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¡Es posible, la puta que te parió! (Miguel Mazzeo - Argentina)


"El hombre no está (...) completamente traicionado mientras que
haya una parte de él aún no vendida y en la que tiene su alegría..."

Ernst Bloch, El principio esperanza



Hacía varias semanas que la ansiedad me venía rondando, el cuero y la psiquis. Literalmente. Los días eran extremadamente largos, y una sola idea se instaló en mi mente, prepotente y dispuesta a no convivir con otras de cualquier signo. El hombre y por supuesto también la mujer, es un caos de deseos. Pero yo me los había ordenado en una rigurosa lista de prioridades. Estaba obsesionado y ensimismado, como poseído.
Tenía la epidermis arruinada. Por cierto, el término "prurito" designa tanto la picazón como las ansias. Para colmo de males tuve que soportar las insulsas e hiperdilatadas eliminatorias para el mundial de 2010 interfiriendo con el torneo local, nunca tan inoportunas. ¿Quién en el mundo podría llegar a interesarse por las vicisitudes del rejuntado de estrellitas del “Coco” Basile? Entretanto el parate duró siglos.
A modo de conjuro me dije una y mil veces: "es sólo un torneo de fútbol". Nada que pueda cambiar el orden del universo, alterar el funcionamiento de la sociedad. Pero no lograba convencerme, indefectiblemente todo me sonaba a mera e ineficaz táctica de autoengaño. Me torné más místico de lo acostumbrado, y hasta rocé el animismo y la superchería. Veía señales en cada objeto, en cada situación, en cada palabra, augurios que interpretaba ora como positivos ora como negativos. No podía eludir ni el horizonte abierto por un equipo múltiple y gladiador, ni las claves paranoicas de la conspiración futbolística.
Y es que yo, evidentemente, abrigaba la certeza de que había otras cosas en juego. Siempre lo supe. Ahora, desahogado, tengo todo más claro. Aunque al comienzo no atinaba a identificarlas, poco a poco, partido a partido, "demostración" a "demostración" de los pibes de Ramón Cabrero, pude trazarme una composición más acertada de lo que se dirimía. Sin dudas eran (y son) cosas muy significativas, relacionadas con elementos universales que hacen a la condición humana, como el placer, el dolor, la belleza y la fealdad. Y no estoy exagerando. Una cancha de fútbol (como un cuadrilátero boxístico) suele ser el ámbito donde se puede experimentar el sentido más profundo de lo dramático. En una cancha de fútbol se ponen en evidencia historias y conductas sociales, se despliegan un conjunto de identidades familiares, barriales, sociales, etc. Y también de subjetividades indescifrables. Se goza y se ríe, se teme y se llora. Y se incide, desde las tribunas, en los sucesos del campo de juego, en este sentido el fútbol es el contra-espectáculo por antonomasia. Un contra-espectáculo dialéctico, ya que, a la inversa, lo que ocurre en el campo también influye en las tribunas. Once tipos y a veces uno solo, hacen retorcer de emoción, alegría u odio a 50.000. Finalmente, el amor a una camiseta remite a uno de los escasos espacios libres de los efectos de la religión económica del capitalismo, alejado de la moral de la economía política, un lugar en donde nadie teme morir de ilusión.
Al final, cuando sólo quedaban tres fechas, con tres puntos ventaja sobre el segundo (Boca Juniors, nada más y nada menos), una imagen recurrente comenzó a atormentarme, la imagen de la luz prestada sólo por unos instantes, o peor, la luz que se apaga justo al final. Sentí miedo. Un miedo primitivo. Ese miedo que, tal vez, los seres humanos compartimos con el resto de los animales. En efecto, estaba asumiendo que un segundo puesto, esta vez, podía conducirme al desmoronamiento en el nihilismo; un segundo puesto, esta vez, nos dejaría material y anímicamente a oscuras. Lo que en otra ocasión podía ser un logro muy importante terminaba siendo un desastre inapelable. Pero a no confundirse, no se trataba del éxito como criterio de verdad. Había otras cosas. De todos modos alternaba el miedo con la exaltación orgiástica de las sectas.
