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Fútbol africano: materia poética


Los viajeras no tanto (a no ser que tengan una probada capacidad para ponerse en jarras y evitar abordajes y otros efectos colaterales), pero los viajeros por África deberían siempre ver por allí algún partido de fútbol. No quiero destripar tramas ni desenlaces, pero puedo dar unas pistas de por qué es importante esa asistencia. Ante todo, unas consideraciones teñidas de globalización.

La Copa de África, recientemente celebrada en Senegal, fue protagonizada por vez primera enteramente por jugadores que actúan en Europa. Y desde hace años no pocas selecciones africanas tienen técnico europeo. Es decir, el fútbol africano de elite evoluciona, en teoría, hacia parámetros similares al que vemos por aquí.

Eso, en teoría. Pero en África no valen, ni para viajar ni para nada, las teorías o las previsiones. El fútbol de los africanos, incluso el de sus selecciones "europeizadas", no tiene que ver con el nuestro. Seguro que los técnicos han conseguido introducir en esos jugadores de elite una preocupación por el sistema (sea lo que sea eso, Dios bendito) y hasta por la importancia de la defensa. Pero a la hora de la verdad los jugadores africanos ejercen su derecho a la amnesia. No en vano es un continente cuyas almas sobreviven porque logran no atiborrarse de memoria: si se acordaran de todo lo que les ha pasado, era para morirse, así que hacen muy bien en sobrellevarlo con ligereza y echándole plena atención al carpe diem.

No cuento el colorido de las gradas, el buen humor y la picaresca que en general reinan alrededor de un partido africano; aunque a veces haya trifulcas a la europea, o un régimen como el hutu ruandés de 1994 pueda organizar un genocidio a base de reclutar y fascistizar a los ultras futbolísticos y prometerles víctimas propiciatorias para su hambre de violencia.

El viajero debe hacer la experiencia, repito. Y estar muy abierto a lo que no comprende. Me he encontrado sorprendido de comentarios de lectores (sobre todo de lectoras) de mi novela "Mulanga" ante una escena en la que los jugadores de un equipo mean en corro en el círculo central para marcar el territorio.

Cosas así se ven con alguna normalidad en África. De vez en cuando cae un rayo que afecta misteriosamente sólo a una mitad del campo y por tanto a un solo equipo. O, ejemplo de la superprofesional Copa de Africa, el ex guardameta y ahora técnico de Camerún, Nkono (que jugó de portero en España), fue golpeado por sus rivales senegaleses que sospechaban que había hecho magia contra ellos; la Confederación Africana le acabó levantando la sanción por "comportamiento escandaloso y provocativo", es decir por hacer magia.

Todo el mundo en África sabe que la actitud mingitoria, el rayo y lo que hiciese o no Nkono están a la roden del día y tienen que ver con que las cosas funcionan con hechizos, desde el sida al poder.

El viajero deberá tener eso en cuenta, y que le sirva para entender y disfrutar. Si un viajero se asoma al fútbol africano (sea en un estadio o en un descampado, sea viendo a jugadores más o menos uniformados o a chavales descalzos) echará de menos el orden y los tiquismiquis que caracterizan el fútbol de cualquier nivel en Europa. Pero de inmediato verá que el público aplaude los detalles, es decir la belleza: se parecen a los aficionados degustadores de lo que hacía Curro Romero. Y ese gusto por la belleza del público africano (de estadio o de baldío) va emparejado con la gozosa vivencia de la fe: todos y cada uno de los espectadores, y probablemente de los protagonistas del partido, están convencidos de que, nada más arrancar la jugada, va a culminar en un gol que va a abatir de pura belleza el universo mundo, que no lo podrá "aguantá". Ya, ya sé. Me diréis que a los diez minutos público y jugadores tendrían que haber aprendido al ver el fracaso de tantas maravillas soñadas. Pero África se sustenta en que las cosas allá no son así, el aprendizaje no es así, la memoria y los reflejos paulovianos son de otra manera. La fe puede con todo. Una fe que es una esperanza. Y una esperanza que es una poesía. Porque ésa es la esencia del fútbol africano: su carácter poético.

Sociológicamente, puede parecerse a lo que antes (¿sólo antes, de verdad?) eran los toros en España: un chaval soñaba con triunfar en la Monumental o en la Maestranza, y ese sueño era también lo que los cursis llaman ahora "promoción social". Pero igual que el maletilla no buscaba sólo el bienestar material, sino también la gloria y la belleza, los africanos insisten en demostrarnos, mientras rueda un balón, que la fantasía, el juego, nos hacen no sólo sobrevivir, sino sobre todo vivir.

(artículo escrito por el escritor español Miguel Bayón, y publicado en el portal "Literaturas")

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