gran expectativa que habían despertado en sus seguidores. Así el 17 de Mayo de 1914 la cancha de Belgrano presentaba un marco de público verdaderamente multitudinario para ver tal cotejo.
Los "Celestes" venían de ser los últimos campeones y los "Albiazules" debutaban en dicho torneo con la esperanza de hacer una exitosa campaña. En medio de un clima festivo y de algarabía dio inicio el partido. A pesar de la expectativa que había en torno del cotejo éste tan solo duró cuatro minutos. Sucede que a los pocos minutos de comenzar el partido, los celestes abrían el marcador en una confusa jugada que desato la ira del equipo visitante. Los jugadores albiazules entendían que Lezcano (autor de la conquista) estaba en posición adelantada, pero el árbitro del encuentro, Zerda, convalidó el gol. El descontrol se adueño del cotejo, los jugadores de Talleres se sintieron perjudicados con un gol en contra, que a su entender fue convertido en acción fuera de juego, y decidieron abandonar el partido. Días después se auto desafiliarían de la Federación Cordobesa.
Por los acontecimientos sucedidos en tal encuentro es que cada Belgrano-Talleres adquiriría ribetes y condimentos especiales, convirtiendo a cada partido futuro en un verdadero clásico del interior argentino.
En el año 1929 se le otorga la Personería Jurídica adquiriendo de esa manera el estatus de entidad civil. Es en ese año cuando por primera vez Belgrano se consagra Campeón de un torneo Oficial. Fueron largos años en los que la suerte gambeteó las filas celestes, y si bien las campañas cumplidas alcanzaron grados satisfactorios, en las bocas quedaba el gusto amargo de tantas vueltas olímpicas frustradas. Pero, llegó el anhelado tiempo de revancha. A partir de 1929 Belgrano pudo resarcir a su nutrida parcialidad con una producción espectacular: 7 galardones en 8 años, hazaña sin parangón hasta entonces.
La década del 30 fue casi por completo de los “Celestes de Alberdi, la supremacía del celeste se verifica en la cantidad de torneos logrados en dicho período. A decir verdad entre 1929 y 1937 ganaron todos los torneos que diputaron, a excepción del diputado en 1934 el cual fue conquistado por el Club Talleres.
La década siguiente no fue tan exitosa y solo gritaron campeón el 1940, 1946 y 1947. Sin embargo de estos años surgió una de las delanteras más recordadas de esa época, la misma estaba formada por Justo Aníbal Coria, Oscar "La Mona" Peralta, Francisco "Paco" García, Héctor "La Cartuchera" Carrizo y Dardo Lucero. Fueron éstos hombres precisamente los encargado de aquel inolvidable 9 a 4 con que Belgrano despachó a Talleres en 1947.
El "Celeste" repitió la vuelta olímpica en los años 1950-1952-1954-1955-1956 (el último correspondió al torneo organizado por la Unión Cordobesa de Fútbol) y en 1957.
Belgrano se adjudicó muchos títulos provinciales, pero en 1968 accedió por primera vez a un Nacional de AFA. Luego de varias participaciones en esos torneos, en 1986 salió campeón del torneo Regional de AFA, coronándose así, primer campeón de Córdoba, en torneos AFA, y logro la clasificación al por entonces llamado Nacional "B". En torneo 1990/91 ganó el ascenso a primera división tras vencer a Banfield en la final por el segundo ascenso (1-1 en el partido de ida y 4-0 en el de vuelta).
En 1996 descendió y regresó a la máxima categoría en el torneo 1997/98 por medio del Torneo Reducido tras ganarle a Aldosivi de Mar del Plata con un penal ejecutado por Luis Sosa sobre el final del partido. En esta ocasión, se mantuvo cuatro años en primera y en 2001 regresó a la Primera B Nacional.
