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Cacho, el capitán (Rubén Herrrera - Argentina)


"muchas veces, regesar,
no es estar de vuelta"

-¡Volvió, Doña Cata, volvió! -le grité desde la mitad de la cuadra al ver que no se dio vuelta, le volví a gritar mientras corría hacia ella. La calle estaba cubierta de hojas, hacia frio, y comenzaba a lloviznar.

-¡Volvió, Doña Cata, volvió! Pensé que no me había escuchado, porque no giró su cuerpo para verme. Cuando la tuve ahí, le toqué el hombro, y le volví a decir.

-¡Volvió, Doña Cata, al fin volvió! Vio que le dijimos que todo iba a salir bien, que iba a volver, que estaría con nosotros de nuevo. Pero me miró con una mirada triste y a la vez indiferente, como ausente, como pensando en otra cosa.

-Sí, por suerte volvió -me contestó-. Mientras se dio vuelta como para continuar su viaje. Seguro que iba a la capilla para agradecerle a Dios.

-Claro que sí, claro que volvió, recién me enteré. Y ya les dije a mis hermanos y a todos los muchachos. El sábado, le vamos a preparar un asado de bienvenida. Ya arreglamos todo, lo vamos a hacer en la casa de Don Jiménez, el padre de Javier. Así que dígale a Cacho que esta tarde voy a su casa y arreglamos la hora, mientras nos tomamos una cerveza.

Doña Cata me miró y dijo algo que nunca pensé que diría.

-¡No!, El Cacho no quiere verlos, no quiere ver a nadie, él solo quiere descansar.

-¿Cómo dijo Doña Cata?, ¿Que no quiere vernos? A nosotros, a sus amigos, a sus hermanos, a los que siempre estuvieron con él en todas, ya sean buenas o malas. Bueno está bien, hoy déjelo que descanse, dígale que se duerma todo, porque en realidad debe estar muy cansado, pero que mañana, nos vamos con todos los muchachos, a celebrar y esperar ese asado que le preparamos, mientras charlamos sobre como paso allá, en ese lugar lejano.

Doña Cata se alejó lentamente, llevaba como siempre, un vestido largo y oscuro, con un abrigo negro encima, como para cubrirse del fuerte viento de Junio, cartera y zapatos negros y su infaltable pañuelo en la cabeza. Se la veía distinta, algo raro le sucedía, porque su hijo había vuelto y no se la veía feliz, parecía más bien preocupada.

Yo me fui a la casa del enano, para que organicemos un partido de solteros contra casados, ya que hace como tres meses que no jugábamos. Claro, el Cacho no estaba, entonces decidimos entre todos los muchachos, que no jugaríamos hasta que el capitán del equipo volviera, y ahora que esta de vuelta con nosotros, que mejor que jugar un partido.

Al otro día, después de juntarnos en la cancha de Don Julio y cuando estaba cayendo la tarde, fuimos hasta la casa de Cacho, como para charlar mientras nos tomábamos una birra, que habíamos comprado en el almacén de la esquina.

Su casa era una prefabricada que compraron cuando su padre aún trabajaba en el ferrocarril y su madre lavaba ropa para un geriátrico de Capital. Él, su padre, murió, como hace diez años en un accidente, que nunca fue esclarecido, después que se unió a la huelga del sindicato. Cacho tuvo que trabajar duro junto a su madre para salir adelante, ya que las cosas eran difíciles.

Cuando llegamos, golpeamos las manos por arriba del portoncito de caño verde, que tenía este, al lado del tejido que da a la vereda. Salió el perro ladrando desde el fondo, esperamos unos segundos y al ver que nadie atendía volvimos a golpear. Se abrió la puerta de la casa y apareció Doña Cata.

-¿Cómo le va Doña? -le pregunté- venimos con los muchachos para verlo a Cacho, estamos ansiosos por hablar con él, así que dígale que venga, que queremos verlo.

Su respuesta, nos sorprendió a todos:

-¡No! Cacho está cansado y me dijo que no quiere ver a nadie.

-Pero señora dígale que somos nosotros, los muchachos, sus amigos.

-Ya les dije que no quiere ver a nadie -nos volvió a contestar.

-¿Cómo que no quiere ver a nadie? Le dije levantando la voz. Dígale que salga o sino entramos nosotros igual. Una nueva, que no quiere ver a nadie.

En la ventana, se vio correr la cortina desde adentro, y para sorpresa de todos, su figura se dibujo en ella. Estaba ahí, sí Cacho estaba ahí, nuestro amigo, nuestro hermano, aquel que nos enseñó a jugar al fútbol, a casi todos. Aquel que nos defendía si alguno de otro barrio quería pegarnos. Claro tenía como dos años más que todos.

