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El fin de una leyenda


En 1953, Hungría pudo romper la legendaria imbatibilidad de Inglaterra en su propio feudo de Wembley. Sin embargo, aquella espectacular victoria húngara por 6-3 era una más en la línea de su extraordinaria regularidad. Los húngaros habían creado escuela con un juego brillante y ofensivo en el que sus puntas de lanza eran el pie izquierdo de Ferenc Puskas y la "cabeza de oro" de Sandor Kocsis; junto a ellos, el imprevisible Zoltan Czibor, un extremo que volvía locos a los defensas, y, en una línea más retrasada, los "cerebros" del equipo: el medio Bozsik y el falso delantero centro Hidegkuti, que jugaba en posición intermedia.

Hungría llegó a la final del Campeonato del Mundo de 1954 con 27 victorias y 4 empates en sus últimos 31 partidos. Tenía que enfrentarse a Alemania, un equipo al que en la fase eliminatoria los húngaros habían vencido ya por un estrepitoso 8-3 (si bien en aquella ocasión los alemanes habían alineado a varios suplentes). Tan absolutamente convencidos estaban los húngaros de su superioridad, que alinearon a Puskas, a pesar de no hallarse totalmente recuperado de una lesión. El entrenador, Sebes, manifestó: "A fin de cuentas, esta final es una pura formalidad".

Los enemigos más peligrosos habían sido dominados: en cuartos de final, 4-2 a Brasil -con un expulsado por bando y una batalla campal en los vestuarios- y, en semifinal, también 4-2 a Uruguay, si bien tras una dramática prórroga resuelta por un espléndido testarazo de Kocsis, que mereció incluso la felicitación señorial del uruguayo Schiaffino. Alemania, en efecto, aparecía como una simple formalidad, aunque su contundente victoria por 6-1 contra Austria en la otra semifinal era un resultado muy digno de consideración.

La final se inició bajo los mejores auspicios para Hungría: a los 6 minutos Puskas marcó el primer gol; su espinilla no se resentía aún del esfuerzo. Dos minutos más tarde, Czibor puso el 2-0 en el marcador. Todo podía terminar aquí, pero a los 10 minutos de juego, el interior Morlock acortó distancias: 2-1. Y a los 18, el pequeño extremo Helmut Rahn aprovechó un error defensivo para establecer el empate. La final volvía a comenzar. Pero los húngaros tenían el hándicap de un Puskas disminuido (y en 1954 no se admitían las sustituciones). Bozsik, su mejor defensa, acusaba el peso de varios partidos muy duros, y los centrocampistas no proporcionaban a Kocsis la oportunidad de conectar sus temibles testarazos.

La racha goleadora se interrumpió. Empezaba un duro forcejeo en el centro del campo. Fritz Walter, el pulmón del equipo alemán, y sus compañeros Mai y Morlock, apoyados en el sólido bastión defensivo que era Liebrich, empezaron a imponerse al trío formado por Bozsik, Zalearías e Hidegkuti. Así iban pasando los minutos y se perfilaba la posibilidad de una prórroga. Sin embargo, a los 39 minutos del segundo tiempo, Bozsik dejó una pelota suelta que fue aprovechada por el extremo Rahn para internarse en el área y batir al meta húngaro cuando éste iniciaba una salida desesperada. Los últimos seis minutos constituyeron un dramático ataque magiar. Lo mismo que cuatro años antes en Maracaná, se producía la gran sorpresa, y Alemania ganaba el Campeonato del Mundo, rompiendo así la imbatibilidad de los húngaros mantenida a lo largo de casi siete años.

La victoria alemana sería más tarde puesta en tela de juicio por algunos observadores. Se señaló que los jugadores habían sido estimulados con determinados productos químicos en aquella memorable jornada del 4 de Julio. Su entrenador, el veterano Sepp Herberger, rechazó indignado las acusaciones, pero pocos días después de la final, la mayoría de sus jugadores se vieron aquejados de una misteriosa enfermedad parecida a la ictericia, lo que nos dejó de levantar fundadas sospechas. En cualquier caso, nada pudo probarse al respecto.

Helmut Rahn, un extremo derecho, había sido el "verdugo" de las aspiraciones húngaras en este caso. Nacido el 16 de Agosto de 1929, su juego se basaba en un extraordinario fondo físico, que le permitía apoyar a sus compañeros en el centro del campo, y en una formidable potencia de tiro. Había debutado en la selección alemana a los 22 años de edad y llegó a jugar 40 partidos internacionales, entre ellos los correspondientes a la Copa del Mundo de 1958. En esta ocasión Rahn marcó 5 goles en los tres partidos de la fase eliminatoria y después el único gol de encuentro en los cuartos de final ante Yugoslavia. En 1960, y ya en el declive de su carrera, fichó por un equipo holandés, donde todavía jugó un par de años.

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