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El atrofiado hipertrofiado


Mundialmente, el deporte es una logia secreta. Una secta socialmente contrabandista sin eludir Aduanas.

Una secreta logia con apariencia de universalizada apertura a las leyes ordinarias de la sociedad. Un neocuatrerismo ajustado al Derecho. Una chantocracia chantajista.

Tanto hay de cofradía masónica en el actual deporte industrializado y politizado, que sus organizaciones rectoras distribuyen títulos de domésticas distinciones en el estrecho ámbito de sus cerrados cenáculos.

Esa logia llamada El Deporte (que en algunos casos llega a ser auténtico y todavía puro en medio de una generalizada corrupción de su esencia primitiva) no es otra cosa que una suma multitudinaria de organizaciones civiles de lícita apariencia; para ejercer, subrepticiamente, actividades tan ilícitas o tan repulsivas a la igualdad de los derechos humanos, como las que seguidamente se enumeran como las más conocidas, todas, por supuesto, colocadas bajo el estandarte de la recreación, la salud física y la felicidad de los pueblos:

-1) La extorsión o el chantaje a los Estados.

-2) La burguesía y el privilegio más aberrantes a los comunes clamores de igualdad social de los pueblos (indistintamente en los países capitalistas, como en los comunistas, o los llamados terceristas).

-3) El adoctrinamiento de las masas populares en el insólito derecho a lo prohibido, no obstante haberse institucionalizado al deporte como escuela de civismo.

-4) El pragmatismo de lo vedado por lo moral, en aras de lo apetecido por lo material.

-5) La parasitología humana como carga de la sociedad, sin mediar jamás expresa aprobación de la sociedad para financiar esa imposición de tales castas burguesas que argumentan “obrar socialmente”.

-6) La actividad política comparable a las agrupaciones específicas, tanto donde éstas están permitidas, como donde están proscriptas por las leyes.

-7) Los más impunes delitos en punto a dolo, defraudación, estafas o drogadicción, con el amparo de la inocencia admitida en quien delinque en cumplimiento de mandatos societarios siempre anónimos, por masificados que son los pronunciamientos de las asambleas, en los cuales se escudan aquellos delitos para impunidad de sus verdaderos autores.

-8) La venalidad y la prostitución de los periodistas supuestamente preceptores de la conducta ciudadana, incorporados en crecido número al núcleo accionario de aquella secta parasitaria en todo el mundo.

-9) la difusión, primero; el estímulo, luego; y por último la más abundante información pública respecto de la drogadicción, hoy llevada a extremos de suicidio.

-l0) El soborno, el cohecho, la incentivación ilícita de las motivaciones competitivas, según lo exigen interese de asociados paralelos, o de organizaciones gangsteriles copartícipes de los intereses deportivos.

¿Qué es el deporte?

Desde luego, es algo muy transformado respecto de su idea original; de su inicio entre castas económicamente privilegiadas; de su concepción inicial sin multitudes de activos y pasivos intervinientes, ahora consumidores, o consumidos.

En respuesta a aquella pregunta, no hay ningún diccionario ni enciclopedia que aporte una definición encuadrada en la actual función positiva que el deporte puede cumplir en la sociedad, según sus muchas transformaciones sociales, económicas, industriales, morales y éticas.

Por eso me permito establecer, como pauta del sujeto a analizarse en este trabajo, una definición que me es propia y con cuyo basamento ruego al lector ubicarse en la filosofía del ideal, y la crítica de la realidad, que ha de encontrar en las páginas posteriores. Hela aquí:

DEPORTE SEGÚN SIGLO XX: Juego limpio. Cultivo del honor. No importa si por profesionalismo o amateurismo. Pueden ser deportes los dos. Pueden no ser deportes ninguna de las dos disciplinas mencionadas, si se apartan del juego limpio y honorable. Específicamente: toda actividad física o atlética de carácter competitivo. O aquello que procura una perfomance con fines recreativos, y/ o espectaculares, que sin atentar contra la salud de sus protagonistas en forma intrínseca de sus fines (boxeo, automovilismo) propenda al mejoramiento físico, moral, intelectual, y aun patrimonial de quienes lo practiquen.

