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El jersey de Zamora


Un día de finales de invierno de 1915, un chaval de 16 años se presentó en el campo de Sarria, del RCD Español de Barcelona, de la mano de un amigo de la familia.

Se llamaba Ricardo Zamora y con los años se convertiría en el mejor "guardameta de todos los tiempos". Esta etiqueta no ha desaparecido. Alguien dijo de él: "No hay más que dos porteros: San Pedro en el cielo y Zamora en la tierra."

Logró una fama extraordinaria. Tanta que los delanteros rivales parecían amedrentados en su presencia. Uno de ellos, famoso, explicaba: "Me escapaba sólo hacia la puerta con el convencimiento de marcar gol. Cuando llegué al área con la pelota controlada, me salió Zamora al paso. Súbitamente me asaltó un presagio fatal: me la quitará, me la quitará, me la quitará y... me la quitó."

La popularidad de Zamora llegó a ser tanta que tenía admiradores en todo el mundo.

Treinta años después de su retirada, en un viaje que realizó a Yugoslavia, fue asaltado de tal forma por los aficionados que le prodigaban invitaciones, que alguien afirmó: "Parece un médico famoso, tiene dadas todas las horas".

Sus padres querían que fuera médico, pero se quedó en futbolista. Y debutó en el Español a los 16 años, cuando aún vestía pantalón corto en la calle. El presidente del club le compró unos pantalones largos, pues le daba vergüenza que un jugador de su club vistiera como un niño.

La vida de Zamora está cargada de anécdotas. Desde los diez duros (50 pesetas) que cobró por su primer fichaje, hasta su traspaso al Real Madrid, en los años treinta, por la entonces astronómica cifra de 100.000 pesetas. Desde su fama de presumido, hasta el beso que le dio Lev Yashin, el gran guardameta de los años sesenta de la URSS, el día en que conoció al que había sido ídolo de su niñez.

Zamora ha sido un mito desde que hizo su debut internacional en la Olimpiada de Amberes en 1920. Era también el debut de la selección española, la primera vez que salía fuera de sus fronteras. Se debía jugar contra Dinamarca.

La víspera, el 7 de Agosto, los jugadores españoles se reunieron y decidieron poco menos que "vencer o morir". Era la época de las leyendas heroicas en fútbol. Los daneses tenían una formidable experiencia y eran los favoritos: llevaban disputados 35 partidos internacionales y habían alcanzado ya dos finales olímpicas.

Paco Bru, que era seleccionador, masajista y delegado de la expedición, todo a un tiempo, decidió esta formación: Zamora; Otero, Arrate; Samitier, Belauste, Eguizabal; Pagaza, Sesúmaga, Patricio, Pichichi y Acedo.

Samitier compartía la misma habitación que Zamora. Estaba impresionado. Nerviosamente se puso a jugar el partido del día siguiente, desde la cama. Se durmió marcando goles.

El partido se disputaba en el campo de la Union St. Gilloise. Era sábado. Llovía. Los españoles estaban vistiéndose cuando de repente, Samitier, recordando algo, marchó hasta el otro lado del vestuario donde Zamora se hallaba atándose las botas. "¡No habrás dado a lavar el jersey!", gritó Samitier.

El jersey de Zamora era una especie de mascota. El gran guardameta pensaba que la suerte en los partidos se la daba el jersey, y desde muchos meses antes no había vuelto a lavarlo. Olía que apestaba, lleno de mugre y suciedad por los cuatro costados.

Zamora, humorísticamente, afirmaba que este era el olor del triunfo. Otros, con más sentido del humor todavía, aseguraban que este olor mantenía prudentemente alejados a los delanteros contrarios. Fuera así, o no, el jersey era un "portafortunas". Y la fe en la mascota se extendió a toda la selección.

"No, no lo he lavado", tranquilizó Zamora a Samitier.

Samitier se calmó. Se les podía ganar a los daneses. Y ante la sorpresa de los críticos mundiales, se les ganó.

El propio Samitier lo contó así: "Después de marcar Patricio nuestro gol, en una magnífica jugada de Pagaza, los daneses se propusieron ganar como fuera. Producto de aquella idea que se les metió entre ceja y ceja, fue mi salida del campo con lesión. En aquellos momentos, Sesúmaga se retrasó y volví al campo cojeando. No importaba. Yo quería estar con mis compañeros, entre los cuales José María Belausteguigoitia no hacía más que chillar: "¡Ánimo, a por ellos!". Zamora estuvo inconmensurable. Ni agarrones, ni disparos, ni empujones les sirvieron de nada a los daneses. Su casillero quedó en cero. Pero el famoso jersey de Zamora murió en ese partido. Fue un agarrón brutal de Mildebock, el capitán danés, que aunque empezó de defensa, pasó luego al eje del ataque en el último cuarto de hora, en un afán desesperado por vencernos. En una de las jugadas, molesto porque Zamora había salvado una vez más la situación, le cogió del jersey y se lo desgarró. No le costó mucho porque estaba podrido. Pero perdimos la mascota..."

Debía serlo, porque al día siguiente España fue derrotada por Bélgica. Samitier no pudo jugar. El jersey de Zamora, tampoco...

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