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El sábado 3 de Agosto de 1991, el día del cumpleaños de mamá, jugué un partido a beneficio del Hospital Fernández, para que pudieran comprar un tomógrafo más moderno, algo que necesitaban mucho y que había quedado en evidencia después del accidente del actor Adrián Ghío, pobre.
Para ese partido, Boca me permitió entrenarme junto con el plantel, que era dirigido por el Maestro Tabárez. ¡Los volvieron locos, pobres! Que yo los desconcentraba, que yo les robaba la atención, que yo no podía... ¡Carajo, si yo le había dado un montón a Boca, ¿por qué Boca no podía darme entonces esa mano?! Y encima estaba el tema del sponsor, peor todavía: los organizadores, y también Ana Ferrer, la esposa de Adrián, se habían roto el alma para conseguir alguien que los apoyara, que les diera unos mangos a cambio de publicidad, y no habían logrado nada. Cuando yo dije que jugaba, pum, aparecieron un montón. Entonces les dije, a Ana y a los organizadores: "Ustedes acepten, está bien, pero yo no voy a llevar publicidad en mi camiseta. No les voy a hacer el juego: que donen la plata, si la tienen conmigo en la cancha, también la podrían haber tenido sin mí".
Por suerte, lo más importante, una multitud llenó las tribunas y yo pude jugar; fue mi regreso a la cancha de once, en Ferro, un domingo a la mañana. ¡Qué sensación! ¡Espectacular! Aparte, la gente me dio todo, todo. Yo les decía que se olvidaran de mí, que pensaran que eso era sólo para el hospital, pero ellos me daban todo. Para ellos, El Diego había vuelto y estaba todo bien.

(extraído del libro "Yo soy El diego" de los periodistas Daniel Arcuchi y Ernesto Cherquis Bialo, Planeta)

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