En la temporada 2006/2007, el club jugó el Torneo de Primera división argentina, tras ganar la Promoción ante Olimpo de Bahía Blanca, el 4 de Junio de 2006. Una gran caravana recibió al equipo triunfante el día siguiente, un hecho poco usual en la historia deportiva de la ciudad de Córdoba.
En el torneo Clausura 2007, tan sólo un año después del ascenso, el club volvió a descender directamente al Nacional B tras quedar decimonoveno en la tabla de promedios. Lo irónico es que Olimpo ascendió directamente, invirtiéndose los roles del 2006.
Su estadio, el "Gigante de Alberdi", tiene capacidad para 28.000 espectadores y fue inaugurado el 17 de Marzo de 1929, con un partido en el que recibió la visita de Estudiantes de La Plata, ganando la visita por 5 a 2. El 5 de Diciembre de 1945 se inaugura el sistema de iluminación del estadio empatando 0 a 0o un partido frente a Newell’s. Por último, el 24 de Mayo de 1997 se reinaugura el estadio después de haber hecho varias modificaciones, entre ellas, el codo de la esquina que da a Arturo Orgaz y Tablada. La inauguración se hizo mediante un enfrentamiento contra el equipo Sub-20 Campeón del Mundo de Pekerman. Belgrano ganó ese partido 2 a 1. Esa noche se abrió la Bandera más grande del país (hasta ese momento) obsequiada por la Empresa Le Coq Sportif de 160 x 30 metros.
El apodo de los seguidores de Belgrano de Córdoba es "Los piratas". Si bien muchas versiones corren al respecto, dejemos que Roberto "Camba" Manzi, miembro fundador de la barra en el año 1968, nos cuente la historia del origen de dicho apodo: "El nombre surge de una anécdota increíble. Ocurrió el domingo 9 de Julio de 1968, cuando Belgrano enfrentó a Sportivo Belgrano en San Francisco. En esa oportunidad, la policía de la zona nos esperaba con intenciones de prohibirnos el ingreso a la cancha, pero los uniformados se llevaron una gran sorpresa al ver que diez colectivos y muchos autos particulares arribaban para ver a Belgrano.
En el instante en que descendimos de los micros, los efectivos comenzaron a reprimirnos hasta que se armó una escaramuza terrible, al punto que debió actuar hasta la caballería. Esta situación nos obligó a replegarnos y defendernos con todo objeto que teníamos a nuestro alcance.
Por suerte, el encargado del Club Gimnasia (ubicado frente a la cancha de Sportivo) nos abrió la puerta principal del predio para protegernos. A esta altura todo kiosco de bebidas y carros de choripán quedaron devastados.
Casualmente, en ese momento un hincha de Belgrano, el "Gordo" Salguero (140 kgs., ya fallecido) había quedado atrás por el cansancio de la batahola. Inmediatamente un grupo de los resguardecidos fueron al rescate y el "Gordo" Salguero expresó la frase que nos marcaría para siempre: "¡Estos son piratas de verdad!".

Desde ese momento la barra de Belgrano adoptó el apodo "Los piratas", siendo la primera hinchada del fútbol de Córdoba que institucionalizó el bombo en las tribunas y que posee una identidad propia que todo el país deportivo reconoce.

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Le aportó mucho al equipo, es una gran persona, aunque a veces quería cagarlo a trompadas... por ejemplo cuando me decía: "vos, que muchas veces estás con el día nublado y con granizo, pasá siempre la pelota porque si no salen las cosas algún compañero te va a salvar".

(GUSTAVO BALVORÍN, delantero de Vélez Sarsfield, refiriéndose a su ex técnico, Ricardo La Volpe, en "Área 18" programa de TyC Sports)

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Si le pagás miles de libras a una acompañante por una velada, no esperes que te ame. Pero, al menos, que esa noche no esté todo el tiempo mirando a otros hombres para seducirlos.

