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Blas Armando Giunta (Argentina)


Nacido en Capital Federal, Buenos Aires, el 6 de Septiembre de 1963, este rústico volante está grabado a fuego en el corazón del hincha de Boca Juniors. El clásico “Huevo, Huevo, Huevo, Giunta, Giunta, Giunta” aún lo emociona. Se lo ha ganado.
Ese reconocimiento de la parcialidad auriazul a un mediocampista de mucho temperamento, personalidad y entrega no es por casualidad. Es por lo que Blas Armando Giunta dejó dentro de los campos de juego, no solo en la Bombonera.
Sus inicios en el fútbol barrial fueron en el equipo “Bomberos de La Matanza”, para de ahí pasar a Liniers (equipo de Primera “D”) y posteriormente, con el pase en su poder, fichar en San Lorenzo de Almagro. En 1988 lo compra el Zaragoza y lo cede al Murcia (España) para retornar al país y recalar en Boca Juniors en donde se consagra como ídolo de la “12” y logra la Supercopa 1989, la Recopa Sudamericana 1990, la Copa Masters 1992 y el Torneo Apertura 1992.
En 1993 se va a México donde jugará por dos años en el Toluca y un nuevo regreso a su amado Boca Juniors, hasta 1997, año en que se va al Ourense (España).
En 1999 se retira del fútbol jugando en el ascenso argentino con Defensores de Belgrano.
Al ser un claro ejemplo del futbolista que se convierte en ídolo sin más atributos que su corazón, y por una personalidad graciosa y desenfadada, eso lo hace merecedor de ingresar a nuestra sección “Personajes”.

Frases:

Cuando el equipo pierde, no vivo.

Soy un jugador entrenando y otro adentro de la cancha. A mis compañeros no les hago sentir el rigor.

Al hueso
(frase que describe claramente donde entrarle a un rival).

Los plateístas que vengan todos acá, uno por uno, yo laburo todos los días acá, que me vengan a buscar si me tienen algo que decir que yo los voy a atender.

Cuando íbamos en el micro desde el hotel a la cancha y pasábamos por Casa Amarilla, veíamos a la gente, a toda esa marabunta. Yo me motivaba, me creía que era He-Man, que era un gladiador.


Anécdotas:

Al “Chino” Tapia lo volvíamos loco… A “Corky” Mac Allister, también. Un día se calentó, vino y me tiró los mocos en la comida. Pasa que el Colorado ya estaba harto de que lo jodiéramos. Le decíamos que tenía los brazos cortos y que no podía hacer los laterales. Pero yo no me calenté, me cagué de risa y pedí que me cambiaran el plato.
A Neffa también lo matábamos. Sólo quería el dulce de leche, el “Gordo” Neffa. En Unión, todos decían “mirá, cómo le pega, tiene un cañón”. Cuando vino a Boca, le decíamos: “Dale, gordo dulce de leche, hijo de puta. Ni te acercás a patear los tiros libres. Ahora pateá, la concha de tu madre”. Y en el medio del partido le gritábamos “¡dale, gordo de mierda! ¡Largá el dulce de leche!”. Y también lo imitábamos al Maestro Tabárez: “Este muchacho Saturno es impresionante. Es el impredecible”, decía. Después a Saturno le pusimos “Larva”, por el personaje de Pergolini.

Siempre llevaba un revólver encima. Sabía tirar porque íbamos a cazar, con Marchesini, con Stafuza, con Cucciuffo... Lo llevaba cargado, sí. Pero todos teníamos un arma encima, eh, cada uno tenía su bazooka. Una vez, en San Lorenzo, me vinieron a apretar porque yo jugaba por el 20 por ciento. Lo vi a Goycochea, que estaba por ir al Ciclón y se había ido a hacer la revisación médica, y le dije: “Goyco, prestame la matraca”. Y salí de la práctica con el caño. ¡No se me acercó nadie! Andábamos todos con matraca o con una escopeta…

Una vez, en un entrenamiento, me rompieron la oreja. Estábamos jugando y un boludo me pisó. Yo sentía la parte de atrás colgando y despegada. El médico vino, me puso anestesia y me dijo que tenía todo partido. Claro, nadie quería decir quién me había pisado, se hacían los boludos. Cuando se me fue el efecto de la anestesia, me seguí entrenando, porque no le quería dar espacio a nadie, no quería perder el tren. Pero cuando corría, sentía que me ardía mal. Entonces le dije: “Che, tordo, me duele mucho acá atrás. Abro la boca y siento que se me raja todo”. Me miró y me vio toda la oreja despegada. “Te tengo que poner anestesia otra vez”, me decía. ¿Qué anestesia? Coseme así, como está. Dale, loco. Dale porque no da para más. Dejate de joder con la anestesia”, le contesté. Me cosió y seguí entrenándome toda la tarde. Yo era así. El fútbol era lo más sagrado del mundo.

Fue en Boca-Ferro. Para Ferro atajaba Germán Burgos, que había debutado en primera hacía poco. Tiro una pared con Maranga (Marangoni), me la devuelve por arriba, llego al área y lo veo salir con todo al Mono Burgos. Entonces, pienso: “Este me parte”, porque él ya había tomado carrera. Cuando lo veo venir, se la mando por abajo, se tira con los pies para adelante y me rompe las dos canilleras. Cuando me levanto, lo agarro en el piso y le digo: “Nene, ¿qué querés? ¿Morir en este instante?”. Y después lo recagué a puteadas.
Fue exactamente como la cuenta el Mono.

Trayectoria: San Lorenzo (1983-1984), Cipolleti de Río Negro (1984-1985), Platense (1985-1986), San Lorenzo (1986-1988), Murcia -España- (1988-1989), Boca Juniors (1989-1993), Toluca -México- (1993-1995), Boca Juniors (1995-1997), Ourense -España- (1997-1998), Defensores de Belgrano (1998-1999).


(anécdotas extraídas de la revista “El Gráfico” de Febrero de 2006)

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