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La imprevisión de los dirigentes argentinos fue completamente desfavorable en la definición del Mundial de 1930. Poco antes de la final, Francisco Varallo (foto) no se encontraba en condiciones físicas ideales para integrar el equipo. Insólitamente la delegación no tenía médico. Entonces se recurrió a los servicios del doctor Campistegui, hijo del presidente del Uruguay.
El médico revisó al futbolista y su diagnóstico fue categórico: Varallo no estaba en condiciones de jugar. Pero el "sentimiento argentino" de quienes estaban al frente de la delegación sospechó de la veracidad del médico, presumiendo que estaba teñido de parcialidad. Y Varallo fue incluido, pero a los 15 minutos de juego su dolencia recrudeció y poco de provecho hizo en la mayor parte del importantísimo partido.
El diagnóstico del doctor uruguayo había sido tan correcto, como honesto. A menudo, la historia está signada por errores que, siendo previsibles, o fácilmente solucionables, no son corregidos. Y no parece equivocado afirmar que si los argentinos hubieran presentado un equipo en la plenitud de su estado físico y moral, otro pudo haber sido el resultado.
De haberse logrado ese título mundial en Montevideo, seguramente se hubiera concurrido a los certámenes siguientes, a los que, en cambio, se dio absurda e inexplicablemente la espalda en momentos en que la capacidad del futbolista argentino mostraba una actitud creciente. Pero el derrotero seguido por el fútbol demostrado, y lo seguiría haciendo, la improvisación de la mayoría de los dirigentes, muchos de los cuales utilizaban a este deporte como trampolín para acceder a las actividades políticas.

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