(GLENN HODDLE, ex jugador y ex DT de la selección inglesa, hablando del doble discurso del sueco Eriksson, por entonces director técnico de Inglaterra -Junio 2006-)

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El lago de los monstruos (María José T. Molina - España)


* Cuento infantil

Érase una vez, en un pueblecito cerca de Bruselas, que se llamaba Tervuren, había un gran parque, y en medio del parque había un bosque gigantesco; y en ese bosque, había un lago oscuro y tenebroso en el que vivía un monstruo, que se llamaba Monsta.
Monsta se había comido todos los monstruos que vivían en el lago y todos los niños que se acercaban a la orilla del lago y por eso tenía una tripa enorme y redonda; ésta era tan grande que, cuando el monstruo se movía, le arrastraba por el suelo y, para moverse mejor, tenía que agarrarse a las ramas de los árboles que rodeaban el lago, y todas estaban medio caídas y casi a la altura del agua.
Monsta, el monstruo, estaba hambriento, tenía hambre; ya no había nada que comer; se había comido todos los monstruos, y los niños ya no se acercaban a la orilla del lago porque tenían miedo.
Hasta que un día, cerca del lago, había un grupo de niños jugando al fútbol y un niño chiquitito le dio un patadón al balón que fue a parar cerca de una esquina del lago.
Monsta, que cada día tenía más hambre, miró a esa cosa redonda, cerca de la esquina del lago, y pensó: me la podría comer.
Así que se fue hacia la esquina, arrastrando su tripa y agarrándose en las ramas de los árboles y, de un bocado, se tragó el balón.
Entonces, los monstruos y los niños que estaban dentro de la tripa, empezaron a jugar un partido de fútbol entre ellos, y un monstruo le dio un patadón al balón que lo explotó.
Todo el aire del balón salió fuera y la tripa empezó a hincharse e hincharse hasta que también explotó.
Entonces todos los monstruos salieron fuera de la tripa y todos los niños se fueron corriendo a sus casitas a decirles a sus papas ya estamos aquí y a contarles todo lo que había pasado.
La tripa de Monsta ya no estaba grande y redonda y no tocaba el suelo y él estaba delgado.
Podía caminar sin agarrarse a las ramas de los árboles y, además tenía amigos.
Había más monstruos en el lago y podía jugar con ellos.
Entonces Monsta pensó: Ya no voy a comer más monstruos ni más niños.
Y desde ese momento, Monsta solo comía las frutas de los árboles que había cerca del lago.
Y cuando los niños se acercaban a la orilla del lago, Monsta les daba un paseo por el lago en su enorme cola.
Y todos fueron felices, comieron las frutas de los árboles y colorín, colorado, este cuento se ha acabado…

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¿Cuánto vale un fútbol? (Osmar Ricardo Coronel - Argentina)


En calles de tierra, terrenos baldíos, plazas, patios de las casas o de las escuelas, cualquier descampado donde hubiera algún terreno llano, esos que llamábamos campitos, eran ideales para armar una de esas canchitas improvisadas. Esas en las que los arcos se hacían con los más variados elementos para marcar o tener alguna referencia, como algún buzo o una pilcha que nos sacábamos para tal ocasión, dos cascotes, dos ladrillos o cualquier objeto que hubiera en las inmediaciones y que sirviera para marcar los palos. La altura era imaginaria, ya que se adaptaba de acuerdo al tamaño del arquero. Ahí nos juntábamos para esos picados que disputábamos con los amigos del barrio o compañeros de escuela. Para elegir los compañeros de cuadro había que pisar y el que ganaba la pisada empezaba a formar su equipo eligiendo al mejor para su bando, pero a veces no era así. Como dice el Negro Dolina, “es mejor perder con amigos que ganar con conocidos”. Esos picados eran diarios y no importaba ni el horario ni con qué pelota se jugaba. Casi siempre eran pelotas de trapo o de goma, rayadas, rojas y amarillas, eran saltarinas y rebotaban demasiado. Con esas pelotas más de uno de nosotros aprendimos a cabecear, a pararla de pecho y a pegarle con derecha e izquierda. Con esas pelotas mejorábamos instintivamente nuestras técnicas ya que jugando en conjunto, o solos contra alguna pared donde pateábamos, cabeceábamos y jugábamos con nuestra imaginación y soñábamos que éramos el gran goleador de moda. O nos arrojábamos al piso después del rebote en la pared haciendo la mejor volada para que en nuestro relato también imaginario anunciáramos que éramos el mejor arquero del momento, esos que solo conocíamos a través de la radio en los relatos de Fioravanti, Muñoz o algún otro relator no tan conocido. O también por los comentarios de la histórica revista El Gráfico, que tan ansiosamente esperábamos semana a semana en el interior, como si fuese un deber obligatorio de nuestras vivencias cotidianas.
