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Con su metro setenta y dos de estatura, y, sin embargo, una fuerza de voluntad y un equilibrio corporal capaz de aguantar un amplio catálogo de agresiones físicas, Maradona combinaba la habilidad y la visión de un Pelé con la versatilidad de un Johan Cruyff. Pero Maradona siempre parecía estar más allá de las comparaciones. Desafiaba las categorizaciones con tanta facilidad como rechazaba las exigencias de los presidentes de clubes y la disciplina de los directores técnicos. En ello reside su carisma.
Era la proyección internacional de una exitosa historia argentina lo que ganó para Maradona el aprecio de sus compatriotas. Para ellos, Maradona parecía reparar los múltiples fracasos en su propia historia. Maradona no sólo había dado a los argentinos un sentido de identidad, sino también de evasión. Veían pureza en su juego y lo llamaban poesía.

(fragmento extraído del libro titulado “Maradona, la mano de Dios”, cuyo autor es el británico Jimmy Burns)

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