Para colmo de males el desabrido 0 a 0 con Argentinos Juniors incrementó la impaciencia y cierta pulsión fatalista. La victoria de Tigre frente a Boca, más allá del 4 - 0 de Lanús frente a Gimnasia Esgrima de la Plata, las llevaron al paroxismo. El jueves, viernes y sábado, consciente de mi condición intratable, opté por "concentrarme", igual que el equipo. Creo que eso hicieron todos los hinchas de Lanús. Me encerré en casa y limité los contactos a lo mínimo e indispensable, preferentemente con seres con quienes compartía la ansiedad y el código, es decir, otros hinchas de Lanús.
El sábado a la tarde, con el faltante de algunas uñas y sin piel en vastas regiones del cuerpo, me crucé accidentalmente con un vecino desarraigado, hincha de otro equipo, que ensayó un vaticinio fatídico a modo de broma. Me sentí competente para el crimen. Le eché una mirada fría y rapaz, lo contemple con profundo aborrecimiento y desprecio y, sin decir nada, entré a casa.
La bizarra estirpe de los hinchas de equipos de fútbol "chicos" está familiarizada con el quebranto y el sufrimiento. La conciencia de que, por determinaciones estructurales, su equipo va a perder más de lo que va a ganar es inherente a su pasión. Esto hace una diferencia cualitativa con los hinchas de los equipos grandes. Y aunque es ímprobo el arte de mensurar pasiones yo creo que hay pasiones más desinteresadas y más rotundas que otras.
El hincha de un equipo chico recuerda a Sísifo, el mitológico rey de Corinto, condenado a empujar una roca hasta la cima de una montaña una y otra vez, por los tiempos de los tiempos, ya que antes de llegar arriba, la roca se caía. Albert Camús gran escritor y arquero asoció el mito de Sísifo a lo absurdo de la condición humana, que en otro plano podría asociarse perfectamente a lo absurdo de la condición de hincha de un equipo chico.
Pero el hincha de un equipo chico anda por la vida desentendiéndose de lo imposible de su faena y su objetivo, sólo en la apariencia. En el fondo nunca deja de alimentar el sueño, la esperanza de que Zeus podrá ser derrotado algún día, aunque para eso se requiera una voluntad fuera de lo común y una azarosa conjunción de factores que, en los equipos chicos, tienden precisamente a la dispersión, o directamente se repelen. Pero la esperanza en las correspondencias está y siempre pesa más que cualquier derrota. Nuestro mundo es el mundo riguroso e inapelable de la fe.
Se sabe, las tribunas son ámbitos en donde se condensan todos los prejuicios. Los cánticos van más allá de las simples efusiones satíricas. Denotan visiones del mundo que no traslucen precisamente concepciones humanistas. La exaltación tribunera hace que aflore lo malsano, la maledicencia colectiva, los saberes lúmpenes, aunque a veces es proclive a una que otra lección de moral (y lo bueno es que sin "catálogos", ni poses "progresistas"), en fin, refleja la condición de una sociedad; principalmente pero no exclusivamente la de las clases populares (sin idealizaciones). Las posiciones machistas, homofóbicas, sexistas, racistas, en fin fascistoides, y otras lindezas del mismo jaez, están a la orden del día.
Pero hay un cántico, un tremendo cántico, que detrás de su aparente inocencia, casi diría, neutralidad, es exactamente igual de fatal. O peor. Se trata del que sentencia: Es imposible la puta que te parió, y que se le suele lanzar a la hinchada de un equipo (chico) que, por venir realizando una buena campaña, por "estar prendido", sueña. Se trata de un verdadero chorro de ácido en la jeta. El cántico supone una violenta bajada a tierra de aquellos que desarrollan alguna conciencia onírica, un hiriente recordatorio del coeficiente (elevadísimo) de adversidad de la materia. Sus efectos son letales cuando el equipo que pelea pierde y se diluye el sueño, se reafirma la infecundidad de la tentativa y se apaga la llama de la esperanza y queda la angustia que, como es notorio, esimposible de movilizar. El cántico resume una teoría de la contingencia absoluta de los equipos chicos, en relación a los campeonatos de la AFA... y en relación al mismo universo.