Nos pasábamos horas enteras compartiendo ese juego de pelota, sí, con esas pelotas de trapos o de goma, porque de un “fútbol” de esos de cuero en que se jugaban los partidos en serio, ni hablar, debido a que eran muy pocos los que lo tenían. Eran muy caros y no todos lo podían comprar, ya que estaban lejos del alcance del bolsillo de la mayoría. Y si alguno lo tenía lo usaba en circunstancias o partidos especiales. Los “fútbol” eran de cuero cosido a mano, con gajos alargados con cámaras de goma. Eran mucho más pesados que los de ahora y cuando se mojaban se hacía muy difícil patearlos o cabecearlos ya que el peso aumentaba considerablemente. Para que duraran más había que mantenerlos. Se utilizaban recetas caseras. Por ejemplo, se les pasaba grasa vacuna o pomada para los zapatos por el cuero y por las costuras después de cada partido. Se debía dejar descansar durante la noche para que el tratamiento hiciera efecto.
Más de una vez intentamos hacer una vaquita entre los amigos para comprar un “fútbol”, pero casi siempre quedábamos en el intento porque no todos los padres estaban en condiciones de aportar sus chirolas para satisfacer los gustos de sus hijos. Cuántos sacrificios nos costó tener nuestro primer fútbol. Fuimos juntando de a poco, hasta hicimos una rifa que como premio principal daba una canasta de comestibles con los productos que le robamos a las viejas. Cuando ya teníamos casi todo el dinero ocurrió algo emocionante para el grupo. Carlos y Pedro, junto a su mamá y su papá, se iban a Buenos Aires. El motivo era el casamiento de una hermana de su madre, que hacía un par de años que vivía con los abuelos maternos en esa majestuosa ciudad. Así que los Vilas iban a estar más de una semana en la Capital. Esa ciudad que todos imaginábamos y soñábamos, primero en conocerla y después en triunfar en ella, porque ahí estaba y está todo y más de lo que uno podía imaginar.
Por sugerencia de nuestros padres, le dimos la plata de nuestros ahorros al papá de Carlitos y Pedrito para que nos compraran el fútbol en la Capi, porque según los entendidos ahí lo iban a conseguir más barato y de mejor calidad que a aquí, en Bulnes, en la provincia de Córdoba.
La emoción nos invadió a todos, ya que ellos eran los primeros de la barra que viajaban a la gran ciudad; eran solo ellos dos pero parecía que todos los de la barra viajábamos, y era tanta la ansiedad que teníamos que en los días previos íbamos mucho más seguido a la casa de los Vilas. En realidad todos los envidiábamos, todos hubiésemos querido viajar en su lugar ya que estábamos más ansiosos que ellos.
La tía de los hermanos Vilas, que se llamaba Mónica, se casaba el día 5 de Diciembre de 1964 pero ya el jueves 26 de Noviembre a la noche, todos nos dimos cita en la estación de tren. Ese días, a las 21.30 hs, viajaba la familia Vilas rumbo a Vicuña Mackenna. Ahí deberían esperar un poco más de una hora para tomar el tren que se llamaba El Zonda, que era el que hacía el recorrido de Mendoza a Retiro.