Sin anacronismos, y con generosa aceptación de muchas de sus transformaciones propias de toda masificación, aquello es a mi juicio el acto deportivo encuadrado en la humanidad contemporánea, tanto en lo que respecta a sus derechos, como a sus obligaciones, en situación de convivencia.

Por cierto que los diez puntos que sintetizan aquella ubicación del deporte en una logia parasitaria (de la que implícita y explícitamente quedan excluidas las contadísimas y honrosas excepciones propias de toda generalización) no tienen armonía con la aspiración estética y social de dicha definición respecto de Deporte según siglo XX.

El deporte es, hoy, en el mundo, un gigante atrofiado e hipertrofiado a la vez.

Tan corrupto como el hombre, cosa muy natural tratándose de un quehacer de hombres; mucho más natural cuando su conducción -desde todos los ángulos- pasó a ser casi un monopolio de hombres comunes; frecuentemente mediocres. En contraposición de alguna época en la que esa conducción estuvo a cargo de hombres incomunes, acaso de “inadaptados sociales”, si afinamos sin sentido peyorativo el alcance de la expresión. Desde que el deporte quedó totalmente en manos de los “adaptados” (a épocas y distorsiones), su anatomía es la de aquella contradictoria coexistencia de la atrofia y la hipertrofia en un mismo, gigantesco, cuerpo.

ATROFIA: Falta de desarrollo de una parte del cuerpo. Consumisión. Falta de nutrición de un órgano.

ATROFIAR: Padecer atrofia, disminuir su tamaño.

HIPERTROFIA: Aumento anormal del volumen de un órgano.

Veremos ahora, recorriendo hechos comunes, sucesos sobresalientes, citas intrascendentes, publicaciones inadvertidas, constancias muy publicitadas, personajes populares, personalidades casi desconocidas, noticias deportivas y no deportivas, cómo el deporte se constituye en una suerte de logia masónica; en una típica -y casi incomprensible- burguesía igualmente imperante - con omnipotencia de oligarquía intocable- en el mundo llamado capitalista- liberal; y en el opuesto denominado socialista con su fuerte capitalismo clasista, o en el más reciente de los denominados terceristas no alineados.

Entre la extensa nómina de burguesías contra las que la humanidad proletaria lucha desde hace siglos para extirpar los privilegios, las desigualdades ajenas a la inevitable desigualdad mental de los hombres, se ha oído mentar a las burguesías agroganaderas; a las burguesías industriales; a las burguesías feudales; a las burguesías de banqueros; a las burguesías de gangsters; a las burguesías del arte; a las burguesías intelectuales; a las burguesías literarias; a las burguesías de tratantes de blancas; a las burguesías universitarias; a las burguesías del vicio; en tiempos más recientes aquella colección de burguesías se ha ampliado con las más notoriamente reemplazantes de la burguesía política, que son la burguesía militar y la burguesía sindical.

Pero no veo que se advierta la existencia de la burguesía deportiva. Se la conoce. Pero no se le da importancia.

Y tampoco advierto aproximación imaginativa- cuando los inadvertidos advierten su existencia- de lo que esa burguesía deportiva consume del tributo impositivo y voluntario que la sociedad brinda para que esa burguesía se sustente. Y se agigante hasta la hipertrofia, si se trata de su nocivo desarrollo como hecho social.

Sospecho que no transcurrirán muchos años sin que las explosiones masivas de indignación por los privilegios de los menos, produzcan el hasta ahora imposible caso de la rebelión de las masas contra el deporte parasitólogo.

Sin desearlo exactamente, creo que se trataría de un hecho plenamente justificado en el proceso de la rebeliones populares. Comprendo que la predicción es por ahora demasiado antedatada.

Pero en la proclamada era de las “transformaciones y cambios para liberar a los pueblos sojuzgados”, es absolutamente aberrante que el deporte (precisamente con aquella bandera en la mano) se convierta en un primerísimo consumidor de bienes cada vez más escasos del común plato de nuestros consumos. Que desplace, por caso, a la salud y la educación pública.