Estaba en la ventana, lo vimos mucho más flaco que cuando se fue, tenía la cara demacrada y una barba mal cuidada, cuando de repente dijo:

-¡Acaso no escucharon lo que dijo mi vieja! ¡Qué, ¿habla inglés acaso?! Les dijo que no quiero ver a nadie, o no entendieron. Quieren que se los diga yo entonces. -Bueno- ¡no quiero ver a nadie! -gritó desde adentro.

Yo lo miré al Enano, a mi hermano Bocha, a Topo, al Zurdo, a todos como buscando alguna explicación a lo que había escuchado, pero nadie entendía nada.

-Cómo que no querés ver a nadie? -le dije-, mientras lo miraba a la cara, notando un extraño comportamiento. ¿Qué, acaso no te acordás más? Nosotros somos tus amigos de toda la vida. Los que rezábamos todas las noches para que regresaras pronto a casa. Si hasta fuimos haber al Papa cuando vino. ¡Sí!, fuimos a pie, y hasta Don Vicente nos acompañó, y vos sabés mejor que todos, que él no creía en nada, ni en nadie. Pero estuvo ahí, acompañándonos para pedir que vuelvas. Justamente a los muchachos, los que todas las tardes nos juntábamos en la casa de Armando, para escuchar la radio y comentar lo que pasaba. Los que te escribíamos dos veces por semana, si hasta compramos todas las barras de chocolate que existían en la zona, con tal de enviártelas, para vos y para todos los que estaban con vos. Así que dejate de joder y vení, abrí el portoncito, que tenemos que hablar de muchas cosas. Ah, la llamé a Carmencita y me dijo que viene para acá, ella está laburando cama adentro, pero no puede aguantar hasta el sábado a la tarde y se tomaba el primer bondi que venía. Me dijo que se moría por verte, que te extrañaba mucho, y que se volvía loca si no venías pronto.

-No muchachos, váyanse que quiero preparar todo, porque nos vamos del barrio. Nos mudamos cerca de mi tío allá en Corrientes.

-¿Cómo que te vas del barrio? Si vos sos parte de él. Si creciste acá, si fuiste a la escuela con nosotros, y para colmo sos el capitán del equipo. Porque acá, para que sepas y sino preguntale a tu vieja si no me creés a mí, no se jugó más al fútbol.

-No chicos, ustedes no entienden nada, yo ya no quiero jugar más, yo me cansé de jugar, así que mejor búsquense otro capitán, por que me voy al Interior.

-No Cacho, no digas nada de lo que te puedas arrepentir -le dije- lo que todos queremos, es que te quedes, que descanses mucho, y vuelvas a jugar con todos nosotros. Porque tenés una zurda espectacular, le pegás los tiros libres como nadie, gambeteas como un elegido, si hasta hiciste como cinco goles de córner, en el último campeonato.

-Ya me cansé de todos -volvió a decir- me cagué de hambre, me cagué de frio, me cagué de miedo, por qué y para qué, me pregunto todas las noches. Ya que ni siquiera duermo. Yo solo quería ser feliz, casarme con Carmencita y tener muchos hijos.

-Y bueno hermano, ya estás aquí -le grité también- Ahora podrás hacer todo lo que soñaste, casarte tener hijos, jugar al fútbol todo los domingos, y todo el pueblo se juntará detrás del alambrado, para verte jugar y disfrutar.

Cacho empezó a gritar y maldecir a todos. A los tipos que lo mandaron ahí, a los que no entendían nada, a los que creían que era todo un juego, a los que seguían la vida como si nada sucediera, a los que hablaban por hablar. Sabiendo que a ellos nunca les iba a tocar. Decía que estaba cansado y que otra vida comenzaría pronto, mientras decía esto, su voz empezó a quebrarse.

-No ven que no quiero jugar más, por que no me dejan de joder, ¡no quiero jugar más! Nos gritó a todos, mientras se corría desde la ventana, hacia la puerta. Y una vez apoyado en el marco de ésta, dijo:

-No es que no quiero ¡no pueeedooo! Gritó llorando fuerte, y con mucha bronca, que le nacía desde el fondo de su corazón.

Aquella zurda, de los pases milimétricos, de los tiros libres impecables, de los goles olímpicos. La que nos deleitaba a todos, ya no estaba en su lugar, se la habían amputado en Malvinas, en un conflicto bélico, que él no había elegido…

(En memoria de todos los “Cachos” que volvieron, y de todos los que dejaron la vida, en defensa de las Islas Malvinas)

3 comentarios:

RUBEN HERRERA dijo...

Hola!
Gracias por dejar compartir este cuento, con aquellos que leen este blog y que sin lugar a dudas estan con los ex-combatientes, en su lucha diaria. Desde Rosario saluda Ruben Herrera

Totonet dijo...

No, gracias a vos Rubén. Agradezco tu generosidad para compartir este emotivo cuento con todos los lectores del blog.
Saludos cordiales.

ruben herrera dijo...

viviana !!!! genial mi amor te felicito todos tus cuentos son muy buenos