Todos los integrantes de la barra fuimos a la estación a despedirnos, lo hicimos como 10.000 veces y a cada rato no dejamos de reiterarles que no se olvidaran de comprar el “fútbol”.
Los días sucesivos, cuando nos juntábamos con los muchachos en nuestra canchita, la conversación casi se limitaba a Carlitos y Pedrito, y sobre qué estarían haciendo en ese momento, con quién estarían, si habrían ido a jugar al fútbol, si los habían llevado a conocer algunos de los estadios más renombrados, sobre todo la Bombonera, ya que ambos eran bosteros de alma.
El 8 de Diciembre todos nos levantamos bien temprano, más de lo que estábamos acostumbrados para ir al colegio por la mañana, y puntualmente concurrimos a la estación ya que las 7 era el horario de llegada del tren en el que supuestamente arribarían los hermanos Vilas. Ese día, por fin tendríamos un “fútbol”, un “fútbol” soñado, un N° 5 y que ya previamente en una charla habíamos acordado que solamente lo utilizaríamos en la canchita del barrio, en los sábados o feriados como para que nos aguante más, para durara más tiempo. También ya se había preestablecido quién tendría el “fútbol” cada semana, estaba todo muy bien organizado.
Parecía que los minutos transcurrían más lentamente que lo habitual y a medida que se acercaba el horario previsto nos poníamos muy pesados e intolerantes. A cada rato le preguntábamos al boletero cuánto faltaba para que llegase el tren. Cuando nos informó que vendría con más de una hora de retraso lo queríamos matar, rezongamos y decidimos hacer un bollito de papel y armamos un picadito en el andén del ferrocarril como para matar el tiempo.
Al rato se escuchó un grito que anunciaba: “Allá viene”, refiriéndose al tren que estaba llegando. Era como las 8.30 cuando la locomotora se detuvo en la estación; los pasajeros descendían y ascendían, a nosotros no nos daban los ojos para mirar en qué vagón se bajarían los hermanos, hasta que en un momento escuchamos un grito. Eran ellos, que antes de saludarnos gritaban: “Fuimos a ver Boca-River, nos llevó el tío Gustavo”. Nosotros observábamos confundidos, sin entender nada. Estábamos contentos, envidiosos y no sabíamos qué decir. Luego de los abrazos y saludos correspondientes los acompañamos hasta su casa, que quedaba a unos 50 metros, ahí nomás cruzando la calle de la estación del ferrocarril.
Los hermanos Vilas, todavía con la excitación provocada por las vivencias en la Capital, no encontraban las palabras adecuadas para describir con precisión lo que habían vivido en la ciudad. Empezaban a contar algo y no lo terminaban porque se les mezclaban los recuerdos y al final no se sabía qué querían contar. Y como no se entendía nada, parecía que nunca se conocería el final de cada historia.
Hasta que alguien preguntó: “¿Cómo es que fueron a la Bombonera? Pero explíquenlo tranquilos así lo entendemos todos”. Mientras que otro de la barra les preguntó: “¿Y? ¿Y el ‘fútbol’?”. “Dejen contar y ya le explicaremos que paso con el fútbol”, contestó Carlitos, el mayor de los hermanos.
Ante nuestra ansiedad y preocupación por saber del fútbol empezaron a relatar lo vivido en la Capital. Pedro fue quien tomó la posta.
“El viernes a la mañana, cuando llegamos, nos fuimos en colectivo hasta la casa de mi tía, que vive con mis abuelos en el barrio de Constitución. Ellos estaban muy contentos con nuestra llegada ya que hacía tiempo que no nos veíamos. Nos acomodaron en la pieza, nos lavamos y con mi hermano queríamos salir al instante pero mi papá nos retó. Entonces no nos quedó más remedio que quedarnos a conversar con la tía y los abuelos. Entre charla y charla se hicieron como las dos de la tarde, a esa hora recién empezábamos a prepararnos para comer.