Cuando ello sea advertido, no solamente se pueden producir agresiones masivas como las registradas en los Juegos Olímpicos de Munich de 1972 (cuando guerrilleros árabes masacraron a los atletas judíos), sino la desaparición por mucho tiempo de consumo de suntuosidad faraónica como han pasado a ser, en perjuicio de los contribuyentes anónimos, los Juegos Olímpicos, los Campeonatos Mundiales, y por el estilo una sucesión de otras semejantes periódicas programaciones, supuestamente “obligatorias” al “honor y promoción de los países”, pero en verdad solamente destinadas al lucro sectario de aquella logia de burgueses deportivos que han hecho del deporte un trampolín y una vidriera de otros objetivos de chantócratas (creación lunfarda de Jorge Sábato.)

Aquella, que no pretende ser una predicción, sino una mera ecuación del andar de la vida, ya tuvo algún anticipo en el rechazo que por decisión popular supiera hacer la ciudad norteamericana de Denver (Colorado) de la sede olímpica que habían logrado inconsultamente sus “representantes” en la mesa de la burocracia de la parasitología internacional del deporte. El despertar de los pueblos pocas veces se hace con racionalidad. Pero los abusos con los pueblos dormidos suele culminar en pesadillas.

Y esto es válido para el saqueo que el deporte le está haciendo a todos los pueblos del mundo, aun cuando una prensa adocenada y cómplice del engaño, aparentemente logre, momentáneamente, la felicidad de esos pueblos por verse así insultados en su pobreza.

En Febrero de 1974, ante un enfrentamiento con España, los futbolistas representativos de Yugoslavia en las eliminatorias para el Campeonato Mundial de ese año, recibían la oferta de un premio de 50.000 dinares (3.000 dólares aproximadamente) para cada uno, en caso de obtener el acceso a dicho certamen.

La revista yugoslava Nin, comentando el episodio, hablaba de “maquinaciones en el alto nivel del fútbol” y agregaba: “Podrá ser el partido de la década, pero aún cuando fuera el del milenio, preguntamos: ¿qué sociedad puede darse el lujo de estimular cada 60 segundos de un partido con 350 dólares a cada jugador?” (La Nación, 20/01/74)

El día anterior, Tom Weiskopf, el golfista que mayor cantidad de dinero ganó en el mundo durante 1973 (245.463 dólares) declaraba (La Nación, 19/01/74) que no comprendía cómo un golfista podía ganar 100.000 dólares en dos semanas, y se manifestaba partidario de una distribución más equitativa de los premios, agregando: “Me gusta ganar dinero, pero no tendría inconveniente en que se reduzcan mis beneficios anuales en 50.000 dólares”.

No participo de la ñoñería de regular honorarios profesionales según las exigencias formativas previas del sujeto, como lo sustenta el frecuentemente alegato de que “un jugador de fútbol no debe ganar más que un médico”. Acepto que gane más, si su arte cuenta con mayor demanda que el de curar.

Pero no comparto la universalizada insolencia socioeconómica que hace del recreador de multitudes (sea deportista, artista o cualquier profesión exclusivamente recreativa, no productora de servicios esenciales para la sociedad) el ciudadano económicamente privilegiado dentro de las escalas retributivas de los salarios.

Lejos de ser un lastre del capitalismo, esa aberración igualmente imperante en el mundo capitalista como en el comunista, es mucho más que cualquier otra cosa, un caso de inconsciencia social colectiva contra el cual tendrán que alzarse alguna vez los clamores populares o los procesos auténticamente socializantes, dentro de los cuales, hasta ahora, aquella lacra sobrevive, curiosamente, como uno de sus puntos de supuesto apoyo, según es generalizado el uso del deporte como anestésico mental de todos los pueblos que lo pagan sin cuestionar su característica de monopolio de una secta parasitaria.