Lo posible, en sentido estricto, incluye también a lo imaginable. Imposible es inimaginable. Y aquí se produce la primera fisura del fatalismo: si lo imaginamos es posible. Y lo imaginamos, a veces más, veces menos, pero lo imaginamos una y mil veces, desde el año 1915, año de la fundación de la Club. Incluso no dejamos de imaginarlo mientras militábamos en la B y en la C.
Quiso el destino un desenlace paradójico. El principal contendiente y escollo para nuestro sueño terminó siendo Tigre, un equipo chico con el que compartíamos la rebelión contra el curso normal de las cosas y los campeonatos.
El Club Atlético Lanús, el equipo de mi barrio, acaba de ganar el campeonato de Primera División del Fútbol Argentino por primera vez en su historia. Compruebo que es rigurosamente cierta aquella observación que afirma que el placer se siente más vivamente cuando viene precedido de abstinencia y tormento. Casi 93 años de abstinencia y tormento.
La conjunción de clasismo y expresionismo, armonía y creatividad lo hizo posible, en fin: la suma de aciertos técnicos y plásticos. Y también políticos: la apuesta a lo propio, a los pibes, a la mística más pura del barrio. Se confirmó aquello que decía el Capitan B. H. Liddell Hart: "En estrategia, el camino más largo y desviado, pero que envuelve, es el que conduce más rápido al objetivo".
El Club Atlético Lanús es campeón. Lo verosímil se tornó verdadero, lo conjeturable, demostrable. Cambió el límite de lo posible, de ahí la impresión de plenitud épica, la sensación de portar un nido de laureles en el corazón tibio, de oír permanentes ecos broncíneos de campanas aleluyáticas o un interminable allegro (assai vivace) Beethoveniano.
El Club Atlético Lanús es campeón. Se deterioró bastante el hedonismo triunfalista de los equipos grandes, la estética mal entendida como puro disfrute de sus hinchas (la estética verdadera es dialéctica del placer y el dolor), su jactancia operativa (en materia futbolística detesto cualquier analogía mecánica, empequeñece al equipo). Asimismo se renovó la esperanza y el sueño de otros equipos chicos que nunca salieron campeones. Incluso los de Banfield. Este logro asume, entonces, dimensiones redentoras. El Club Atlético Lanús es campeón. Hay fiesta, en el sentido más vivo del término. Los pobres, los hombres y mujeres más sensibles, la viven como contraste con la miseria y las privaciones y la ejecutan como religiosidad exterior y colectiva; las clases medias, en sus estratos más frívolos e impiadosos, como contraposición al aburrimiento.
El Club Atlético Lanús es campeón. El mundo seguirá siendo desparejo, pero un poco menos. La realidad seguirá siendo realidad, pero un poco menos. El disfrute seguirá siendo disfrute pero un poco más.

(Un gracias que llegue directo al corazón granate de Miguel Mazzeo, quien tuvo la deferencia de cederme este cuento para compartirlo con todos ustedes)

2 comentarios:

Gustavo Tisera dijo...

¡Que envidia! ¿Cúando nos tocará a nosotros? Espero llegar con vida a ese momento. ¡Aguante Talleres! Un saludo, amigo, repito, muy bueno el blog!

Totonet dijo...

Hola Gustavo!!
Muchas gracias por tus palabras y por tu visita.
Hace tres días entré en el tuyo, aunque no dejé comentario.
¡A ver cuando te arrimás otro cuento lindo para publicar!
Te mando un abrazo grandote y el afecto de siempre.
Totonet
Ayacucho - Bs. As.