De pronto se escuchó un timbre, era en el portero eléctrico del edificio. Nuestra tía atendió y poco tiempo después apareció Hugo, quien sería nuestro nuevo tío. Luego de las presentaciones correspondientes nos preguntó de qué equipo éramos hinchas. Al contestarle que los dos (o mejor dicho los tres, sumando a papá) éramos de Boca, nos miró y nos preguntó si queríamos ir a la Bombonera a ver Boca-River. Él era integrante de “La 12” (se la denomina así a la hinchada más seguidora de los Xeneizes) y podía conseguir unas entradas, siempre y cuando nuestro padre nos acompañara. Fue así que tras rogarle un poco a la vieja, mi padre aceptó la invitación. Fuimos a la cancha el domingo 29 de Noviembre a ver Boca-River. Salimos del departamento bien temprano, a eso de las 11 hs. El partido empezaba a las 4.30 de la tarde. Mientras nos acercábamos a la Bombonera observábamos que había muchas casas de chapa con banderas, casi todas de colores azul y amarillo, lo que marcaba lo bostero del barrio.
Nuestro tío nos explicó que a esas casas se las llamaba conventillos y que habían sido y eran viviendas que usaban los inmigrantes que llegaban a Buenos Aires por el puerto, y que en su mayoría eran tanos que se habían radicado en el barrio de la Boca. Casi todos se habían hecho hinchas del club de la ribera. También nos contó que era por esa descendencia italiana que el barrio estaba lleno de cantinas y pizzerías. Cuando llegamos a la mítica Bombonera nos impactó como nada antes, era más linda que en las fotos que salían en “El Gráfico”. Estaba hermosa. Nos ubicamos en la tribuna popular junto a la barra de Boca. Era muy temprano y faltaban como tres horas para que comenzara el clásico, pero desde temprano “la doce” empezó a cantar y a saltar, la tribuna se movía. Al principio nos dio miedo pero después te acostumbras, y te prendés en los saltos y cánticos como si fueras uno más.
Cuando entraron los equipos, explotaron las dos tribunas, había petardos, bombas de estruendos y el espectáculo era impresionante. Nos cuesta mucho explicar lo que sentimos en ese momento. Desde el comienzo, nuestra hinchada gritaba, cantaba y alentaba con mucha fuerza y pasión. Con ese “dale Boca, dale Boca”, “hijos nuestros”, y “el que no salta es gallina”, la de River contestaba pero nosotros no entendíamos mucho esos cánticos.
Pero cuando Artime hizo el gol para River nos quedamos todos mudos, al ratito empezamos a alentar más que nunca, parecía que íbamos ganando. ¡Uy!, cuando empató el Beto Menéndez la cancha parecía que se venía abajo. Qué lindo era ver que cuando cantaba una tribuna la otra le contestaba y retumbaba. Es como dicen todos, es inolvidable”
.
Carlos interrumpió y dijo: “Boca formó con Roma, Silvero, Marzolini, Simeone, Rattin y Orlando, Ferreira, Menéndez, Valentín, Grillo y González. Fueron los directores técnicos Adolfo Pedernera y Aristóbulo del Valle. Para River jugaron Carrizo, Ramos Delgado, Matosas, Saiz, Cap, Varacka, Solari, Fernández, Artime, Ermindo Onega y Cubilla. El director técnico era Carlos Peucelle, y el árbitro Aurelio Bosolino. Los goles los hicieron Luis Artime, que abrió el marcador a los 10´. Y a los 55´ empató el ‘Beto’ Menéndez”.
Volvió a tomar la palabra Pedro: “Pero para nosotros lo mejor del partido llegó a los 25 minutos del segundo tiempo, cuando en un rechazo de Simeone la pelota cayó en la tribuna y muy cerca de donde estábamos ubicados nosotros. La agarró un señor y mi tío se la pidió. Este se la entregó y mi tío gritó: ‘Quién tiene una aguja o un pico’. Y casi al instante apareció uno con el cual desinfló el ‘fútbol’ y se lo guardó debajo de la camisa. Cuando llegamos a casa nos regaló la pelota diciendo que la lleváramos de recuerdo y aquí esta, es esta -la levantaba y nos mostraba-. Solo hay que inflarla. Y aparte compramos esta otra -que también mostraron- y nos sobró plata”.