El entusiasmo deportivo terminó por inundar de infantilismo la vida continental, decía Ortega y Gasset, en una suerte de asociación de extremos igualmente representativos de una degeneración humana en el deporte, como pueden serlo, con la misma gravedad, la detención del desarrollo de los individuos por insuficiencia glandular, o el desarrollo anormal del volumen de sus órganos por desproporcionada actividad. Atrofia e hipertrofia deportivas.

El deporte desnaturalizado como juego o como negocio del juego, está en esos extremos, que por cierto sobrepasan lo que imaginó y condenó Ortega y, como él, muchos sociólogos del hecho deportivo.

Pero con todo, la vigencia de sus anatemas sigue siendo fresca:

“La exageración de los deportes (…) es uno de los vicios, de las enormidades, contra la norma de nuestro tiempo; constituye una de sus falsificaciones.”

“Está bien alguna dosis de fútbol. Pero ya tanto es intolerable.”

(Y en la época que Ortega decía esto no había aún copas de campeones, recopas, supercopas, copas de ganadores de copas, campeonatos metropolitano y nacional, y todo este fútbol convertido en bazar que puede determinar que River Boca jueguen 9 veces en el año y esos nueve partidos se multiplican en 18 exhibiciones por televisión…)

“Una confirmación nos la proporcionan los diarios, que por su misma naturaleza (…) son el lugar donde más prontamente y de modo más claro se revela lo falso de cada época. Columnas y páginas, y más páginas, no hacen si no hablar del deporte.”

“Los jóvenes sólo se ocupan con fervor de su cuerpo y se están volviendo estúpidos.”


(Ortega no imaginó que también podían transformarse en estúpidos a través del mismo fervor volcado en la atención de sus melenas y sus patillones convertidos en “el cuerpo del joven 1970”.)

Huizinga, otro ensayista del fenómeno social del deporte, coincide diciendo: “Nos amenaza la misma organización exagerada de la vida deportiva, con la excesiva importancia que las noticias relativas al deporte adquieren en la prensa diaria, en los diarios especializados, hasta convertirse en el alimento espiritual de muchos.”

Volpicelli, hoy primera autoridad mundial en la educación física, señala: “Es ya un hecho que la radio, la televisión, la prensa, no sepan que imágenes y superlativos emplear, de qué inéditos poemas épicos extraer metáforas para exaltar la gloria de los campeones, los incuestionables caudillos de las masas de hoy… Si la cultura nace en el juego deportivo, su propagación en nuestro tiempo habría tenido, como única consecuencia, la de difundir puerilidad y estupidez.

El hecho de que el deporte se origina en la civilización de rapiña, se demuestra, entre otras cosas, por la jerga de los atletas, formada en gran parte por locuciones sumamente sanguinarias, provenientes de la terminología guerrera (“matar”, “sacrificio”, “machos”, “fuerza”, “degollar”). De este modo, las cualidades que por lo común se admiran en el tipo masculino producto de la vida deportiva, tales como “la confianza en sí mismo y la camaradería” podrían denominarse más bien “crueldad y complicidad del silencio”.

No es sólo que el fanatismo puede emplearse con fines demagógicos para distraer y adormecer a las masas, sino que, de un modo más amplio, el deporte, como fanatismo, como participación emotiva, acentúa la arcaica tendencia de las masas a rehuír el control de la crítica y del juicio y a someterse a los mecanismos contemporáneos de condicionamiento y alineación.”


Representando de una manera más realista a este concepto, se podría decir: no es sólo que el fanatismo sea usado por los gobiernos para hacer demagogia sobre las masas fáciles de seducir con dulces bocadillos; lo peor es que ya nos hemos ido al otro extremo del proceso y tenemos en boga el contrauso de aquella demagogia gobernante en todo el mundo, por las propias masas elegidas para ser adormecidas en la etapa inicial del proceso: ahora esas masas son poderosas sucursales de la explotación autónoma de esa misma demagogia, desde luego que teniendo como clientes a los hombres-masas que aún se encandilan con ella. Y así se da el caso que prácticamente los gobiernos más proclives a aquella explotación ya casi no necesitan actuar para que ese proceso de captación mental de las masas siga su curso. ¡Ahora son las masas las que actúan demagógicamente y en alguna forma son los gobiernos los que hacen de clientes de ellas!

En un comienzo fue al revés: los gobiernos ponían el circo y en él hacían de payasos los pueblos; ahora los pueblos han puesto su circo propio y colocado a los gobernantes a hacer de payasos dentro de ellos. Y lo curioso es que todos, absolutamente todos, proclaman a cada momento, aunque cuidándose de hacerlo en forma pública:

-¡Todo esto es camelo! ¡Puro camelo!

-El deporte ahora es circo en todos los niveles.

-Es todo mentira
(aporteñadamente: “es puro grupo”).

El relator de más audiencia en la radiofonía futbolera argentina es un típico ejemplo de ese sentido: viendo crecer aquella corriente de “apoyo al deporte”, se puso a su vera y en su ritmo; hoy la encabeza y hasta en cierto modo la orienta hacia donde a él se le ocurra o más convenga: tanto hace llorar a coro, como aplaudir a coro, como sufrir a coro, como gozar a coro, a la “sensibilidad futbolística del país”. Se mete en la vida privada más herméticamente cerrada y puede ser capaz de obligar al Estado a hacerse partícipe de lo que el Estado haya querido dejar librado al uso privado de la población; requiere la palabra del hombre de la calle y del hombre de gobierno; los obliga a integrar el carnaval; y en definitiva la comedia se hace absolutamente “nacional” sin exclusión de clases ni rangos; todos “están en el jardín” (título de obra teatral descriptiva del llamado mundo contemporáneo). Todos participan del rosado rosal, puesto que la presión desde aquel medio es tan grande, que no adherirse a él puede ser, para cualquier obrero como para cualquier ministro, peligrosamente “antipopular” como muestra de “insensibilidad de masas”.

Lo demás es obra de la prensa, que refuerza esa educación emotiva e irracional del hombre-masa -dice Volpicelli- para lo cual los diarios deportivos destilan una forma de embrutecimiento de la cual no siempre se tiene conciencia. Aquél que asistió a un partido espera con ansia el lunes para poder leer el relato de un diario deportivo, pero el lunes el partido le resulta nuevo y el lector vuelve a presenciarlo sin que siquiera medie la duda de que existan exageraciones y deformaciones”. El lector- tipo las hace suyas y las lleva consigo al próximo partido que ha de presenciar con sus ojos y tratará de saber “cómo fue”… con el diario del lunes.

Un alemán, Kischnick, ha dicho: “Por lo tanto, si nos preguntamos si el deporte constituye la forma espiritual de expresión de nuestro tiempo, la respuesta es que en ninguna actividad se niega el principio espiritual tanto como en el deporte, mientras que por otra parte, y esto es lo trágico, en ninguna otra se lo busca con tanta sinceridad. Si la práctica del deporte se vuelve absorbente, el arte desaparece y la fantasía viviente deja de encontrar el placer del alegre juego.”

Del pintor Quinquela Martín: “A mí me gustaba el fútbol cuando lo jugaban los líricos y los tuberculosos. Pero ahora se ha convertido en refugio de millonarios”. (29/10/1967).

Del poeta Alberto Girri: “En el fútbol de antaño se ganaba o se perdía; en el de hoy, nuestros “reyes del estadio”, como los llamaría Montherlant, siempre son “vencedores morales”, una expresión tan ambigua como hipócrita”. Y agregaba refiriéndose al tango como actitud nacional semejante al fútbol… “parece haber sucumbido definitivamente bajo los embates de sociólogos, intelectuales y renovadores” (16/02/1969).

Con las mismas palabras que para el tango pudo referirse al fútbol con igual exactitud.

(texto perteneciente al libro “Burguesía y gangsterismo en el deporte”, del recordado periodista deportivo argentino Dante Panzeri, Editorial Líbera, Buenos Aires, 1974)

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