“Así -dijo Miguel, el más pequeño de la barra- que una la usaremos para jugar todos los días y la otra para los fines de semana, cuando tengamos partidos importantes, o sea con los otros barrios”. A lo que casi todos respondimos a coro: ”Buena idea”.
Pero Alberto, que era uno de los mayores y uno de los pocos que ya iba al secundario, tenía 14 años y era muy inteligente, dijo: “¡Esperen! Yo propongo que la pelota nueva la usemos solo los sábados en la canchita, como habíamos quedado antes de saber que íbamos a tener dos ‘fútbol‘, y a la pelota con la que jugaron el clásico le podríamos hacer un cartelito que diga ‘Gracias Cholo Simeone por este regalo tan hermoso‘ y ponerle un pergamino que diga más o menos así: ‘Con este fútbol hicieron goles Luis Artime y el Beto Menéndez, a este fútbol lo acariciaron jugadores como Onega y Grillo, y lo tuvieron en sus manos Carrizo y Roma, porque con este fútbol empataron uno a uno Boca y River en el clásico del año 1964 en la Bombonera‘. Además propongo que lo tengamos una semana cada uno de nosotros en nuestras casas, como hacen nuestras viejas con las Vírgenes en el tiempo de las novenas y así podemos venerarla, tocarla y disfrutarla. Ya que no cualquiera tiene el privilegio de tocar o ver un ‘fútbol‘ con el que se haya jugado un superclásico, y mucho más si se vive en el interior, en un pueblo que ni en el mapa figura”.
Nos miramos entre todos y dijimos que sí, que haríamos eso, pero en ese momento saltó Luis, que tenía espíritu de comerciante, y dijo: “¿Y si cobramos una entrada a todos los que lo quieran ver, y con eso a lo mejor podemos comprar otro ‘fútbol‘?”. Su moción fue aprobada por amplia mayoría.
Pasaban los días y los hermanos Vilas seguían contando diferentes cosas que habían hecho en la Capital, anécdotas, los lugares nuevos que habían conocido, esos recuerdos que permanecerían durante toda la vida en ese archivo privilegiado de sus mentes y a su vez reteniendo por mucho tiempo esas imágenes en sus retinas.
Luis tenía razón, ya que al cabo de 3 meses logramos recaudar para comprar otra pelota de fútbol número 5 debido a que todo el pueblo tenía la curiosidad de verla.
Al poco tiempo vinieron a visitar a los Vilas su tío Hugo y su tía Mónica. El tío se aparecía a cada rato por nuestra canchita del barrio, se sentaba sobre la gramilla y nos contaba esas historias de tribuna, sobre todo de la Bombonera, y de esos partidos inolvidables que él había visto y vivido como hincha. Este pasó a ser nuestro ídolo, por sus historias de fútbol y todos esos jugadores que conocía por haberlos visto jugar, esos que eran nuestros personajes que parecían de fantasía, esos ídolos tan lejanos a los que soñábamos parecernos cuando fuéramos grandes.
El “fútbol” era muy caro para el bolsillo de la mayoría, por eso nuestro primer fútbol fue el tesoro más preciado, al que cuidamos y venerábamos todos los días. Ya que esa pelota de fútbol nos había costado mucho. Porque antes casi no existía para los pibes de tierra adentro. ¿Cuánto costaba un “fútbol”?
Muchas, muchas chirolas costaba.

(Mi agradecimiento a Osmar por autorizarme a publicar este cuento incluído en su hermoso libro “Cuentos de fútbol chacarero y alguna animalada más", publicado por Editorial Dunken en Diciembre del 2005)

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